sábado, 3 de noviembre de 2012

P A N. . .





(…) Por todo eso y mucho más, hoy sentí un terrible dolor  cuando encontré en la calle una bolsa de plástico llena de panes viejos…





P A N

Bread Vendor (Daniel "Leo" Glasgow)
Por Manuel José Arce


Pocas cosas tan hermosas en el mundo, como el pan.

Y el pan es hermoso porque es sencillo, humilde y necesario.  De tan cotidiano nos olvidamos con frecuencia de él.  Llega a nuestra mesa con paso de exactitud. Lo vemos, lo palpamos y lo ponemos a trabajar: a que reconstruya nuestra vitalidad,  a que substituya las células que murieron en nuestro cuerpo, a que construya nuestra vida.

Y por sencillo, trabajador y humilde, el pan es, también, noble.

“Contigo, pan y cebolla”. “A buena hambre no hay mal pan”. “Fulano es más bueno que un pan”. “Pan y circo”. “El amargo pan del exilio”. “Regáleme un centavito para un mi pan…”. Siempre el pan imprescindible.

Las panaderías no deberían tener propietario. Los panaderos deben sentirse artistas, sacerdotes, médicos. No hay pan tan sabroso como el que se comparte.  ¿Quién puede definir el sabor del pan? ¿Y qué sabor hay que no vaya bien con el del pan?

En la dimensión metafísica y metafórica, hay dos acepciones admirables, consagratorias para el pan: la una, del catolicismo universal; la otra, del lenguaje popular local. Las dos, acertadas y definitivas. Para la Iglesia Católica, el pan consagrado es el cuerpo de Cristo, la materialización de la idea de Dios. Se habla de él como el alimento de la vida eterna, el alimento de la eternidad en una hermosa concepción teofágica, que, de tan espiritual, llega a ser un culto a la materia. El pan es, pues, para los católicos, el símbolo de la vida terrenal: se le consagra para que trascienda a la eternidad.

Otra comparación  -salvando las distancias- es la que espontáneamente hace mi pueblo cuando llama “Pan” al sexo de la mujer, fuente de la vida, recinto de amor, molde de la eternidad. Como todas las denominaciones que el sexo tiene en el lenguaje popular, ésta (acaso la más justa y noble) es motivo de superficial picardía, de tontas y púdicas sonrisas, de chiste y broma. Pero mi pueblo  -pueblo de millares de poetas que no saben que lo son-  tuvo su más esclarecido acierto con ese apodo cariñoso.

Puede decirse que el pan es tan noble y vital como el sexo de la mujer o que el sexo de la  mujer es tan noble y vital como el pan. Y al usar la metáfora, estamos poniendo en ella muchas cargas de similitudes afectivas distintas: el pan de la madre, el de la mujer amada. Y aquí, la materia se nos empieza volver espíritu.

Por todo eso y por mucho más, hoy sentí un terrible dolor cuando encontré en la calle una bolsa de plástico llena de panes viejos. Sentí el impulso de darles cristiana sepultura, de llorar su muerte, de lamentar públicamente el criminal desvío de la vocación de aquellos pobres panes que asesinados por la abundancia de unos, no pudieron llegar al hambre de otros. Sentí  -lo confieso-  rencor, resentimiento, rabia, por el hambre de tantos niños, por el pan del sexo de tantas madres que tienen que profanar con el comercio ese otro pan sagrado, el de su carne y su vida, para obtener el de harina para sus hijos. Sentí ira contra quien dejó morir aquellos panes que   -¡sin duda!-  había arrebatado de otras bocas, por medio de las mil maneras de robar que tiene nuestra manera de vivir.

Y pienso que algún día ese pobre y esclavizado prisionero  -el pan-  habrá de ser libre.








Publicado por LaQnadl Sol
CT., USA. 

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