sábado, 22 de diciembre de 2012

LA HISTORIA ME CAE MAL

(…) Y no solo yo estoy harto de todo eso. Nuestro pueblo también lo está. Nuestro pueblo se ríe de Tecún Umán y de don Pedro de Alvarado y de la solemnidad de los monumentos. Porque no creemos en nuestra historia. Porque la hemos deformado. Porque la hemos agarrado de pancarta politiquera, de lugar común en la oratoria chirle. Porque a cada quien que se muere, como último escarnio, se le rocía de frases hechas, de metáforas tontas, de epítetos huecos.


LA HISTORIA ME CAE MAL


 Por Manuel José Arce

Estoy harto de la historia. De la historia como me la contaron desde niño, como la encuentro en los libros, como se sigue machacando en las escuelas. Anécdotas, fechas, aventuras personales de unos cuantos señores que se quedaron quietos en el bronce de las estatuas, en la piedra silente, alimentándose de ofrendas florales, de discursos hueros, de ceremonias ridículas.

Estoy harto de la historia como cuento de Caperucita Roja, moralizante y torpe.

Estoy harto de esta historia llena de mártires, de derrotas conmemoradas, de héroes ambivalentes y fugaces que aparecen un día saliendo de las aguas, hacen un milagro, y desaparecen después en una nube celeste. Estoy harto de una historia de estampitas, sectaria, interesada, sin pueblo viable, vestida con un preservativo enorme en el que todo cabe incontaminado, drycleaneado, aséptico.

La forma en la que aprendemos la historia es la primera manera que se emplea contra el ciudadano para castrar su espíritu cívico, su noción verídica del hoy. Es la cadena de justificaciones para canonizar a los moradores de nuestros absurdos altares patrioteros. Necesitamos de esos íconos para contrarrestar nuestra pequeñez.  Imitamos como monos a los países que tomamos como modelo, imitamos el ritual a los héroes y a los figurones de aquellos países. No he visto copia reducida en pantógrafo más irrisoria que la tumba de Tata Rufo imitando a Napoleón, nada me parece tan subdesarrollado y cursi como nuestra Torres del Reformador pretendiendo ser una tour Eiffel a dimensión de bibelot o de souvenir barato; nada tan pobre y tan empobrecedor como llamar a don Lencho Montúfar “El Demóstenes del Liberalismo Guatemalteco”, para ponderar sus habilidades oratóricas.

Lo único serio que he leído en materia de historia guatemalteca es La Patria del Criollo, de Severo Martínez. Y aun ese libro incurre en ciertas ligerezas de apreciación y de concepto.

Y no solo yo estoy harto de todo eso. Nuestro pueblo también lo está. Nuestro pueblo se ríe de Tecún Umán y de don Pedro de Alvarado y de la solemnidad de los monumentos. Porque no creemos en nuestra historia. Porque la hemos deformado. Porque la hemos agarrado de pancarta politiquera, de lugar común en la oratoria chirle. Porque a cada quien que se muere, como último escarnio, se le rocía de frases hechas, de metáforas tontas, de epítetos huecos.

Porque, a la larga, la historia a resultado ser la sirvienta de las camarillas. Ella se encarga de esconder bajo las camas los bacines vergonzosos. Ella se encarga de sacudir con el plumero  -hecho de cierta clase de plumas-  el retrato de la pose grandilocuente.  Ella se encarga, en fin, de ocultar en el cuarto de los trebejos el retrato del enemigo y los datos y los testimonios molestos. Porque no hay relación más parcial como la de la de la historia guatemalteca, según las versiones interesadas de cada quien. En Guatemala hay dos historias: la de los cachurecos y la de los liberales. Tan falseada la una como la otra. Tan absurdamente parcial la una como la otra. Tan infantil la una como la otra. Y para escribirla se ha llegado a suprimir y a falsear documentos, a ocultar y negar verdades, a inventar hechos y circunstancias.

Y luego, en la escuela, nos lavan el cerebro, nos ocultan trozos íntegros de la vida del país, se endiosa figurones de cartón, se retuerce la verdad, hasta transformarla en un anecdotario insulso, indigno de respeto.

Por eso me cae mal la historia de mi país. Me caen mal los monumentos y las fechas ilustres. Me caen mal los discursos y los “actos”, los desfiles y el carnaval del 15 de Septiembre.

Y me molesta, sobremanera, que se inculque en el escolar la idea de que marchar desde el Parque Central hasta el Campo de Marte, ponerse un uniforme de opereta, y emocionarse con un discurso ramplón lleno de lugares comunes, es patriotismo. Por eso tenemos una idea tan deformada del patriotismo. Por eso no somos patriotas.







Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.

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