LA HISTORIA ME CAE MAL
Por Manuel José Arce
Estoy harto de la historia. De la historia como
me la contaron desde niño, como la encuentro en los libros, como se sigue
machacando en las escuelas. Anécdotas, fechas, aventuras personales de unos
cuantos señores que se quedaron quietos en el bronce de las estatuas, en la
piedra silente, alimentándose de ofrendas florales, de discursos hueros, de
ceremonias ridículas.
Estoy harto de la historia como cuento de
Caperucita Roja, moralizante y torpe.
Estoy harto de esta historia llena de mártires,
de derrotas conmemoradas, de héroes ambivalentes y fugaces que aparecen un día
saliendo de las aguas, hacen un milagro, y desaparecen después en una nube
celeste. Estoy harto de una historia de estampitas, sectaria, interesada, sin
pueblo viable, vestida con un preservativo enorme en el que todo cabe
incontaminado, drycleaneado, aséptico.
La forma en la que aprendemos la historia es la
primera manera que se emplea contra el ciudadano para castrar su espíritu
cívico, su noción verídica del hoy. Es la cadena de justificaciones para
canonizar a los moradores de nuestros absurdos altares patrioteros. Necesitamos
de esos íconos para contrarrestar nuestra pequeñez. Imitamos como monos a los países que tomamos
como modelo, imitamos el ritual a los héroes y a los figurones de aquellos países.
No he visto copia reducida en pantógrafo más irrisoria que la tumba de Tata
Rufo imitando a Napoleón, nada me parece tan subdesarrollado y cursi como
nuestra Torres del Reformador pretendiendo ser una tour Eiffel a dimensión de
bibelot o de souvenir barato; nada tan pobre y tan empobrecedor como llamar a
don Lencho Montúfar “El Demóstenes del Liberalismo Guatemalteco”, para ponderar
sus habilidades oratóricas.
Lo único serio que he leído en materia de
historia guatemalteca es La Patria del Criollo, de Severo Martínez. Y aun ese
libro incurre en ciertas ligerezas de apreciación y de concepto.
Y no solo yo estoy harto de todo eso. Nuestro
pueblo también lo está. Nuestro pueblo se ríe de Tecún Umán y de don Pedro de
Alvarado y de la solemnidad de los monumentos. Porque no creemos en nuestra
historia. Porque la hemos deformado. Porque la hemos agarrado de pancarta
politiquera, de lugar común en la oratoria chirle. Porque a cada quien que se
muere, como último escarnio, se le rocía de frases hechas, de metáforas tontas,
de epítetos huecos.
Porque, a la larga, la historia a resultado ser
la sirvienta de las camarillas. Ella se encarga de esconder bajo las camas los
bacines vergonzosos. Ella se encarga de sacudir con el plumero -hecho de cierta clase de plumas- el retrato de la pose grandilocuente. Ella se encarga, en fin, de ocultar en el
cuarto de los trebejos el retrato del enemigo y los datos y los testimonios
molestos. Porque no hay relación más parcial como la de la de la historia
guatemalteca, según las versiones interesadas de cada quien. En Guatemala hay
dos historias: la de los cachurecos y la de los liberales. Tan falseada la una
como la otra. Tan absurdamente parcial la una como la otra. Tan infantil la una
como la otra. Y para escribirla se ha llegado a suprimir y a falsear
documentos, a ocultar y negar verdades, a inventar hechos y circunstancias.
Y luego, en la escuela, nos lavan el cerebro,
nos ocultan trozos íntegros de la vida del país, se endiosa figurones de
cartón, se retuerce la verdad, hasta transformarla en un anecdotario insulso,
indigno de respeto.
Por eso me cae mal la historia de mi país. Me
caen mal los monumentos y las fechas ilustres. Me caen mal los discursos y los
“actos”, los desfiles y el carnaval del 15 de Septiembre.
Y me molesta, sobremanera, que se inculque en
el escolar la idea de que marchar desde el Parque Central hasta el Campo de
Marte, ponerse un uniforme de opereta, y emocionarse con un discurso ramplón
lleno de lugares comunes, es patriotismo. Por eso tenemos una idea tan
deformada del patriotismo. Por eso no somos patriotas.
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.
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