Poco a poco estas
expresiones van cayendo en desuso. Era una manera de demostrarle al amigo que
uno se fijaba en él, que se daba cuenta de su camisa nueva, que se alegraba de
“estreno”. Era una fórmula cordial por cuyo medio se le decía al amigo algo así
como: “Eres importante para mí; noto cuando estrenas algo. Y ello me alegra.
Hubiera querido regalarte eso que te provoca alegría”.
¡… QUE TE DURE MUCHO!
Por Manuel José Arce
Así le decían a uno los amigos cuando lo veían
que andaba estrenando algo. Y si era
traje, camisa o textil visible, se venía, tras, la frasecita con la que inicio
estas líneas, el infalible pellizco so pretexto de probar la consistencia de la
tela, o el pisotón de callos cuando de cufas[1] se trataba.
A veces andaba uno en la calle con traida[2]
nueva y era infalible que el amigote que se cruzaba con nosotros en la acera
nos murmura a guisa de saludo y de felicitación el clásico “que te duro mucho,
vos…!”.
Poco a poco estas expresiones van cayendo en
desuso. Era una manera de demostrarle al amigo que uno se fijaba en él, que se
daba cuenta de su camisa nueva, que se alegraba de “estreno”. Era una fórmula
cordial por cuyo medio se le decía al amigo algo así como: “Eres importante
para mí; noto cuando estrenas algo. Y ello me alegra. Hubiera querido regalarte
eso que te provoca alegría”.
Y en realidad deseábamos que al amigo “le
durara mucho” el objeto nuevo y que le durara mucho también la alegría de haber
adquirido ese objeto.
Fórmulas campechanas de cortesía chapina,
popular, llana. Además de todo, la predicción del amigo generalmente resultaba
cierta: las cosas duraban, duraban mucho. Un tacuche[3]
de hacía cinco años, aunque tuviera un poquito brillantes las asentaderas, se
podía seguir usando. A veces le quedaba la cicatriz del “vuelt´e gato” que le
daba el sastre: una costura al lado de la solapa derecha, a la misma altura en
donde, del lado izquierdo, quedó la
bolsa del pañuelito coquetón. Uno le pedía al sastre: “Déjemele costuras
grandes, maestro, por si engordo…”.
Los zapatos no digamos: cuando ya habían dejado
de rechinar, cuando ya se habían amoldado al callito aquél del dedo chiquito,
cuando ya empezaban a asumir su deliciosa calidad de viejos amigos, era en el
momento cuando les mandábamos a cambiar “media suela y tapitas”, y el
susodicho guante del pie nos aguantaba otras tres cambiadas de suela… De los zapatos ni hablemos: la suela aguanta,
pero lo que no aguantan son mis pobres pies…
Los muebles, los carros, las casitas de serie:
mucho plantón, mucho cromado, pero todo me parece hecho provisionalmente, para
una temporadita, para mientras pasamos el aguacero… Más que nada, parecen
trampas que usamos, que se nos hacen necesarias y que luego nos obligan a
comprar repuestos, a pagar reparaciones y a comprar nuevos modelos… ¡A comprar!
Nos hemos vueltos compradores empedernidos, nos
vemos obligados a entrenar todos los días…
Hace un tiempo, encontré a un mi amigo muy
acaramelado con una su traidita último modelo. La andaba kilometrando apenas.
“¡Qué te duro mucho dichosote!”. Le dije al pasar. Hace poco me lo encontré en
las mismas pero con otra. “¿Y diay, vos
-le pregunté- y la que te ví el año pasado?”. Aquel puso cara de
compasión por mí, como quien mira a un pobre diablo ignorante y atrasado.
-Callate, vos
-me respondió- me salió chueca.
Al poco tiempo empezó que le hacía falta un overjol completo, piezas de repuesto y qué sé yo… La cambié por
ésta que es de último modelo… ¿Qué te parece?
-Bueno
-le dije con aire humildísimo-
está a todo dar… que te dure mucho, pues…
-¡No me amolés! -y su mirada iracunda cayó sobre mí- , al tiempo que me corregía.
-¡Que me dure lo necesario para mientras sale
el modelo del año entrante!... Ni modo, hay que estar al día.
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