lunes, 10 de marzo de 2014

Los pobres olvidados

A no ser que cambiemos radicalmente esta dolencia en nuestras propias mentes, seguiremos siendo los perpetradores, así como también las víctimas  de una sociedad injusta formada por un sistema que creciendo y propagándose  a cada momento puede muy bien destruir nuestras vidas y la tierra. A los 'intrascendentes' pobres olvidados se les dejará por herencia un mundo arrasado.


IMPOTENTE EN PARÍS


Por Gui Rochat
Counter Punch                    

París.

Hace poco estuve alojado durante diez días en un pequeño apartamento estudio en Montmartre, uno de los destinos turísticos de la Ciudad de París. Estaba localizado en la parte inferior de la escalera yendo con rumbo a la iglesia del Sacre Coeur, un sitio histórico visible desde la mayor parte de las calles de París. La estación del tren subterráneo más cercana o Metro era la de Chateau Rouge en la línea número 4 que lleva a la Porte de Clignancourt.

Las escaleras de la estación del Metro son empinadas y constantemente utilizadas por los viajeros del tren subterráneo  para llegar a la estación de Gare du Nord, una central ferroviaria para los trenes hacia y desde el norte de Europa y el Reino Unido. Había algunos desperdicios en los escalones, porque en la salida había puestos de venta de verduras y las habituales tiendas  que expenden sándwiches pequeños, frecuentados por una masa de africanos que se habían instalado legalmente o no en esa parte de París.

La pequeña calle al costado de la estación del metro estaba hasta los topes cubierta con puestos de vegetales abasteciendo a gente de todo tipo, compradores, vendedores y los que ofrecen billetes de metro a un precio reducido

Los inmigrantes africanos estaban sentados en las aceras, en cuclillas bajo mantas empapadas en la intermitente lluvia helada, sus rostros máscaras impasibles. La mayoría de ellos eran mujeres vestidas con albornoces y cada una de ellas tenía enfrente una lata de galletas vuelta hacia arriba exhibiendo piezas de algún tipo de fruta o de algún vegetal medio marchito.

Los hombres africanos estaban de pie detrás de un artilugio hecho de una lata de galletas vuelto hacia arriba montado en un palo en el que se muestran cacahuates tostados muy negros en un pequeño montón con la esperanza de que por unos céntimos o incluso un euro encontrarían un cliente.

La pobreza y la obvia falta de esperanza de esta escena estaban supurando como una herida abierta que incluso la caridad personal no podía cauterizar. Me sentía como un escurridizo animal calculando lo que mis compañeros depredadores devorarían en última instancia.

En contraste con el alegre cinismo racionalista francés o la ruidosa asertividad del Nuevo Mundo, el discurso de los africanos era muy suave y modulado y extraordinariamente sensible, y su lenguaje corporal de una sensualidad casi indolente. ¿Cómo es posible que un pueblo tan pisoteado pueda encontrar elegancia en su miserable existencia?

¿Es su implacable exclusión social, la que los salva de las nefastas alienaciones del sistema capitalista? Aquí estamos lejos del mito idealista de Rousseau con sus imágenes del noble salvaje. La pobreza en la sociedad capitalista engendra una competitividad lateral violenta, la cual la tranquilidad de esta localidad de París parecía derogar enteramente.

En nuestro triste sistema capitalista las justificaciones personales de las necesidades de uno se expresan en la negación total de los demás seres humanos y de los animales y la naturaleza. Esta atomización  nos hace a todos nosotros consumidores que compiten y facilitadores de una estructura irracional que disipa toda solidaridad humana.

George Orwell escribió correctamente: “Se nos ha dicho que son sólo las acciones objetivas de las personas las que importan, y sus sentimientos subjetivos no son de importancia alguna", exponiendo así el postulado absurdo que verdaderamente denigra nuestra humanidad. Mientras Orwell atacaba lo que él vio como una forma de totalitarismo comunista, y los principios supuestamente "fríos" del marxismo, en realidad, la atomización se produce en las sociedades capitalistas, y es cierto que para los propósitos del análisis histórico  lo que importa en última instancia es la papel que los seres humanos desempeñan objetivamente.

Es esa indiferencia emocional que conduce a una enfermedad que causa la muerte espiritual, parafraseando a Kierkegaard, la que permite los escandalosos disimulos y la violencia perpetrada por los gobernantes occidentales. La falta de indignación a cerca de este estado de cosas en el mundo, es el resultado de un dictum capitalista engañoso, fatuo y deprimente, de que "no hay alternativa" (Thatcher)

A no ser que cambiemos radicalmente esta dolencia en nuestras propias mentes, seguiremos siendo los perpetradores, así como también las víctimas  de una sociedad injusta formada por un sistema que creciendo y propagándose  a cada momento puede muy bien destruir nuestras vidas y la tierra. A los 'intrascendentes' pobres olvidados se les dejará por herencia un mundo arrasado.


Gui Rochat es un comerciante y consultor de arte, especializado en las pinturas y dibujos franceses del siglo XVII y XVIII. Él reside en Nueva York.








Publicado por LaQnadlSol
CT., USA. 

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