A no ser que cambiemos
radicalmente esta dolencia en nuestras propias mentes, seguiremos siendo los
perpetradores, así como también las víctimas
de una sociedad injusta formada por un sistema que creciendo y
propagándose a cada momento puede muy
bien destruir nuestras vidas y la tierra. A los 'intrascendentes' pobres
olvidados se les dejará por herencia un mundo arrasado.
IMPOTENTE EN PARÍS
Por Gui Rochat
París.
Hace poco estuve alojado durante diez días en un pequeño apartamento
estudio en Montmartre, uno de los destinos turísticos de la Ciudad de París.
Estaba localizado en la parte inferior de la escalera yendo con rumbo a la iglesia
del Sacre Coeur, un sitio histórico visible desde la mayor parte de las calles
de París. La estación del tren subterráneo más cercana o Metro era la de
Chateau Rouge en la línea número 4 que lleva a la Porte de Clignancourt.
Las escaleras de la estación del Metro son empinadas y constantemente
utilizadas por los viajeros del tren subterráneo para llegar a la estación de Gare du Nord, una
central ferroviaria para los trenes hacia y desde el norte de Europa y el Reino
Unido. Había algunos desperdicios en los escalones, porque en la salida había
puestos de venta de verduras y las habituales tiendas que expenden sándwiches pequeños,
frecuentados por una masa de africanos que se habían instalado legalmente o no
en esa parte de París.
La pequeña calle al costado de la estación del metro estaba hasta los topes
cubierta con puestos de vegetales abasteciendo a gente de todo tipo, compradores,
vendedores y los que ofrecen billetes de metro a un precio reducido
Los inmigrantes africanos estaban sentados en las aceras, en cuclillas bajo
mantas empapadas en la intermitente lluvia helada, sus rostros máscaras impasibles.
La mayoría de ellos eran mujeres vestidas con albornoces y cada una de ellas tenía
enfrente una lata de galletas vuelta hacia arriba exhibiendo piezas de algún
tipo de fruta o de algún vegetal medio marchito.
Los hombres africanos estaban de pie detrás de un artilugio hecho de una
lata de galletas vuelto hacia arriba montado en un palo en el que se muestran cacahuates
tostados muy negros en un pequeño montón con la esperanza de que por unos
céntimos o incluso un euro encontrarían un cliente.
La pobreza y la obvia falta de esperanza de esta escena estaban supurando
como una herida abierta que incluso la caridad personal no podía cauterizar. Me
sentía como un escurridizo animal calculando lo que mis compañeros depredadores
devorarían en última instancia.
En contraste con el alegre cinismo racionalista francés o la ruidosa
asertividad del Nuevo Mundo, el discurso de los africanos era muy suave y
modulado y extraordinariamente sensible, y su lenguaje corporal de una
sensualidad casi indolente. ¿Cómo es posible que un pueblo tan pisoteado pueda
encontrar elegancia en su miserable existencia?
¿Es su implacable exclusión social, la que los salva de las nefastas
alienaciones del sistema capitalista? Aquí estamos lejos del mito idealista de
Rousseau con sus imágenes del noble salvaje. La pobreza en la sociedad
capitalista engendra una competitividad lateral violenta, la cual la
tranquilidad de esta localidad de París parecía derogar enteramente.
En nuestro triste sistema capitalista las justificaciones personales de las
necesidades de uno se expresan en la negación total de los demás seres humanos
y de los animales y la naturaleza. Esta atomización nos hace a todos nosotros consumidores que
compiten y facilitadores de una estructura irracional que disipa toda solidaridad
humana.
George Orwell escribió correctamente: “Se nos ha dicho que son sólo las
acciones objetivas de las personas las que importan, y sus sentimientos
subjetivos no son de importancia alguna", exponiendo así el postulado
absurdo que verdaderamente denigra nuestra humanidad. Mientras Orwell atacaba
lo que él vio como una forma de totalitarismo comunista, y los principios
supuestamente "fríos" del marxismo, en realidad, la atomización se
produce en las sociedades capitalistas, y es cierto que para los propósitos del
análisis histórico lo que importa en última
instancia es la papel que los seres humanos desempeñan objetivamente.
Es esa indiferencia emocional que conduce a una enfermedad que causa la
muerte espiritual, parafraseando a Kierkegaard, la que permite los escandalosos
disimulos y la violencia perpetrada por los gobernantes occidentales. La falta
de indignación a cerca de este estado de cosas en el mundo, es el resultado de
un dictum capitalista engañoso, fatuo y deprimente, de que "no hay
alternativa" (Thatcher)
A no ser que cambiemos radicalmente esta dolencia en nuestras propias
mentes, seguiremos siendo los perpetradores, así como también las víctimas de una sociedad injusta formada por un
sistema que creciendo y propagándose a
cada momento puede muy bien destruir nuestras vidas y la tierra. A los 'intrascendentes'
pobres olvidados se les dejará por herencia un mundo arrasado.
Gui Rochat es un comerciante y consultor de arte,
especializado en las pinturas y dibujos franceses del siglo XVII y XVIII. Él reside
en Nueva York.
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.
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