sábado, 14 de junio de 2014

Sobre los niños y niñas desaparecidos

Crónica de un evento en conmemoración del quinceavo aniversario del doloroso esfuerzo de la búsqueda de los niños y niñas desaparecidos durante el largo conflicto armado que padeció Guatemala.


CRÓNICA DE SANTA CRUZ VERAPAZ
SOBRE LOS NIÑOS Y NIÑAS DESAPARECIDOS

   Adriana Portillo-Bartow acompañada de Félix y Ramona

Por Luciano Castro Barillas

La invitación llegó a Chicago para la señora Adriana Portillo-Bartow de parte del director de la Liga de Higiene Mental, licenciado Marco Antonio Garavito, a través de la red social a la que ambos están adscritos, con el propósito de concurrir a la conmemoración del quinceavo aniversario del esfuerzo, doloroso en extremo, de buscar a las niñas y  los niños desaparecidos durante el conflicto armado interno que durante 36 años vivió Guatemala. El encuentro tendría lugar el 15 de mayo en Casa Guadalupe del municipio de Santa Cruz Verapaz, con la presencia de invitados identificados con esta lucha, cooperantes internacionales, colaboradores indígenas ixiles, kekchíes, pocomchíes, mames y trabajadores de la institución. Los niños y las niñas nunca se contabilizaron bien,  adecuadamente, entre las víctimas,  aunque su desaparición constaba en los múltiples expedientes abiertos en las instituciones policiales y jurisdiccionales del Estado Guatemalteco, no obstante, como era de esperarse, nadie se hacía ni se hizo cargo de esa nefanda infamia. Eran los casos de niños asesinados o dados ilegalmente en adopción por la insólita sensibilidad de un represor que quedaba bien con el “obsequio”, algo así como regalar un perico o un perrito. Pero ningún padre, madre, tíos o abuelos pudieron aceptar nunca que seres humanos queridos, cercanos a sus vidas, fueran volatilizados, como gas de aerosol, que nadie ve qué camino toma.

La señora Portillo-Bartow, como no podía ser de otra manera, buscó los recursos económicos, ahora tan escasos, y tres días antes de la fecha acordada voló rumbo a su patria, Guatemala, para estar presente en ese evento trascendental donde, luego de quince años de trabajo abnegado de personas que integran ese colectivo humanitario; y que han logrado el reencuentro de 395 niños  y niñas, tuvo lugar un emotivo encuentro entre personas signadas por un mismo dolor como lo es el hecho de perder a sus pequeños hijos y nunca, más de tres décadas después, saber nada de modo alguno . Los casos aún por resolver, claro, se triplican, pero la convicción por encontrar a las niñas y niños desaparecidos continúa, entre limitaciones económicas y extraordinarios resultados. Encontrar a una sola persona es tarea desmesurada, difícil, complicada; imagínese usted encontrar a 395 seres humanos extraviados. Todo un esfuerzo imponderable de responsabilidad, convicción y tenacidad, que aquí se dice fácilmente en estas pergeñadas líneas, pero en la práctica no es asunto fácil, no exento también de riesgos de personas vinculadas a la represión  del pasado que quieren seguir manteniendo ocultas sus acciones criminales causantes de tanto dolor insuperable.

No conociendo Santa Cruz, cogimos la camioneta Monja Blanca en la Terminal del Norte de la ciudad de Guatemala a las once de la mañana, previa expoliación de un parlanchín y embustero taxista que nos hizo creer que dicha terminal de autobuses estaba cerca del fin del mundo. El viaje sufrió un atraso porque una señora que nos había ofrecido llevarnos en su automóvil, declinó luego viajar porque, consultando a un posible “mete miedo” disfrazado de “experto de seguridad”,  le recomendó  que no viajara porque su seguridad estaba en riesgo. Ya dentro del autobús nos acomodamos buscando las ventanas para apreciar el paisaje rural, pero sobre todo para ver los cambios experimentados en las áreas conurbadas de la ciudad de Guatemala que, invariablemente, crecen sin control, caóticas; con avenidas, calles y carreteras sobrecargadas de vehículos automotores, porque en países atrasados como el nuestro todavía siguen viéndose los coches como elementos proveedores de estatuto social y no como objetos utilitarios. Fuimos viendo los destrozos de los bosques en las imponentes montañas y el discurrir de camión tras camión en el infame acarreo de enormes troncos de madera de unos hermosos y añosos árboles hasta hacía poco, que ahora cogían el camino del consumo, viviendo la triste dicotomía de ser menos cuanto más dinero dan por ellos. Nos sentimos tristes e impotentes por el irrespeto total hacia la naturaleza de un país, de una región de bosques húmedos, casi a punto de ser extinguidos por una estructura económica desquiciada que ya no encuentra solución a los problemas de 14 millones de guatemaltecos.

Pero no todo es un desastre en Guatemala, el conductor del autobús y su ayudante fueron con los pasajeros personas amables y por primera vez vi que un trabajador del servicio de camionetas con su bolsa negra en la mano avisaba a los pasajeros que iba a pasar frente a sus asientos para que depositaran la basura en su lugar. Algo realmente inusitado en un país donde las personas no solo tiran la mínima basura en las calles, avenidas y parques, sino bolsas enormes retacadas de porquerías;  y lo que es peor, defecan y orinan de manera desaprensiva donde la necesidad orgánica los acomete. Llegamos, pues,  al cruce de caminos (que es donde está asentado el municipio de Santa Cruz Verapaz) y buscamos donde descansar y comer pues solo habíamos hecho un frugal desayuno en la capital. La señora Portillo-Bartow quedó totalmente encantada del parador donde se alojó, aislado e inmediato a la vez;  poblado de inmensos pinos cuyos andenes y prados estaban tachonados de sus inmensas “piñas” o semillas; naranjales y limoneros cargados de frutos. En fin, un paraíso en las goteras del pueblo de Santa Cruz, con una temperatura media de 28 grados, con un ambiente cargado de humedad. Una trabajadora indígena del hotel, ataviada con el traje típico de la mujer kekchí, nos orientó cómo llegar al comedor a eso de las cinco de la tarde, donde otra joven indígena de dientes formidables y envidiablemente sanos, nos preparó un asado de carne, con frijoles negros parados, con la irresistible guarnición de chile cobanero, rojito, de un picante moderado y de un olor incomparable.

                                        Músicos rituales ixiles

Para el otro día, a las 8 de la mañana, cogimos para Casa Guadalupe, ignorando nosotros que allí, desde la tres de la madrugada había empezado la celebración del 15 aniversario del proyecto del reencuentro, desayunando las personas con sendos tamales, algo que nos perdimos, lamentablemente. Previo a entrar al recinto, fuimos recibidos en primer lugar, con sobrada amabilidad, por un personaje inesperado: un robusto y manso perro amarillo de orejas caídas llamado Wilson. Ya a las nueve horas, se dio paso a las actividades programadas y participaron, entre otras personas; el señor Lorenzo, un suizo representante de la Cruz Roja Internacional en Guatemala, la señora Portillo-Bartow y una joven señora representante de la Fundación de Antropología Forense de Guatemala. Y aunque Guatemala es geográficamente un pequeño país, resulta que eran indispensables dos traductores, porque la comunicación era trilingüe: español, ixil y kekchí, lo cual hizo extensos unos actos caracterizados por su brevedad.

Al mediodía almorzamos de manera espléndida caldo de gallina, como se cocina en la región de las verapaces, y que hacen de este platillo un auténtico bocado de cardenal, impregnado de las presencias aromáticas del zamat (culantro de burro se le dice en el oriente de Guatemala) y del chile de Cobán, además de los insustituibles tamalitos de masa de maíz envueltos en hojas de guineo (variedad pequeña de plátano). Para las tres de la tarde nos tocó participar en una ceremonia indígena de consagración de la vida y de los muertos ante el llanto de todas aquellas personas que no terminará de dolerles la pérdida de sus seres queridos. Luego de esa rica experiencia espiritual, ya por la noche y después de cenar, Estuardo y Paula, dos psicólogos de la Liga de Higiene Mental, nos fueron a dejar en el coche de la institución  a donde estábamos alojados, despidiéndonos de tan queridas personas, especialmente de los esposos ixiles y su hijita de cinco años: Félix, Ramona y Juanita, quien no hablaba ni una sola palabra de español, solo una, y que por cierto nos sorprendió y nos hizo reír: ¡¡¡Pisto!!! Tuve que abrir mi billetera y le di un billete para que le compraran sus padres golosinas. 

               Luciano Castro acompañado de Félix, Ramona y Juanita

Al final, el viaje tuvo un sinsabor. En el tramo de la carretera de acceso a la ciudad de Cobán, frente al ingreso a la brigada militar, se exhibe sin ningún pudor un monumento grotesco y burdo, como dos metros de altura: una bala erguida calibre 5.56 que puede interpretarse dos maneras: un obsceno y cínico monumento a la muerte o una expresión de consumada ignorancia. Puede ser una u otra cosa, pero más creo que son las dos juntas.








Publicado por LaQnadlSol
USA.

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