Los “confidenciales” o
delatores hacían su trabajo y fueron cayendo uno a uno personas de gran
utilidad ciudadana como los maestros, estudiantes y campesinos organizados de
la Montaña de Jutiapa y de Cerro Grande, aldea al oriente de Jutiapa. Todo
mundo sabía para dónde se llevaban a los secuestrados y que de allí no salían:
la Zona Militar de Jutiapa. Pero todos lo callaban por temor, por miedo, por el
horror a la tortura y la muerte.
1981: DETENCIÓN, TORTURA Y MUERTE
EN LA ZONA MILITAR DE
JUTIAPA, GUATEMALA
Por María de los Ángeles Roca
Jutiapa es un departamento de la región sur-oriental de Guatemala, que hace
frontera con dos departamentos del oeste de El Salvador (Santa Ana y
Ahuachapán) y donde por esos años el Frente Occidental Feliciano Ama, del
Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, FMLN, impulsaba la guerra
popular revolucionaria escondiéndose entre los cafetales, como única y atípica
cobertura boscosa, para impulsar una guerra de guerrillas que por esos años era
cruenta y generalizada por los dos bandos y que amenazaba la frontera
oriental-sur de Guatemala. En ese contexto de guerra total, aunaron planes militares conjuntos
contrainsurgentes los dos ejércitos nacionales centroamericanos, golpeaban a
los movimientos sociales identificados no necesariamente con la lucha armada
sino con la instauración de una democracia burguesa, pues eran todavía muchas
las personas que creían en el arevalismo y arbencismo como vía para la gestión
social.
La baja intensidad del conflicto en esa zona geográfica
centroamericana, principalmente la guatemalteca; dio lugar a que la infinidad
de crímenes que se cometían contra la población civil pasaran desapercibidos,
invisibilizados, contrario a lo que ocurría en el nor-occidente de Guatemala,
principalmente en el área ixil del Quiché y en la Baja y Alta Verapaz, donde
los crímenes era de tal magnitud que resultaban inocultables. En ese proceso de
guerra Jutiapa fue una reserva político-militar para las fuerzas en lucha en
Guatemala; el Ejército y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca, URNG.
Para el Ejército la Zona Militar general Aguilar Santa María (su nombre por
esos años, hoy es una brigada) era el principal centro de entrenamiento de las
tropas remitidas a las zonas de conflicto noroccidental y, más que a matar
guerrilleros, se abocaban a la tarea de masacrar población civil desarmada,
supuestamente vinculados o simpatizantes con las fuerzas insurgentes, extremos
que nunca se comprobaban, sino que simplemente se presumían, con el fin de
hacer efectiva la vieja táctica de “quitar el agua al pez”. Para URNG el
territorio de Jutiapa era también una reserva político-militar. Aquí, donde la
guerra no era tan virulenta, funcionaban escuelas de formación política
marxista y de entrenamiento militar en casas de seguridad de las cuatro
organizaciones guerrilleras, siendo las de mayor presencia, la del Partido
Comunista de Guatemala o Partido Guatemalteco del Trabajo y sus tres variantes,
divididas, intolerantes y en pugna: los de la Comisión Política que presumían
de intelectuales (de tipo ortodoxo soviético), la Comisión Militar (que solo
hablaban de la guerra pero no la hacían) y la Juventud Patriótica del Trabajo,
JPT, responsables de las actividades “amplias”, no clandestinas y, por lo
tanto, más fáciles de golpear por su inexperiencia, por su hegemonismo
exhibicionista (como el Frente Cultural de la JPT que funcionaba en el
Instituto de Magisterio 2 de Junio, en esos años tipo escuelas rurales de
Ayotzinapa de Guerrero, México, donde se daban en los cursos de cuarto a sexto
grados algún toque marxista por uno que otro maestro progresista) y por
conducir un movimiento estudiantil revolucionario que adolecía de una terrible
falencia pequeño burguesa propio de muchos movimientos de estudiantes: cero
vinculación con el campesinado, con el cual hubieran podido fortalecer la
guerra popular revolucionaria y no circunscribirla a las declamaciones u obras
teatrales de denuncia, que al final eran poco efectivas para golpear a un
enemigo sanguinario, pero sí muy funcionales para revelar quiénes eran los
activistas, por lo que de manera
irresponsable difundían propuestas evidenciadoras. Ponían en alerta, provocaban
a los enemigos históricos y no tenían capacidad militar para responderles a la
hora de un ataque. Esa falencia de seguridad cundía en todos los niveles del
PGT, con el agravante de responsables “irresponsables” como José Privado (Chepe
Privado) quien se guardaba en sus
bolsillos cuanto recurso le canalizaban y le bajaba los calzones a toda
compañera desprevenida. Conducido de esa manera un movimiento revolucionario,
los golpes del enemigo estaban a la vuelta de la esquina. Y así sucedió.
No era
fácil para las distintas fuerzas de inteligencia, ad honorem o con paga,
identificar a los militantes o simpatizantes. De allí que a partir de 1980 y
principalmente 1981 empezaron a recibir los embates de las fuerzas de seguridad
todas las organizaciones que tenían presencia en Jutiapa, principalmente las de
la cabecera departamental. Los más golpeados, obviamente, empezaron a ser los
del PGT y sus tres corrientes delirantes, tan propias de todos los partidos
comunistas de América Latina. Los malos signos de los tiempos empezaron en
Jutiapa con el descuartizamiento de la Gatita Medina, cuyos intestinos y
miembros fueron esparcidos en una estación de gasolina, ante el horror de los
vecinos del Barrio Cerro Colorado. Los secuestros fueron dándose
exponencialmente y el asesinato selectivo de igual manera. Todos los vecinos de
la pequeña ciudad, centro de operaciones políticas de la variante suroriental
de URNG, vivían el terror contrainsurgente. Los ojos y oídos del Estado
represor estaban aguzados. Prestos a denunciar ante la mínima sospecha. Los
“confidenciales” o delatores hacían su trabajo y fueron cayendo uno a uno
personas de gran utilidad ciudadana como los maestros, estudiantes y campesinos
organizados de la Montaña de Jutiapa y de Cerro Grande, aldea al oriente de
Jutiapa.
Cerro Gordo, cara occidental, sitio de extracción de arena volcánica y
lugar de posibles enterramientos.
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Todo mundo sabía para dónde se llevaban a los secuestrados y que de allí no
salían: la Zona Militar de Jutiapa. Pero todos lo callaban por temor, por
miedo, por el horror a la tortura y la muerte. Un día, un campesino buscaba dos
vaquillas perdidas en las colindancias de los señores Alberto Peñate y Eladio
Lemus y pese a la prohibición expresa que había de no entrar en las
estribaciones del pequeño accidente geográfico conocido como “Cerro Gordo”, que funcionaba como
polígono de tiro de la infantería y artillería de la Zona Militar general
Aguilar Santa María, el campesino se aventuró a buscarlas en ese lugar. Fue
moviéndose entre los altos zacatales que están frondosos por el mes de
noviembre, apenas acabado el régimen de lluvias; cuando de sopetón fue a
encontrar en una depresión natural del cerro, por una arena, en la estribación
occidental del Cerro Gordo, con un número considerable de cadáveres (85 o 100)
cubiertos con abundante cal para momificarlos y evitar la emanación de malos
olores. No se veían de lejos por la hondonada. O daban también la impresión de
ser demarcaciones para los ejercicios de tiro, ya que todas las señalizaciones
en el cerro estaban hechas de piedras pintadas con cal. Presto se regresó a su
casa y jamás contó a nadie de su familia lo que había visto. No cabe pues, la menor duda, que allí se encuentran todos
los desaparecidos de Jutiapa y de otras partes del país pues hubo zonas
militares congestionadas de gente, de secuestrados, como en occidente y otras,
como las de Jutiapa, con menos “ocupación”.
En la Zona Militar de Jutiapa nunca
se ha investigado asuntos relacionados con tumbas clandestinas, hasta que
ahora, este anciano a punto de morir, quiso contar lo que vio hace 33 años. No
cabe la menor duda que los esbirros oficiales y los infames “voluntarios” como
“Palomona Hernández” (quien por su sobrepeso gustaba de a aplasta el tórax y el abdomen de los
infelices que cayeran en sus manos, los cuales morían por compresión)
Presbítero Alay, de oficio carnicero y abigeo, quien era dado a filetear a sus
víctimas, el “Indio Navichoque”, policía
“rebajado” de la Policía Nacional (hoy ministro evangélico y con dones de
sanación y predicación); Jacinto, ex jefe de la Policía Nacional ladrón y asaltante;
andan por allí libres, en total impunidad, sin que 33 años después les hayan
echado el guante por crímenes contra la humanidad.
Cerro Gordo, cara norte, polígono de tiro de la antigua Zona Militar
General Aguilar Santa María.
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La Zona Militar General Aguilar Santamaría fue un centro del horror y deben
encaminarse las acciones para identificar, ciertamente, ese tiradero de
cadáveres donde muchas familiares podrían encontrar a sus desaparecidos y
exhortar a las personas en la cultura de la denuncia, porque luego de 33 años
denunciar un hecho, poco se puede hacer. Pero algo es algo, en este lugar de
Guatemala oriental marcada hasta hoy por la cultura del silencio y el horror.
María de los Ángeles Roca es una periodista independiente e investigadora
social guatemalteca residente en Arizona.
Publicado por LaQnadlSol
USA.