El resultado neto de más de
dos décadas de las denominadas reformas económicas está ahí para que todos lo
vean. India se encuentra al borde de una guerra nuclear con Pakistán por
Cachemira; hay un aumento significativo del fanatismo religioso, y toda la
clase trabajadora, que ha sufrido mucho, vive en la desesperación. Vaya y
visite cualquier ciudad de la India, y la mera visión dañará al ojo como una
llaga.
EL MITO DE LA INDIA COMO
UNA SUPERPOTENCIA
Por Imtiaz Akhtar
El veredicto de la prensa mundial ha sido finalmente dado a conocer: La
India, dicen, ya no es un país pobre, despreciable tal y como ha sido
representado en el cine europeo y novelas orientalistas, sino que ahora es una
superpotencia. Para reforzar su argumento, nos muestran el arsenal nuclear de
la India. Si esto no es suficiente, nos muestran que la riqueza de los 100
indios más ricos se ha duplicado o triplicado. Ellos van relatando una tras
otra las hazañas para reforzar sus objetivos, incluyendo: la victoria en la Copa
Mundial de Cricket del 2011, la misión lunar de la India, el crecimiento
fenomenal de la industria celular, el número de hindúes que han ganado premios
en concursos de belleza, y la creciente popularidad del cine de Bollywood en
los países europeos. Las cosas no podían ponerse mejor en estos días, con todo,
desde la cirugía plástica a la física cuántica, "demostrándose" haber
sido un descubrimiento hecho de alguna manera por los hindúes hace miles de
años, cuando todo el mundo dormía. El caso ha sido resuelto más allá del atisbo
de una duda razonable. India es el futuro. Como era de esperar, los que alientan
por este tipo de India son los mismos occidentales que ven al mundo no
occidental como su feudo personal.
Hace unos meses, tuve la oportunidad de asistir a la ceremonia matrimonial de
un amigo de la infancia en el espléndido y denso bosque en el norte de Bengala.
Allí me encontré con uno de mis antiguos profesores de la escuela que sugirió,
por "mi propio beneficio", que me uniera al Partido Bharatiya Janata
(BJP) de inspiración nazi. Explicó que, aparte del hecho de que tengo todos los
títulos correspondientes, también tengo un nombre musulmán. Esto me llevó a
refugiarme en una profunda cueva laberíntica dentro de mí por un tiempo, a
pesar del ajetreo de la boda. La conversación aportó pistas cruciales sobre la
psicología de la excepcionalmente corrupta clase media de la India, que ha sido
hipnotizada en la creencia de que la India podría ser poderosa sólo a través de
las armas, despliegues de agresión, masoquismo y una venenosa variedad de
nacionalismo. Nitasha Kaul en su ensayo, Kashmir: A Place of Blood and Memory (In Until My Freedom Has Come: The New Intifada
in Kashmir, editado por Sanjay Kak, Haymarket Books, 2013) dice lo
siguiente: "Las grandes franjas de
las clases medias hindúes están llenas de intolerancia, de un entretenimiento
de masas irreflexivo, y exagerado consumismo -alimentado por los medio de comunicación
corporatizados que "manufacturan el consentimiento" a la manera del
manual de Chomsky. La mezcla de ignorancia y de cargada autoconfianza que uno
encuentra en las clases medias hindúes rivaliza con la de los estadounidenses
(ellos comparten este rasgo de 'superpotencia'!)".
Los hindúes promedio de clase media apenas leen, y cuando lo hacen, para
mostrar lo culturalmente avanzado que son, no van más allá de las ficciones de
Chetan Bhagat o Sidney Sheldon. En el cine, son los fans más acérrimos del
horrible actor y a la vez criminal Salman Khan, y en la política han
descubierto recientemente que si hay un Dios en la tierra, entonces ese es
Modi. Sus detergentes han trabajado duro para lavar las manchas de sangre de la
ropa de este hombre. El clamor de los hindúes de clase media por una vida de
súper abundancia está tan profundamente arraigado que, tal como están las cosas,
cada vez más muestran las características inconfundibles de sus antiguos amos
coloniales. La clase media y los ricos se han convertido en los nuevos
colonizadores de la India. Ya que la colonización de los recursos económicos es
imposible sin una colonización simultánea de la historia y de la memoria, los
eruditos de la India, en su mayoría brahmanes liberales, se han embarcado en un
ambicioso proyecto para reescribir la historia de los pobres y desposeídos. En
esta historia de cazador y cazado, los cazadores son siempre glorificados: se
convierten en los mediadores incuestionables del universo. Su violencia se
normaliza a través del aparato cultural, y cualquier desviación de la misma se
toma como un signo de falta de hombría o incluso de deslealtad. La clase media
de hoy ha absorbido todos los elementos barbáricos de la visión del mundo
neoliberal, según el cual, las chozas de los pobres deben ser eliminadas para
dar paso a los centros comerciales de los ricos. La clase media nunca se cansa
de repetir la palabra "desarrollo", a la vez que se niega a
reflexionar sobre su significado e implicaciones.
El filósofo brasileño Paulo Freire, en su libro -lúcido y fácil de leer- Pedagogía del oprimido (1968), comenta
que "no es para llegar a ser hombres libres que quieren la reforma
agraria, sino con el fin de adquirir tierras y convertirse así en
terratenientes, o más precisamente, jefes de los trabajadores". Esto es
exactamente lo que ha sucedido en la mayoría de las sociedades post-coloniales.
Después de cientos de años de lucha y sacrificio, los países de Asia, África,
América Central y América del Sur fueron capaces de cambiar el rumbo de la
colonización. Los colonizadores se fueron, pero legaron al resto del mundo los
valores imperialistas y praxis culturales que se han vuelto tan profundamente
arraigadas en nuestras sociedades. La mayor parte de los países que habían heredado
el legado orgulloso de la lucha anti-imperialista abandonaron su insistencia en
las sociedades igualitarias. La clase dominante recién surgida con una historia
de colonización, se ha moldeado a la imagen de sus amos coloniales. El hombre
de piel parda o negra había internalizado consciente o inconscientemente los
rasgos del hombre blanco. En ausencia del hombre blanco, el hombre pardo o negro se convirtió en uno: un objeto que
inspira tanto temor, como respeto.
En la India, la agitación más violenta tuvo lugar a principios de los años
1990. Desde entonces, cualquier remanente de un Estado de bienestar ha sido
retirado gradualmente. La India, por primera vez en su historia independiente
tuvo un Ministerio de Desinversión: un ministerio creado exclusivamente con el propósito
de entregar los recursos públicos, creados con fondos públicos, a los actores
privados. En resumen, la India se mudó del proto-socialismo a un agresivo capitalismo
clientelista: un punto públicamente reconocido incluso por el ex primer
ministro indio, Manmohan Singh.
El resultado neto de más de dos décadas de las denominadas reformas
económicas está ahí para que todos lo vean. India se encuentra al borde de una
guerra nuclear con Pakistán por Cachemira; hay un aumento significativo del
fanatismo religioso, y toda la clase trabajadora, que ha sufrido mucho, vive en
la desesperación. Vaya y visite cualquier ciudad de la India, y la mera visión
dañará al ojo como una llaga. Estas son nuestras ciudades, donde millones viven
existencias de esclavitud en medio de impresionantes islas de prosperidad. En
la misma ciudad, donde una gran mayoría no tienen acceso al agua potable, usted
encontrará las familias que son dueñas de jets privados. La violencia contra
las minorías religiosas y sexuales es un hecho cotidiano. La economía de la
India está en buena forma, pero los hindúes se ven obligados a vivir una
existencia precaria. Hay un sentimiento de creciente desencanto entre la
mayoría de los hindúes, y es en gran medida para contrarrestar esta decepción
que los grupos políticos de derecha hoy en día avivan el nacionalismo y las
amenazas del terrorismo y de los inmigrantes. Colectivamente gastamos menos en
la compra de lápices para nuestros hijos que para comprar armas. Se podría
decir con exactitud que los hindúes de clase media sufren de un profundo complejo
de inferioridad. Es para superar este complejo que tienen que recitar los
mantras de la superpotencia: su celebración, su simbolismo, sus valores
culturales dominantes, su cine, sus novelas, sus canciones, todos los cuales
afirman que en el fondo incluso ellos saben que estos son sólo una cortina de
humo, una fantasía, un simulacro creado para calmar su creciente sensación de
inquietud. Si la realidad no puede ser alterada, entonces puede al menos ser
olvidada, ignorada o tergiversada a través del arte.
Tres días después de que el matrimonio había terminado, me reuní con mi
maestro una vez más. Yo había llegado a mi internado. En las cárceles,
cuarteles militares y los internados, la vida es inmune al cambio. Tiene su
propia sensación de atemporalidad. En lugar de mí mismo, me encontré con que
los muchachos jóvenes que se parecen profundamente a mi estaban, como de
costumbre, participando en los rituales del internado. Una vez más mi maestro
de escuela y yo tuvimos una larga y contenciosa discusión sobre casi todo: desde
la política exterior de la India a la aversión a la iglesia de León Tolstoi.
Una de esas tardes, mi maestro me reveló su arraigado deseo de morir. Me miró a
los ojos y dijo en un tono muy melancólico, "Ojalá pudiera morir
rápidamente". Estaba atrapado aquí. Traté con dificultad de no mirar a sus
ojos llorosos. Aquí estaba un hombre que me había enseñado mucho; yo había
aprendido de él que el aprendizaje es el resultado de toda una vida de trabajo
duro. Pero los hombres cambian. El tiempo altera todo: desde la brizna de la hierba
a las convicciones firmes como el diamante. Si hoy en día, cada vez más hindúes
de clase media se emborrachan y desean su muerte, las razones no son difíciles
de comprender.
Hindúes como mi maestro abogan por un modelo fascista de desarrollo que
ejerce una influencia perturbadora en el ser interior. La visión del mundo
neoliberal acumula miseria y culpa en aquellos que la teorizan o apoyan. Se
aliena al individuo, en primer lugar de su ser interior y en segundo lugar de
sus semejantes. Estas teorías convenientemente olvidan que hay un límite en los
recursos naturales. Abandonados y desgastados, en que otro lugar bucarán tales
hombres su redención, si no en su propia muerte. El fascismo y su primo hermano
el neoliberalismo son heraldos de la muerte y la destrucción. Si los hindúes no
hacen caso a la historia, la India podría terminar encontrándose con la misma
suerte de Japón, que aprendió una lección de humanidad y sobriedad después de una
bárbara guerra nuclear. En 1998, cuando la India explotó con éxito sus primeras
bombas nucleares, los uniformados irónicamente utilizaron la frase en clave
"Buda está sonriendo" para indicarle a sus amos que las pruebas
fueron exitosas. Por la forma en que nuestra crisis interna se está gestando y
la forma en que la India está llevando a cabo sus negocios con Pakistán, pronto
Buda podría estar riéndose de nosotros.
Publicado por La Cuna del Sol
USA.
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