Aprovechamos el pasado 8 de
marzo, el «día internacional de la mujer trabajadora» para publicar el
siguiente artículo de Alejo Sola, uno de nuestros colaboradores de este medio,
quién recientemente también ha creado su propio medio de difusión llamado:
«Gazeta de Antropología Marxista-Leninista», el cual como su propio nombre
indica tendrá una relación con la antropología pero por supuesto siempre desde
la óptica marxista-leninista. En este caso nos regala unas reflexiones sobre la
cuestión de la mujer y la lucha de clases; enseñándonos que en nuestras
sociedades de estructura y superestructuras burguesas y capitalistas lo que
prima, existe y hay que profundizar para su evolución progresiva no es la lucha
de sexos sino la lucha de clases y dentro de esta unas costumbres, unos clichés
y unas desorientaciones de parte de las clases reaccionarias para azuzar lo
primero la lucha de sexos en detrimento de la lucha de clases.
Del mismo modo se explica
que como se ha demostrado en otras ocasiones históricas, sin dar respuesta a la
lucha de clases la mujer no puede lograr la igualación en derechos y libertades
con el hombre que tan justamente anhelan:
«¿Cuál era el camino que
establecían los comunistas para las mujeres?
Dijeron que existían dos condiciones básicas para la emancipación de la
mujer. La primera es que ellas debían ser liberadas de la esclavitud asalariada.
Como se pide a todos los trabajadores, sin esto, las mujeres todavía se
enfrentan a la opresión de clase y a todos los males del capitalismo: la
inseguridad, el desempleo, la inflación, las guerras imperialistas, la
servidumbre doméstica, la falta de atención pública para sus hijos, etc. (...)
La segunda condición previa es que las mujeres se involucraran en el trabajo
social productivo». (Partido del Trabajo de Albania; La nueva Albania; Un país
pequeño, una gran contribución, 1984)
LA CUESTIÓN DEL GÉNERO Y LA
CLASE SOCIAL
Por Alejo Sola
Con motivo del día de la mujer ayer día 8 de marzo, el análisis de la
cuestión del género se nos vino de nuevo a las cabezas. La correcta definición
de ésta cuestión a la hora de actuar realmente de manera revolucionaria ante
ello es fundamental hoy día en la época del imeprialismo; del capitalismo en
putrefacción. Ésto no se reduce a una mera cuestión antropológica: la cuestión
antropológica no es nada si no es guiada por la ciencia máxima del único
fenómeno absoluto; el cambio. Ésta herramienta no es otra más que el
marxismo-leninismo.
Numerosos son los discursos “progresistas” que se las dan como tales debido
al influjo del feminismo. Pero, ¿qué es el feminismo? Es una corriente de
pensamiento originada por las condiciones materiales de la aplicación del
régimen de patriarcado heredado de la Edad Media (y heredado del esclavismo por
ésta, y de las jefaturas -donde surge éste patriarcado- por éste, etc…) a la
producción capitalista. Se fundamenta en la meta de conseguir igualdad entre
hombres y mujeres, abstractos de su carácter de clase. Por ende, la defensa de
las consignas feministas corresponde al paquete de medidas típicos de una
revolución democrático-burguesa. Nada tiene que ver con la revolución
socialista el simplemente atrancarse en éste paquete: hay que ir más allá.
Verdaderamente, existe una desorientación general en la cuestión del
género, ya que siempre, los filósofos y la intelectualidad defensora del
interés de clase de la burguesía, han querido suplantar la dicotomía
fundamental de la sociedad (la lucha de clases) por una “lucha de los sexos”
que en los casos en que se da, es un simple complemento a la explotación del
trabajo por el capital en la producción capitalista diaria, aumentando la tasa
de plusvalía bruta que se extrae a los trabajadores y trabajadoras en el caso
de éstas segundas. Es por tanto, en la división imperialista del trabajo,
totalmente normal ver que éste patriarcado resulte una realidad aplastante en
los países puramente productores y algo que simplemente se puede intuir con
esfuerzo en los países metrópoli (sobre todo en los que tienden a ser paraísos
fiscales), y que aparece “a medio gas” en países dedicados fundamentalmente a
servicios que no son directamente financieros o de gestión de los circuitos
mundiales del capital (siendo lo primero el rasgo característico de los “países
capitalistas medios” y ésto último algo que corresponde a la metrópoli según el
“esquema” científico del imperialismo desarrollado por Lenin a raíz de las ideas
de Marx y Engels y que enriquecieron Stalin y Hoxha).
Para los primeros casos mencionados de países (los puramente productores),
hay que dejar bien claro que:
“Disgregando la vieja
familia, liberando a la mujer y al niño de la autoridad del padre y del marido,
la gran industria [moderna, capitalista - Anotación de A. S.] trabaja por la
aparición de una nueva familia, en la que la mujer dejará de ser una esclava
[en el núcleo familiar - Anotación de A. S.] […]. Puesto que Marx aporta a las
mujeres el anuncio de su liberación ineluctable, acarreada por la del
proletariado. Marx parte del mundo real y del movimiento dialéctico de la
historia. La contradicción del trabajo colectivo en las fábricas y de la
apropiación individual entraña la rebelión de las fuerzas productivas [de su
actor protagonista del desarrollo potencial futuro; el proletariado - Anotación
de A. S.] contra la propiedad capitalista. El régimen de la libre empresa y del
beneficio engendra al proletariado, hoy enemigo suyo y mañana su enterrador: el
proletariado, compuesto por hombres y mujeres que no pueden emanciparse sin
emancipar al mismo tiempo a todas las capas de la sociedad [y de su clase -
Anotación de A. S.] […] Participación en la producción; liberación de la
explotación capitalista, tales son las dos fases de la emancipación femenina.
Con la abolición de la dictadura del capital, la suerte de la mujer se
encontrará reglada. La victoria de la obrera emancipará a todas las mujeres de
sus obstáculos, pondrá fin a la inferioridad jurídica, política, económica:
puesto que las tutelas, las sujeciones, las servidumbres domésticas impuestas
al sexo femenino por la sociedad burguesa no desaparecerán más que con ella”.
(Freville, J; Introducción a “La mujer y el comunismo”, 1951)
Pero nos surge una duda “antropológica”: ¿por qué es más exclusivo el
patriarcado para los primeros casos de países?
La respuesta es más bien simple: porque aglutinan la producción mundial en
su mayoría. Habría, sin embargo, que introducir en éste grupo de países donde
el patriarcado es una realidad abismal, como herramienta preferida utilizada
por la producción capitalista [1] para amplificar su efecto sobre la clase
obrera, a los países metrópoli que acarrean una base industrial poderosa, como
EEUU, China y Rusia, donde casualmente esas diferencias de género están más
acusadas (se demuestra además que las diferencias de salario según el género se
acusan en aquéllos países que caen en la competencia internacional [2]) . No hace falta probar más que con datos obvios
que la mujer trabajadora es la única que sufre este tipo de desigualdades
salariales que llevan a ésta situación, ya que es la única sometida a las leyes
del salario. El capital, la ganancia, sin embargo, no entiende de género pues
no tiene conciencia (a diferencia del burgués, que fija el salario según las
fluctuaciones de la oferta y demanda de fuerza de trabajo, determinada por el
desarrollo de la competencia capitalista) y le da igual quién lo extraiga del
trabajo ajeno y lo acumule; además no puede determinarse por estándares más que
por la competencia y en ésta triunfan los burgueses más hábiles con la vara
para con sus obreros y obreras, y con el talonario para con las instituciones
del Estado, sean del género que sean éstos burgueses [3].
No es de extrañar que la burguesía pretenda hacer pasar por “liberador de
la mujer” un discurso no de clase sino de género: ¿acaso la mujer burguesa
sigue explotada o ha sido explotada? ¿Se conseguirá algo que no sea maximizar
la opresión de la mujer y el hombre trabajadores si se le otorgan más derechos
a la mujer burguesa -o al hombre burgués, aunque no sea el caso del estado de
la cuestión-? ¿Acabará acaso la explotación de proletarios y proletarias por
burgueses y burguesas -y así la esclavización de la mujer y del hombre como
proletarios- sin acabar con el capitalismo; si sólo se le equiparan los
salarios? El trabajo seguirá siendo trabajo asalariado; compra-venta de la
fuerza de trabajo, ergo la mujer, aunque con las mismas normas que los hombres
en esa república democrática que equipare salarios, vería por el propio
desarrollo de la competencia capitalista en todos sus niveles (que van de la
mano entre sí) su salario, junto al de su camarada varón proletario, descender
paulatinamente. Más aún: en las clases pequeño burguesas, donde la
depauperación es muy acusada, la proletarizacióna afectará y atizará a ambos
sexos sin miramientos y con el equidistante palo verde del derecho burgués. ¿No
se prueba acaso que la única liberación posible para la mujer -y para el
hombre- es su liberación de clase, la destrucción del capitalismo; ejercer
hasta las últimas consecuencias el interés de clase del proletariado?
Se suele decir que la única forma de aproximarse a grupos silenciados es
pertenecer a esos mismos grupos. Se dice en consecuencia desde el feminismo
(teoría burguesa de la emancipación femenina, como decíamos al principio, en
contraposición a la única ciencia válida para ésta: el leninismo) más radical y
pequeñoburgués que sólo la mujer puede emancipar a la mujer. Pero sin embargo,
no es la mujer como tal, abstracta de su carácter de clase, mecánicamente
homogeneizada, la que se transmuta como colectivo silenciado: es la mujer
trabajadora como fundamento composicional básico del proletariado: es el
proletariado el que se libera a sí mismo, conociendo la realidad, organizando
sus elementos conscientes y provocando el movimiento de la masa mediante la
concienciación de ésta misma (con su consecuente abandono de su carácter como
“masa”), y atrayéndose a las “masas” explotadas de clases no proletarias
(semiproletarias) para poder garantizar su triunfo, el triunfo de los intereses
del proletariado que por la depauperación se convierten en intereses “de la
sociedad” (v. Marx, Karl; “Introducción a la crítica de la filosofía del
derecho de Hegel, 1843 capítulo VI; “El proletariado”). Tal es el ridiculismo
al que caen las teorías burguesas cuando quieren penetrar en el movimiento
obrero y desorganizarlo. Lo mismo va dirigido hacia el revisionismo cual misil
hacia su testa. Igual para el nacionalismo y el chovinismo (formas de
revisionismo, como por ejemplo ocurre con el maoísmo): todos ellos quieren
desviar la atención de la clase obrera de la fuente de su sufrimiento; la
explotación, tanto a nivel nacional como internacional (véase “teoría de los
tres mundos” del revisionismo maoísta).
Además, es bien absurdo que para analizar bien un grupo se ha de pertenecer
a éste sí o sí: no son pocos los grandes teóricos y prácticos, héroes podríamos
decir (que no son nada sin el pueblo, que de verdad es el único capaz del
movimiento de la historia relegando a los héroes a un segundo plano), clásicos
del marxismo, que no encuentran su origen de clase en el proletariado. Más aún:
difícil es para un proletario permitirse un gasto en materiales de lectura de
tales proporciones (aunque es también común que grandísimos cuadros comunistas
han emanado directamente de esta clase).
Esos “héroes” normalmente son miembros de la intelectualidad, de su
fracción que se pone al servicio completo y bajo la subordinación total y
absoluta de ella a los intereses de la clase obrera. La intelectualidad no es
una clase, como recuerdan Lenin y Hoxha, sino más bien un grupo de pensadores
sometidos a los intereses de según qué clase (como no puede ser de otro modo al
existir bajo unas condiciones materiales de división social en clases), y
sirven a ésta. Con el desarrollo de la construcción socialista, como prueban
Stalin y sobre todo Jozsef Revai (leninista húngaro dedicado al análisis de la
cultura), la intelectualidad se funde con la clase obrera: es la clase obrera
propietaria de los medios de producción cultural e intelectual, debido y en
consecuencia a que se convierte en poseedora de los medios de producción
material (parafraseando a Marx).
Volviendo al tema que nos ocupa, sería tan absurdo pensar que la mujer
burguesa fuese a liberar a la mujer proletaria tanto como no comprender la
posición de ambas en las relaciones de producción actuales.
Engels nos recuerda el estado de la cuestión de la liberación de la mujer
haciendo un paralelismo con la cuestión de las consignas democráticoburguesas:
“La república democrática no
suprime el antagonismo entre las dos clases; al contrario, no hace más que
suministrar el terreno en que llega a su máxima expresión la lucha por resolver
dicho antagonismo. De igual modo, el carácter particular del predominio del
hombre sobre la mujer en la familia moderna, así como la necesidad y la manera
de establecer la igualdad social efectiva de ambos, sólo se manifestarán con
toda nitidez cuando el hombre y la mujer tengan, según la ley, derechos
absolutamente iguales. Entonces se verá que la liberación de la mujer exige
[como el paso previo mencionado en la cita de Freville - Anotación de A. S.],
como primera condición, la reincorporación de todo el sexo femenino a la
producción social, lo que a su vez requiere que se suprima la familia
individual como unidad económica de la sociedad”. (Engels, Friedrich; “El
origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, 1884, en “La mujer y
el comunismo”, 1951, p. 53)
Otro tanto ocurre con la cuestión de la etnia de pertenencia. Cuando la
clase obrera centra sus esfuerzos en algo que nada tenga que ver con su
emancipación de clase, como la emancipación de una etnia o género sin más, se
estará condenando a mantener las condiciones de la propiedad privada sobre los
medios de producción y, por ende, su esclavismo, su miseria, su explotación.
Todos los intentos de reformismo están condenados ya que:
“En general, la forma del
cambio de los productos corresponde a la forma de la producción. Modificad esta
última, y como consecuencia se modificará la primera. Por eso, en la historia
de la sociedad vemos que el modo de cambiar los productos es regulado por el
modo de producirlos. El intercambio individual corresponde también a un modo de
producción determinado, que, a su vez, responde al antagonismo de clases. No
puede existir, pues, intercambio individual sin antagonismos de clases. Pero la
conciencia del buen burgués se niega a reconocer este hecho evidente. Como
burgués, no puede por menos de ver en estas relaciones antagónicas unas relaciones
basadas en la armonía y en la justicia eterna, que no permite a nadie velar por
sus intereses a costa del prójimo. A juicio del burgués, el intercambio
individual puede subsistir sin antagonismo de clases: para el estos dos
fenómenos no guardan la menor relación entre sí. El intercambio individual, tal
como se lo figura el burgués, tiene muy poca afinidad con el intercambio
individual tal como se practica. El señor Bray convierte la ilusión del buen
burgués en el ideal que él quisiera ver realizado. Depurando el intercambio
individual, eliminando todos los elementos antagónicos que en él se encierran,
cree encontrar una relación “igualitaria”, que quisiera instaurar en la
sociedad. El señor Bray no ve que esta relación igualitaria, este ideal correctivo,
que él quisiera aplicar en el mundo, no es sino el reflejo del mundo actual, y
que, por tanto, es totalmente imposible reconstituir la sociedad sobre una base
que no es más que una sombra embellecida de esta misma sociedad. A medida que
la sombra toma cuerpo, se comprueba que este cuerpo, lejos de ser la
transfiguración soñada, es el cuerpo actual de la sociedad”. (Marx, Karl;
“Miseria de la filosofía”, 1847, capítulo I, epígrade II, ed. marxists.org)
Conclusión:
“La República de los Soviets
de Rusia, por contra, ha barrido de un solo golpe, sin excepción, todos los
restos jurídicos de la inferioridad de la mujer y asegurado de golpe la
igualdad más completa por ley para la mujer”. (Lenin, Vladimir; “Para el día
internacional de las mujeres”, 1920, en “La mujer y el comunismo”, 1951, p. 88)
“Ningún gran movimiento de
oprimidos, en la historia de la humanidad, se ha desarrollado sin la
participación de las mujeres trabajadoras. Las mujeres trabajadoras, las más
oprimidas de entre todos los oprimidos, nunca se han quedado ni han podido
quedarse aparte del gran camino del movimiento liberador. El movimiento
liberador de los esclavos empujó, como se sabe, hacia adelante a cientos y
miles de grandes mártires y heroínas. En las filas de los luchadores por la
liberación de siervos, había decenas de miles de mujeres trabajadoras. No es
sorprendente que el movimiento revolucionario de la clase obrera, el más
potente de todos los movimientos liberadores de las masas oprimidas, haya
atraído hacia sí a millones de mujeres trabajadoras. El Día Internacional de
las Mujeres es el testimonio de la invencibilidad y el presagio de un gran
futuro del movimiento liberador de la clase obrera.” (Stalin, Iósif; “Por el
día internacional de las mujeres”, 1925, en “La mujer y el comunismo”, 1951, p.
64)
Publicado por La Cuna del Sol
USA.
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