El arribo de Jimmy Morales
al poder no constituye sorpresa alguna, todo esto fue parte de un plan bien
elaborado desde Washington. Morales no fue encontrado en su camino por el
movimiento anticorrupción, él estaba a la expectativa listo para saltar al
entarimado en el momento oportuno y montar su show del político no tradicional, inexperto, y no
manchado por la corrupción.
EL PLAN FUNCIONÓ A LA
PERFECCIÓN,
EL COMEDIANTE LLEGA AL PODER
La
Cuna del Sol
Por esta época hace un año, nadie esperaba o se imaginaba que un casi total
desconocido en el sórdido mundo de la política guatemalteca, de forma
apabullante venciera a su rival en el balotaje final de las elecciones
presidenciales del 25 de octubre y se convirtiera en el próximo presidente de
Guatemala. Aunque este escenario haya sido trabajado con anticipación por
quienes han movido los hilos tras bambalinas, nadie, ni ensueños, se imaginaban
semejante desenlace. Sin embargo, en un país donde una línea muy tenue separa
lo inverosímil de la realidad, Jimmy Morales, el comediante evangélico
conservador, nacionalista, sin ninguna experiencia política previa, pero con la
bendición de Dios, de los militares más retrógrados, de las fuerzas paramilitares
de las PAC y del también inverosímil pueblo de Guatemala, que recién había
provocado la caída de un presidente militar, está próximo a ceñirse la banda
presidencial por los siguientes cuatro años.
Lejos de ser una sorpresa, la repentina irrupción de Morales en la
contienda electoral en el preciso momento en que se iniciaba el movimiento de
protesta social contra la corrupción en el gobierno y que exigía las cabezas del
binomio presidencial Pérez-Baldetti, obedeció más bien a un plan perfectamente
articulado desde las instancias del poder hegemónico asentado en Washington,
con el motivo ulterior de crear las condiciones para reafirmar su dominio sobre
el patio trasero. Todo funcionó a la
perfección. Los oportunos destapes de la CICIG sobre la rampante corrupción del
Estado, la activa participación de la fiscalía a cargo de una funcionaria vinculada
al partido de gobierno -el derechista Partido Patriota de Pérez Molina y Roxana
Baldetti, el activismo generado en las redes sociales, fueron elementos que
coincidieron para dar lugar al surgimiento “espontaneo” del movimiento de
protesta no violento -estilo revolución de color- sobre cuyo lema central del
“basta ya” a la corrupción del gobierno, surge la figura de Jimmy Morales con su discurso de “ni corrupto, ni ladrón”.
Fue esa imagen bien trabajada del político desconocido, no tradicional, “el
outsider” (término favorito de los anglófilos en los medios de comunicación
afines al proyecto de Jimmy), no contaminado por el virus de la corrupción de
los políticos tradicionales, la que cautivó la atención y el voto de la gente harta e
indignada del latrocinio perpetrado por las bandas de delincuentes enquistadas
en las instituciones del Estado.
Pero ya enfocándonos en el plan, un aspecto que es importante mencionar es
que en Guatemala como en otros lugares donde han tenido lugar revoluciones de
colores, la presencia de funcionarios estadounidenses del alto rango
manifestando su apoyo a las protestas ha sido una característica sobresaliente de
las mismas. En este sentido, la participación directa del embajador
estadounidense en Guatemala, haciendo las veces de procónsul, ha sido conspicua
y evidenció no solo el grado de entrometimiento de los Estados Unidos en los
asuntos internos de otro país, sino que al mismo tiempo dejó en claro su
preocupación por que las cosas se dieran de acuerdo a lo planeado. Es decir, la
caída del régimen corrupto de Pérez Molina y su posterior sustitución por un
gobierno de transición que mantendría el sistema a flote mientras se llegaba a
las ansiadas elecciones generales, en las que al novicio político y candidato
abanderado de la campaña anticorrupción desatada contra dos de los principales
contendientes, se le despejó el camino para erigirse como el triunfador.
Aunque no muchos concuerdan que lo sucedido en Guatemala fue un cambio de
régimen o golpe blando orquestado por los EE.UU, la forma en cómo se sucedieron
los eventos que culminaron con la defenestración de Pérez Molina, le dan mucha
validez a esta hipótesis. Es muy fácil desestimar esto como una teoría de la
conspiración, pero los hechos están ahí para ser analizados fríamente sin
apasionamientos de ninguna clase. Hay que tener en cuenta que en la táctica de
las revoluciones de colores, de acuerdo a Joaquín Flores y su excelente
análisis del “Electric Yerevan” en Armenia, los países designados para el
cambio de régimen no únicamente son aquellos con los cuales los EE.UU tiene
relaciones problemáticas, también incluye países con los que generalmente
mantiene relaciones amigables pero que rehúsan comprometerse con determinadas
agendas que buscan transformar el balance de fuerzas de una región, como el
caso de Mubarak en Egipto que se rehusó a interferir en Siria. En conclusión,
añade Flores, la táctica de las revoluciones de colores es compatible con
cualquier número de estrategias, y puede ser una parte en la producción de
cualquier número de los resultados deseados, y como tal es un arma muy útil de
poseer.
En el caso de Guatemala, se sabe que el país se encuentra en la zona
inmediata de influencia de los EE.UU -su patio trasero- y por consiguiente sus
relaciones con el gran poder hegemónico del norte tienden por lo general, por
obediencia, a ser muy buenas. Históricamente todos los gobiernos guatemaltecos,
a excepción del gobierno revolucionario de Jacobo Árbenz, han sido aliados
naturales de los EE.UU y el gobierno de Pérez Molina no podía ser la excepción.
El problema con Pérez Molina era que debido a su renuencia en acatar el pedido
de la Casa Blanca para reinar sobre la corrupción e impunidad en su gobierno,
lo había convertido en un presidente indeseable. Alguien que representaba un
obstáculo para la buena marcha del plan Alianza para la Prosperidad concebido
como una estrategia de seguridad (militarización) y desarrollo económico,
mediante la cual los EE.UU buscan reafirmar su dominio en el llamado Triángulo
Norte de Centro América. Esa es a la larga la razón del cambio de régimen
perpetrado en Guatemala, situación que el defenestrado ex presidente Pérez
Molina aduce ahora, fue una conspiración montada en su contra por los Estados
Unidos.
Reflexionando sobre la táctica de la revoluciones de colores -avanzada por
Gene Sharp en Darmouth y Harvard- como vehículo para el cambio de régimen, Joaquín
Álvarez nos dice, que mediante esta táctica, los EE.UU pueden efectivamente
ocultarse detrás de sí mismos, obrando para crear o al menos impulsar la misma
situación la cual explotan posteriormente. Más adelante en su análisis, Flores
indica que la gente por lo general entiende que un actor (tal como los EE.UU)
puede beneficiarse al posicionarse detrás de un participante en un determinado
conflicto. Pero la idea que un actor pueda simultáneamente generar el problema,
provocar una reacción pública, y luego apoyar una solución previamente planeada
que se ajuste a sus deseos, les parece a muchos difícil de entender o de
naturaleza conspiratoria. De esta manera, argumenta Flores, los EE.UU pueden con
un grado relativo de sigilo público, ser el promotor y el principal
beneficiario, mientras simultáneamente hace uso del descontento público que
esto lógicamente produce, como un vehículo para ejercer una presión prolongada
sobre ese mismo gobierno, hasta e incluyendo el “cambio de régimen”.
Conocedor de que la corrupción es una característica sobresaliente que
define el accionar de los gobiernos de turno en Guatemala, y que puede ser también
su Talón de Aquiles para presionarlos, los Estados Unidos como parte de su
cruzada anticorrupción global (Jimmy Morales declaró a Breibart News que su
candidatura era parte del movimiento anticorrupción que está teniendo lugar en
el mundo) decide hacer uso del tema de la corrupción como mecanismo para
activar y manipular, a través de la CICIG y las redes sociales, la respuesta
del público genuinamente descontento que no tardó en materializarse en un
movimiento social de protesta -la Primavera Azul y Blanco- contra la corrupción
en el gobierno que de inmediato contó con el apoyo abierto del embajador
estadounidense y de otros funcionarios importantes del gobierno de Obama. Pérez
Molina, en algún momento al servicio de los EE.UU como colaborador de la CIA,
erróneamente decidió resistir las presiones y quemarse las manos, aunque
finalmente terminó rindiéndose, cayendo en desgracia.
Los EE.UU no solo fueron el promotor de la crisis política que ha sacudido
a Guatemala, sino que ha resultado ser el gran beneficiario. Primero, a través
del tema de la corrupción logra levantar un movimiento de protesta ciudadano
vital para sus planes del cambio de régimen, segundo, subrepticiamente, a la
sombra del movimiento de protesta, quita de en medio a las figuras visibles de la estructura criminal
que opera en el Estado que se creía intocable. Y tercero, se establece un
gobierno de transición encabezado por gente de reconocida trayectoria
ultraderechista que, entre otras cosas, se encargaría de prepararle la mesa al
recién elegido presidente que llega sin plan de gobierno y cuyo discurso de “ni
corrupto ni ladrón” que le valió para ganar la presidencia, guarda una enorme semejanza
con el “no robo, no miento” del general genocida, cuyos camaradas en crímenes
de lesa humanidad, están a la sombra de Jimmy. Esto presagia el establecimiento
de un régimen de extrema derecha de carácter represivo que se encargará de
responder militarmente cuando los verdaderos y nocivos efectos del plan Alianza
para la Prosperidad, impulsado por los Estados Unidos y avalado por la
oligarquía nacional, empiecen a generar el descontento entre las comunidades
que resultaran directamente afectadas por la masiva presencia y la rapiña desmedida
del capital foráneo en sectores como la minería, las hidroeléctricas y el agro
negocio en gran escala.
El arribo de Jimmy Morales al poder no constituye sorpresa alguna, todo
esto fue parte de un plan bien elaborado desde Washington. Morales no fue
encontrado en su camino por el movimiento anticorrupción, él estaba a la
expectativa listo para saltar al entarimado en el momento oportuno y montar su
show del político no tradicional,
inexperto, y no manchado por la corrupción. Ahora bien, el hecho que Estados
Unidos se haya decido por un candidato rodeado de los militares más
reaccionarios, violadores de los derechos humanos y de otras personalidades con
nexos con el crimen organizado y actos de corrupción, aparte de demostrar que
la promoción de la democracia, los derechos humanos y la lucha contra la
corrupción es pura retórica vacía que únicamente utiliza para generar
situaciones de caos en aquellos países designados como blanco de sus
operaciones desestabilizadoras, es por otra parte, una indicación que Estados
Unidos le apuesta a los cuadros más reaccionarios de la derecha como estrategia
imperialista para establecer su dominio sobre lo que sigue considerando como su
patio trasero, sobre todo en los actuales momentos en los que busca contener la
creciente presencia de Rusia y China en el Istmo Centroamericano y por ende en
toda América Latina.
Publicado por La Cuna del Sol
USA.
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