La justicia, más allá de la
pretendida búsqueda de objetividad, es siempre justicia para algunos. En otros
términos: todos somos iguales…, pero algunos son más “iguales” que otros.
GUATEMALA: ¿POR QUÉ TANTA
RESISTENCIA
CONTRA LA JUSTICIA MAYA?
Por Marcelo Colussi
“La ley es lo que conviene al más fuerte”, sentenciaba Trasímaco de
Calcedonia en la Grecia clásica. La fórmula sigue siendo válida al día de hoy:
la ley, el derecho, las normas que fijan la vida, no son absolutas ni
universales. Mucho menos: naturales ni de origen divino. Responden siempre a un
proyecto hegemónico, a un centro de poder. La justicia, más allá de la
pretendida búsqueda de objetividad, es siempre justicia para algunos. En otros
términos: todos somos iguales…, pero algunos son más “iguales” que otros.
Vale comenzar con esta idea para entender qué está pasando en este momento
en Guatemala con la discusión sobre las reformas constitucionales,
fundamentalmente lo relacionado al (los) sistema(s) de justicia.
Pareciera que el debate se centra entre uno u otro: el de la justicia
ordinaria (¿la “occidental” podríamos llamar?) y el de la justicia tradicional
maya. Tal como cierta posición presenta las cosas, la discusión gira en torno a
cuál es “más conveniente”, cuál ofrece más soluciones. Y, por supuesto, la
opinión que los principales factores de poder nacional esgrimen, vuelcan la
decisión hacia la justicia actual, la que viene marcando el paso desde la
constitución del Estado hace ya dos siglos, excluyendo el derecho
consuetudinario de los pueblos mayas.
En esta lógica, esos factores de poder –abanderados por el Comité
Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras
(CACIF)– muestran una situación artificial, tendenciosa, que sirve para
confundir a la opinión pública, intentando inclinarla para una determinada
posición. De ese modo, se presenta el derecho maya tradicional como “atrasado”,
“violento”, mostrando que no es lo que “el país necesita”. La imagen
prejuiciosa de una justicia tradicional que latiguea en plaza pública a los
declarados culpables es lo que campea como símbolo. Junto a eso, la otra
justicia, la hoy día existente, “oficial”, se presenta como racional,
balanceada, no violenta. El debate –falso– pretende resaltar las bondades de un
sistema sobre las deficiencias y atrocidades del otro.
Complementando esa falsa dicotomía, el mensaje que esta visión anti-maya
envía es de supuesta unidad nacional. “Guatemala es una sola, por ende, un solo
sistema de justicia debe haber” sería la propuesta. Propuesta, incluso, que es
fácilmente digerible, hasta inteligente: “¿Por qué dividir en vez de sumar?”,
informa maliciosamente. Y dado que el derecho tradicional maya, por una suma de
elementos, no ha podido hacerse conocer claramente ante la opinión pública
explicando cómo funciona ni qué ventajas ofrece, la visión difundida por el
CACIF se impone.
Ello se amarra, además, con un racismo visceral que barre toda la sociedad
(“Seré pobre pero no indio”), sobre el que la visión de “civilización versus
barbarie” puede asentar perfectamente. El fantasma de la “rebelión de indios”
(que vendrían a cobrarse venganza por el despojo originario) sigue presente. La
cabeza de un ladino actual sigue funcionando no muy distintamente a la visión de
un conquistador del siglo XVI.
Sin embargo, analizando en profundidad, la manipulada dicotomía encubre
algo más que racismo. Los factores de poder (léase: empresariado nacional),
además de racistas (ni un solo indígena compone la cúpula del CACIF), tienen
mucho que perder ante un cambio de paradigma legal. De hecho, ponen
urgentemente las barbas en remojo ante la posibilidad que la justicia cambie.
¿Por qué? Por lo que decía Trasímaco: porque la ley, la justicia, el derecho,
¡conviene al más fuerte!
La ley supuestamente “buena”, la “civilizada”, es la que hoy domina. Ella
legalizó el robo de las tierras de los pueblos originarios siglos atrás, y
permite seguir robando recursos, aniquilando la naturaleza en los territorios
que ocupan los pueblos mayas, desviando ríos y criminalizando la protesta
comunitaria. Si a ese derecho se le opone un derecho favorable a los pueblos
ancestrales, ¿quién es el que se perjudica?
Hoy, como dice Boaventura Sousa Santos refiriéndose al caso colombiano en
particular y latinoamericano en general, “la verdadera amenaza no son las FARC.
Son las fuerzas progresistas y, en especial, los movimientos indígenas y
campesinos. La mayor amenaza [para la geoestrategia de Estados Unidos y las
oligarquías nacionales] proviene de aquellos que invocan derechos ancestrales
sobre los territorios donde se encuentran estos recursos [biodiversidad, agua
dulce, petróleo, riquezas minerales], o sea, de los pueblos indígenas”. No nos
dejemos confundir con la fantasía que a un ladino lo van a latiguear en
público: lo que está en juego es la legitimidad de un robo que ya se tornó
legal.
Publicado por La Cuna del Sol
USA.
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