La división entre los
guatemaltecos no fue salvada, sino estimulada por políticos y por gobernantes
inescrupulosos. Las condiciones de vida de las clases populares no fueron
mejoradas. Las causas que habían originado aquella división, en vez de haber
sido resueltas fueron agravadas por la voracidad y por la canallería andante.
Y AHORA LO ESTAMOS
VIENDO…
Por Manuel José Arce
(De la serie “El Solar Conocido”)
Guatemala ha sido siempre el país de la
frustración y de las sustituciones.
Tras una serie de heroicas luchas que, en
muchos casos condujeron a sus héroes al martirio, nuestra independencia se
realizó incruentamente, con cohetes y marimba, con el último Capitán General
como primer gobernante de la naciente soberanía.
Aquello no nos costó nada de momento. Fue una
independencia híbrida, desvaída, cuyo fruto
-la soberanía nominal de esta faja estrecha de América- sería tenida en muy poco por los pro-hombres
de entonces.
Y la prueba está allí, como un borrón de la
historia de Guatemala: corrimos a poner nuestra soberanía a las “imperiales”
plantas de don Agustín de Iturbide y recibimos arrodillados a don Vicente
Filísola y a sus huestes mexicanas. De no haber sido por los salvadoreños que tuvieron
un gesto de patriotismo viril, aunque fueran derrotados, Centroamérica toda se
habría sometido a la anexión ya al Imperio.
Pero, a pesar de toda nuestra tibieza, la
Historia se cobra su diezmo de sangre en nuestros pueblos. Sangre que a la
postre resulta siempre estérilmente derramada, criminal desperdicio con el que
solemos pagar nuestra avaricia de ella en los momentos cuando sí se hace
necesario derramarla, cuando sí sería heroico, justificable aunque no justo.
Nuestra cobarde actitud de 1821 frente a México
y frente a España dio por resultado todas las luchas del separatismo criminal
que ensangrentaron los campos de Centroamérica y que fragmentaron en ridículas
soberanías lo que estaba llamado a ser una nación grande y próspera; que nos
dejaron como mínimo cacicazgos, sujetos de pies y manos a la voluntad de los
tiranos en turno, que castraron (¿es fuerte la palabra?, pues pongámosla con
mayúsculas): CASTRARON el espíritu cívico de los centroamericanos.
De allí los Carreras, los Estrada Cabreras, los
Carías, los Somozas, los Martínez y los Ubicos, frente a quienes el sacrificio
de unos pocos ciudadanos dignos resultó siempre inútil.
-Cuando en 1954 nuestro pueblo se encontraba
profundamente dividido en dos bandos, y cuando cada bando tenía -hay que reconocerlo- una bandera válida para la lucha y cuando
esos bandos se enfrentaban con las armas en la mano, listos para la sangre
fratricida que la historia señala a cada pueblo- llámese guerra de secesión, revolución,
guerra civil o como quiera llamársele-
las componendas palaciegas, la traición, la prestidigitación diplomática
y el soborno resolvieron la crisis que Guatemala vivía por los caminos
tortuosos del golpe de Estado y de las componendas a espaldas del pueblo.
Los guatemaltecos de entonces querían batirse.
Pero batirse lealmente, cara a cara, con valentía y con heroísmo de pueblo. Era
el plebiscito de las armas y de la sangre donde cada quien depositaría su voto,
su sangre o su vida por la idea que le era justa.
Tal lucha
-si intereses extraños no hubieran mediado- hubieses sido, a la larga,
una expresión de violencia democrática.
Pero la Democracia, está visto, está
definitivamente desterrada de nuestra historia. La voluntad de los intrigantes
pesa más en nuestra vida institucional que la del ciudadano.
Se vertió sangre. Pero fue sangre estéril,
criminal e inicuamente derramada. Los campos de Oriente vieron caer -no en guerra sino en asesinato- a los campesinos que vivían en la región. Las
cárceles de la ciudad vieron caer, -no
fusilados sino masacrados- a los
enemigos políticos capturados aquí.
Después, los componentes de los políticos, los
manejos de los embajadores, la intriga y la mugre.
Toda la rabia popular de aquel entonces,
frustrada en su momento más justo, traicionada por los dirigentes de uno y de
otro bando, flora hoy y estalla acaso tardíamente, acaso estérilmente. De la
misma forma negativa e inconducente como estalló en las guerras fratricidas de
Morazán y de Carrera.
Porque la “movida” de 1954 pudo haber saciado a
sus protagonistas, pudo haber satisfecho a quienes de ella obtuvieron provecho
y ganancias. Pero el enfrentamiento histórico siguió en pie. No se resolvió con
que se sacara del solio presidencial a un ciudadano y se colocara a otro.
La persecución de unos cayó sobre el pueblo.
La división entre los guatemaltecos no fue
salvada, sino estimulada por políticos y por gobernantes inescrupulosos. Las
condiciones de vida de las clases populares no fueron mejoradas. Las causas que
habían originado aquella división, en vez de haber sido resueltas fueron
agravadas por la voracidad y por la canallería andante.
Ahora lo estamos viendo.
Publicado por La Cuna del Sol
USA.
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