César ha sido todo un
valiente y todo un hombre consecuente. César no es rico, pero actualmente ya es
un anciano octogenario no muy bien de sus facultades mentales. Vive de sus
glorias pasadas, de sus nunca desmentidos heroísmos. Pero corre un peligro
mortal ante los otros loquitos: los militares chochos contrainsurgentes de Guatemala que
padecen de locura criminal y que de veras quieren matarlo.
POR FAVOR, NO MATEN
A CÉSAR MONTES
Por Luciano Castro Barillas
Tuve la oportunidad de conocerlo en Managua, en
1989, cuando trabajaba en una oficinita del Ministerio de Relaciones
Exteriores. Era una oficina con poco movimiento, desprolija, por lo que no sé
si realmente trabaja allí o fingía trabajar. La naturaleza lo había dotado de
una complexión bastante frágil y estatura pequeña, quizá de 1.50 metros. No acertaba yo a comprender como un hombre tan pequeño tuviera
tanto coraje, valentía y trayectoria, cuya mención durante el movimiento
revolucionario de la Sierra de las Minas en la década de los años 60 le hiciera
tan temible e innombrable. Me imaginé inmediatamente que así pudo ser Augusto
César Sandino, el General de Hombres Libres.
César si se hubiera dedicado al boxeo le
debieron haber clasificado en el peso mosca. Su bravura no iba en proporción a
su tamaño. Parecía un perro chihuahua con el empuje de un pitbull. Pero César
sufrió mucho con su pequeña estatura, aunque daba la impresión que no, porque
se sobreponía y solía hablar con gran seriedad, caminar a grandes zancadas
insolentes con sus piernas cortas y cargando siempre un pistolón con poco disimulo, que un poco vencido por la
gravedad, casi lo arrastraba o lo llevaba por un lado. Con un rictus severo en
sus labios y con una voz potente, como Gallito de Lata, cimbraba el ambiente
con la fuerza de sus convicciones. Con su actitud de perdonavidas, con sus
relatos de combates -ciertos o imaginados- donde resultaba victorioso y tal vez
con razón, porque nadie había podido matarlo, pese a tantos enemigos. Siempre
resultó muy seductor escuchar a aquella especie de Comandante Guerrillero de
Bolsillo.
No pudo triunfar, ciertamente, la guerrilla que
él comandó, pero tampoco a él lo mataron. Fundó el Ejército Guerrillero de los
Pobres, EGP, junto con otros revolucionarios como Camilo Sánchez y Rolando
Morán, quien se encargó de promover a los cuatro vientos después de su
expulsión de la Dirección Nacional que César Montes era un pervertido, que se
cogía a las compañeras aprovechándose de su jerarquía militar y en fin, dijeron
tanto denuestos de él, todos los ahora muertos; que lo hicieron ver como un
sujeto antirrevolucionario con serias desviaciones sexuales. La verdad
era otra. En el frente de la montaña, Rolando Morán, le había birlado a su
esposa y temiendo una venganza del agraviado tuvo que salir expulsado del
monte, llevar consigo la carga del desprestigio y ser anatemizado por toda la
militancia revolucionaria, no solo del EGP, sino de todo el movimiento
revolucionario.
Se tuvo que ir a El Salvador y se incorporó a
la guerra en el Frente de Guazapa que fue extraordinariamente comandado por él,
gracias a su genio militar: la fuerza armada jamás pudo tomar ese reducto del
FMLN, cercano a San Salvador, porque el Cerro de Guazapa fue transformado en un
auténtico queso brugge con socavones estilo vietnamita por todos lados. César
ha sido todo un valiente y todo un hombre consecuente. Nunca dio el piojito al
enemigo como lo hace ahora Timoshenko en Colombia. César no es rico, pero
actualmente ya es un anciano octogenario no muy bien de sus facultades
mentales. Vive de sus glorias pasadas, de sus nunca desmentidos heroísmos.
Ahora, en este momento está feliz en su locura senil inocua, con todos los
reflectores sobre él, porque cierto es también su inequívoco culto a la
personalidad. Pero corre un peligro mortal ante los otros loquitos: los
militares chochos contrainsurgentes que padecen de locura criminal y que de
veras quieren matarlo.
Dejen que a César se lo coman los mosquitos o
lo hagan salir huyendo. No podrá sobrevivir por su edad, pues no encontrará
quienes indefinidamente lo apoyen. Se quedará sin agua y como un viejo pez, ya
con pocas escamas, tendrá que salir a flote. César ya no es un peligro para
nadie. Ayúdenlo llevándolo a un hospital donde muera de viejo, creyéndose
Napoleón, porque de ese complejo padece. Ya basta de ofenderlo por su tamaño.
Sufrió de niño, de adolescente, de hombre y como amante. Todas las mujeres que
lo lastimaron, sí reconocieron algo: que la tenía pequeñita, pero cada huevo,
eso sí, era de oro.
Publicado por La Cuna del Sol
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