martes, 22 de septiembre de 2020

Las flatulencias de Donald Trump como problema político internacional

No cabe la menor duda que en conclaves políticos internacionales o encuentros diplomáticos es una pena estar a la par de sucios pedorros. Es obvio que no traen la paz por ningún lado.

 

LAS FLATULENCIAS DE DONALD TRUMP
COMO PROBLEMA POLÍTICO INTERNACIONAL



Por Luciano Castro Barillas
Escritor y analista político
La Cuna del Sol

Para nadie es un secreto los pésimos modales del presidente de los Estados Unidos, el señor Donald Trump. No presume de remilgos aristocráticos y por lo tanto no se tire sus pedos de manera discreta. Sopladitos. Sin hacer ruido. Casi imperceptibles. No. Desfoga sus intestinos ahítos de gases sin ninguna pena. Sin ninguna limitación. Al natural. De ello da cotidiana cuenta su esposa Melania que, hay noches, se ve obligada a cambiar de habitación cuando el señor Trump está verdaderamente insoportable.

 Antes que ocurriera lo de la pandemia del coronavirus la señora Trump siempre ha tenido en su dormitorio una buena dotación de mascarillas para minimizar, hasta donde se pueda, la hediondera con la que duerme. Y no es que el señor Trump no esté medicado contra las flatulencias o no se haya intentado cambiarle la dieta. Sus médicos han hecho de todo, pero el presidente es un paciente renuente a tomar sus medicamentos estomacales o a modificar sus gustos a la hora de la cena que las hace, por cierto, muy abundantes. Eso ha hecho prácticamente imposible que su familia respire un aire más limpio y esa constante polución de efecto invernadero dentro de su residencia, al parecer, nunca llegará a su fin, pues entre los tercos, él es el primero.

Pero el asunto de los ventosos o pedos sería un tema baladí como para ocuparse en un comentario periodístico, pues todas las personas, en algún momento, hacemos lo mismo. El problema es cuando el presidente de los Estados Unidos va a cónclaves internacionales y tiene que reunirse con personalidades que manejan con mucha discreción sus gases. Angela Merkel, la canciller alemana, ha tenido violentos accesos de tos cuando sufre esos ataques de gas. En un principio pensó, cuando olió y oyó por primera vez esos exabruptos gaseosos, que era cuestión de la casualidad, pero conforme fueron pasando los años y haciéndose más o menos frecuentes las reuniones se dio cuenta que era una manera de ser del presidente Trump. Que no le daba pena hacerse oír de ese modo y hacerse sentir con ese raro aroma de sus intestinos.

No creo que lo haya hecho en sus encuentros con Putin, porque a él no le ve como un subordinado y de plano lo respeta. No sé si eso es cultural en los Estados Unidos donde es muy común que los gringos blancos hagan notar su presencia con sus pedos, lo cual es frecuente, incluso, hasta donde se está comiendo. Y como los altos dirigentes vuelven moda cosas buenas, malas y feas; resulta que ahora las voceras presidenciales o del departamento de Estado sueltan sus gases sin ton ni son, sin ninguna pena, ante la presencia de corresponsales de prensa, sin que eso las turbe, azore o les cause alguna pena. Con el presidente que no tuvo quizá ninguna pena y que hicieron posiblemente un mano a mano fue con Kim Il Sun, quien es conocido por disponer más que de bombas nucleares, de tremendas bombas de gases en sus intestinos por la gran predilección que tiene por comer ensaladas de repollo y brócoli.

Me imagino, pues, que los dirigentes de la Unión Europa son los que más sufren con esta situación, sin dejar de lado a Pompeo, con quien tiene una relación muy estrecha en la planificación de canalladas por el mundo entero. Este otro barrigón debe ser de la misma condición. Quizás no sufre. O posiblemente vive atormentado y  por eso siempre anda buscando no quien se las debe, sino quien se las pague. No cabe la menor duda que en conclaves políticos internacionales o encuentros diplomáticos es una pena estar a la par de sucios pedorros. Es obvio que no traen la paz por ningún lado.




Publicado por La Cuna del Sol

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