No cabe la menor duda que en conclaves políticos internacionales o encuentros diplomáticos es una pena estar a la par de sucios pedorros. Es obvio que no traen la paz por ningún lado.
LAS FLATULENCIAS DE
DONALD TRUMP
COMO PROBLEMA POLÍTICO
INTERNACIONAL
Por Luciano Castro Barillas
Escritor y analista político
La Cuna del Sol
Para nadie es un secreto los pésimos modales
del presidente de los Estados Unidos, el señor Donald Trump. No presume de
remilgos aristocráticos y por lo tanto no se tire sus pedos de manera discreta.
Sopladitos. Sin hacer ruido. Casi imperceptibles. No. Desfoga sus intestinos
ahítos de gases sin ninguna pena. Sin ninguna limitación. Al natural. De ello
da cotidiana cuenta su esposa Melania que, hay noches, se ve obligada a cambiar
de habitación cuando el señor Trump está verdaderamente insoportable.
Antes
que ocurriera lo de la pandemia del coronavirus la señora Trump siempre ha
tenido en su dormitorio una buena dotación de mascarillas para minimizar, hasta
donde se pueda, la hediondera con la que duerme. Y no es que el señor Trump no
esté medicado contra las flatulencias o no se haya intentado cambiarle la
dieta. Sus médicos han hecho de todo, pero el presidente es un paciente
renuente a tomar sus medicamentos estomacales o a modificar sus gustos a la
hora de la cena que las hace, por cierto, muy abundantes. Eso ha hecho
prácticamente imposible que su familia respire un aire más limpio y esa
constante polución de efecto invernadero dentro de su residencia, al parecer,
nunca llegará a su fin, pues entre los tercos, él es el primero.
Pero el asunto de los ventosos o pedos sería un
tema baladí como para ocuparse en un comentario periodístico, pues todas las
personas, en algún momento, hacemos lo mismo. El problema es cuando el
presidente de los Estados Unidos va a cónclaves internacionales y tiene que
reunirse con personalidades que manejan con mucha discreción sus gases. Angela
Merkel, la canciller alemana, ha tenido violentos accesos de tos cuando sufre
esos ataques de gas. En un principio pensó, cuando olió y oyó por primera vez esos
exabruptos gaseosos, que era cuestión de la casualidad, pero conforme fueron
pasando los años y haciéndose más o menos frecuentes las reuniones se dio
cuenta que era una manera de ser del presidente Trump. Que no le daba pena
hacerse oír de ese modo y hacerse sentir con ese raro aroma de sus intestinos.
No creo que lo haya hecho en sus encuentros con
Putin, porque a él no le ve como un subordinado y de plano lo respeta. No sé si
eso es cultural en los Estados Unidos donde es muy común que los gringos blancos
hagan notar su presencia con sus pedos, lo cual es frecuente, incluso, hasta
donde se está comiendo. Y como los altos dirigentes vuelven moda cosas buenas,
malas y feas; resulta que ahora las voceras presidenciales o del departamento
de Estado sueltan sus gases sin ton ni son, sin ninguna pena, ante la presencia
de corresponsales de prensa, sin que eso las turbe, azore o les cause alguna
pena. Con el presidente que no tuvo quizá ninguna pena y que hicieron
posiblemente un mano a mano fue con Kim Il Sun, quien es conocido por disponer
más que de bombas nucleares, de tremendas bombas de gases en sus intestinos por
la gran predilección que tiene por comer ensaladas de repollo y brócoli.
Me imagino, pues, que los dirigentes de la
Unión Europa son los que más sufren con esta situación, sin dejar de lado a
Pompeo, con quien tiene una relación muy estrecha en la planificación de
canalladas por el mundo entero. Este otro barrigón debe ser de la misma
condición. Quizás no sufre. O posiblemente vive atormentado y por eso siempre anda buscando no quien se las
debe, sino quien se las pague. No cabe la menor duda que en conclaves políticos
internacionales o encuentros diplomáticos es una pena estar a la par de sucios
pedorros. Es obvio que no traen la paz por ningún lado.
Publicado por La Cuna del Sol
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