martes, 2 de noviembre de 2021

El juego del calamar: Una pesadilla capitalista de todos contra todos

El fenómeno televisivo global surcoreano de Netflix es inquietante porque muestra cómo el capitalismo sin trabas en su forma más pura significaría una guerra total de todos contra todos.

 

EL JUEGO DEL CALAMAR:
UNA PESADILLA CAPITALISTA
DE TODOS CONTRA TODOS



Ahmed D Dardir
Middle East Eye

El Juego del Calamar de Netflix (Squid Game) se ha convertido en un fenómeno. En un mercado dominado por las producciones euroamericanas, la serie surcoreana se ha convertido en el programa más visto a nivel mundial en Netflix. También ha sido calificada como la más perturbadora.

Los críticos se han apresurado a afirmar lo obvio: que el programa, en el que los concursantes entran en una competición bestial, en forma de una serie de juegos infantiles que acabarán en la muerte o en la obtención de un premio en metálico (cuya suma aumenta a medida que aumenta el número de concursantes "eliminados"), es una metáfora apropiada de la competencia en el capitalismo.

El espectáculo está plagado de referencias y alusiones a la dura realidad socioeconómica de la Corea del Sur moderna, comparando la indigencia y el estancamiento social que sufren sus personajes con la lucha de clases del país.

La serie también admite la difícil situación de los trabajadores inmigrantes y la convergencia del capitalismo con el racismo. Esto lo realiza mostrando al inmigrante moreno, a través del personaje del trabajador migrante pakistaní Ali Abdul, como la víctima preeminente de este sistema, doblemente traicionado por su jefe y por sus compañeros coreanos relativamente privilegiados.

Mientras que los concursantes que se juegan la vida provienen de los sectores más oprimidos, la explotación capitalista global se satiriza a través de una camarilla de "VIPs" ricos (predominantemente aunque no exclusivamente blancos euroamericanos), que pagan por ver los juegos y apuestan por los jugadores.

La teoría de juegos

Una lectura de la serie como una alegoría del capitalismo sería coherente con los comentarios del propio director sobre su obra. Pero, dado que no hay escasez de programas que conviertan en juego las condiciones capitalistas de competencia a muerte por los escasos recursos en escenarios distópicos, esto no explica satisfactoriamente lo que ha hecho que este programa de Netflix sea tan popular y perturbador. Lo que distingue al Juego del Calamar es la manera en que hace que esta distopía sea retratada vívidamente.

"Quería escribir una historia que fuera una alegoría o fábula sobre la sociedad capitalista moderna", dijo el director de la serie, Hwang Dong-hyuk, en una entrevista con Variety. "Algo que representara una competición extrema, algo así como la competición extrema de la vida. Pero quería que utilizara el tipo de personajes que todos hemos conocido en la vida real... Los juegos representados son extremadamente simples y fáciles de entender".

Los juegos en los que compiten los concursantes convierten las complejidades de nuestra confusa realidad en modelos de juego a través de los cuales se puede observar nuestro comportamiento como "jugadores". En otras palabras, realizan lo que la teoría de juegos ha buscado conseguir.

El premio que aumenta a medida que los competidores son eliminados convierte los juegos en una competencia de suma cero. Aunque nunca se dice a los participantes que debe haber un sólo ganador, los juegos alientan a cada uno de ellos a considerar la eliminación de los demás como una ganancia personal. El juego de suma cero que vemos en la pantalla fascina y perturba, no sólo por el comportamiento despiadado y truculento al que induce, sino sobre todo porque la razón que lo sustenta es muy lógica.

Dejando a un lado la exageración cinematográfica y la licencia artística, esta lógica egocéntrica que calcula el beneficio a costa de los demás es una característica familiar de la política internacional, la carrera de locos de las corporaciones, los sistemas de calificación escolar y, evidentemente, los juegos infantiles.

'Leviatán'

A medida que los contendientes se retiran de la competencia del mundo capitalista exterior a una forma más pura de batalla en la que todos ganan o todos pierden, ellos experimentan muchos aspectos de la "guerra de todos los hombres contra todos los hombres", como teorizó el filósofo inglés del siglo XVII Thomas Hobbes en su obra Leviatán.

Al igual que en la teoría de la naturaleza de Hobbes, en el Juego del Calamar la eliminación de las restricciones en la competencia hace que todos sean iguales: el fuerte puede someter al débil, pero el débil puede compensar sus limitaciones físicas mediante el ingenio y la estratagema, o mediante alianzas (desatinadas por las reglas de la guerra a seguir siendo contingentes e inestables) para derrotar al fuerte.

A lo largo del programa, vemos cómo se forman y se rompen alianzas, mostrando la capacidad de los personajes tanto para la compasión como para las puñaladas por la espalda. 

Este es especialmente el caso del episodio irónicamente titulado “A Fair World”, o "Un mundo justo", en el que los personajes se enzarzan en una guerra sin cuartel de todos contra todos; el único mundo justo bajo el capitalismo es un mundo en el que las personas tienen las mismas posibilidades de dañarse unas a otras mientras compiten.

Esta precaria igualdad, que los responsables del juego se empeñan en mantener en todo momento -hasta el punto de ejecutar sumariamente a los guardias y competidores que intentan manipular la competición- no conduce a una sociedad más justa, sino a la perpetuación de la guerra hasta que solo quede un sobreviviente.

Este aspecto del Juego del Calamar lo hace aún más perturbador: cuando los personajes, por voluntad propia, se retiran de la competencia capitalista real a una forma más libre de competencia en igualdad de condiciones, se desatan formas extremas de violencia, traición y brutalidad.

Juegos infantiles

Tal vez el aspecto más desconcertante del Juego del Calamar es que nos muestra algo que sabemos a cerca de nosotros mismos pero que nos esforzamos en negar: que en condiciones de libre competencia, somos capaces de cometer las peores acciones, incluso a expensas de personas a las que de otro modo podríamos compadecer o amar.

Es una reminiscencia de lo "inquietante" sugerido en el ensayo homónimo de Sigmund Freud de 1919: algo que es familiar vuelve a nosotros desprovisto de su familiaridad, representando para nosotros algo que sabíamos todo el tiempo pero que intentamos reprimir. 

También hay algo extraño en el uso que hace el programa de los juegos infantiles, que normalmente evocarían comodidad y nostalgia, y que vuelven en forma de metáforas mortales de un sistema global despiadado. Esto es ejemplificado en el juego con una muñeca gigante como protagonista, que canta una melodía inocente, eliminando a los perdedores.

Muestra cómo la doctrina de la competitividad por encima de la cooperación, la noción de que uno debe progresar a expensas de los demás, incluidos los seres queridos, se ha ritualizado a través de los juegos infantiles y, por tanto, se ha arraigado en la psique de todos nosotros desde nuestros primeros años. Incluso los juegos de grupo adoptan formas competitivas contra otros equipos; hay muy pocos ejemplos de juegos infantiles que premien la cooperación por sus propios méritos, y no simplemente como "ventaja competitiva".

Como nos muestra el Juego del Calamar, desatar el capitalismo hobbesiano, sin regulaciones en su forma más pura tiene el aterrador potencial de despertar en todos nosotros lo que el capitalismo, a través de la ideología y los rituales de la competitividad, nos ha condicionado; que la vida es una guerra sin cuartel de todos contra todos, una lucha a muerte, de cada individuo contra cada individuo.




Publicado por La Cuna del Sol

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