jueves, 16 de diciembre de 2021

Las tristes navidades de los guatemaltecos

Los cohetillos, las lucecitas de colores intermitentes, los adornos chinos abundantes para “vestir” al arbolito navideño, la locura por gastar lo que no tienen, que bien podría servirles para comer. 

 

LAS TRISTES NAVIDADES DE LOS GUATEMALTECOS



Luciano Castro Barillas
Escritor y Analista Político
La Cuna del Sol

Los cohetillos, las lucecitas de colores intermitentes, los adornos chinos abundantes para “vestir” al arbolito navideño, la locura por gastar lo que no tienen, que bien podría servirles para comer.  Es el dispendio de los pobres en las vísperas de Noche Buena y Año Nuevo que hace, indudablemente, a los guatemaltecos más pobres, pues los guatemaltecos somos pobres de solemnidad. Por siglos que el pueblo de Guatemala se debate en el hambre y las condiciones de una existencia sombría y desesperada.

Las capas medias de las ciudades aplastan y guardan con gran celo los pocos billetes que naufragan en las bolsas delanteras de sus pantalones, pero viven de las apariencias: no les falta el cochecito de cuatro cilindros usado, de poco consumo de gasolina, de lo contrario, es insostenible en el precario presupuesto familiar. O pagan alto porcentaje del salario por rentar una casa, un piso, en zona o barrio de “profesionales”, porque su título de abogado o médico se deshonraría si fulanita o menganito se enteraran que vive en un barrio popular, de los tantos que hay en la ciudad de Guatemala o en las pequeñas ciudades del interior del país. Nadie ¡ni Dios lo quiera! debe saber que para terminar el mes prestan dinero a la familia o al cuate de confianza que terminará contando los apremios económicos a otro cuate de confianza, y este a otro y a otro; en una cadena infama de cotilleos, de comidilla de chismosos con educación, pero que no tienen educación.

En la Noche Buena se mueve desesperado por ver cómo le hace para pasar esa noche comiendo su tamal o cerdo horneado y un par de tragos en casa de la “sucursal”, pues él siempre debe ser visto como un respetable hombre de familia, que el sexo solo lo realiza con su sufridita, la mujer del hogar, su esposa. Ese es el gran problema del guatemalteco, que además de pobre es un Gran Hipócrita, muy dado a respetar a Dios en estas fechas, aunque claro está, a su manera, en la medida de su hipocresía e impostación, pues en este punto se rebela contra los dogmas y acata solo lo que le conviene.  Hay que estar en la Misa de Gallo a las doce de la noche, para que las bendiciones de Cristo Redentor se derramen sobre la vida familiar y no seguir tan averiado económicamente. 

¡Las uvas, sí, las uvas de la fortuna! No pueden faltar las doce uvas y las naranjas peladas, medio peladas y sin pelar para probar a la lotería y saber cómo viene el año nuevo en cuanto al dinerito, aunque esas supersticiones son prohibidas por su religión. Después de regresar apresurado del otro frente de guerra, corridas de las doce, vuelve nuevamente a él, para tener unas buenas horas de sexo, pretextando ir a ver su madre anciana y estar unas horas consolando a la viejita.

La corrupción, pues, no es nueva en los guatemaltecos, solo que en el pasado era más hipócrita y no como ahora que el ansia de dinero lo ha transformado en un sujeto cara dura, desvergonzado y sin principios, tal como dijera un viejo conocido que venía de cuando en cuando de los Estados Unidos y solo había aprendido algo “valioso” en los 30 o 40 años de su estancia en ese país: ¡qué valen verga los principios, que no hay que ser mula, que la manera de salir de pobre es no tener principios! Por eso el guatemalteco ya no tiene interés en votar, excepto si le dan algo a cambio, porque todo, afirma, es un negocio. Y no deja de asistirle la razón. Así estamos, como buenos cristianos, disfrutando estas navidades, pero sobre todo aprestándose los chapines, de todas las clases sociales, en ver a quién rompen con la trampa del bajareque, es decir con la estafa, con ver a quién bajan.

Así es la Guatemala de hoy: atea, hipócrita y atiborrada de ladrones de poca monta y ladronazos de cuello blanco. Es la herencia para las nuevas generaciones, para quienes los estudios y la honradez les hace decir como ese viejo vecino jetón de Nueva York: ¡valen verga los principios!




Publicado por La Cuna del Sol

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