sábado, 26 de agosto de 2023

La muerte de Yevgueni Prigochin

Prigochin no cabe la menor duda perjudicó el prestigio de la Federación Rusa y la imagen personal de Putin al sembrar con su muerte la duda, la suspicacia y la sospecha de un crimen político ordenando por el jefe de Estado Ruso.

 

LA DUDA SOBRE LA AUTORÍA DE PUTIN
POR LA MUERTE DE YEVGUENI PRIGOCHIN
ES INEVITABLE Y NADA SE PUEDE HACER CONTRA ELLO



Luciano Castro Barillas
Escritor y Analista Político
La Cuna del Sol

Quiero manifestar, en primer lugar, que admiro mucho a Putin por su seriedad como estadista y por sus múltiples manifestaciones de humanidad en la guerra contra Ucrania. Ha respetado, hasta donde se ha podido, la seguridad de la población civil, pese a las constantes provocaciones del régimen nazi de Volodimir Zelenski, el histrión malvado que gobierna Ucrania y que es una especie de Pogo, el asesino en serie estadounidense que se disfrazaba de payaso para cometer sus crímenes.

Putin ha dado una y otra vez manifestaciones de ser un hombre profundamente humano. Casi no sonríe, aunque los rusos son poco dados a la sonrisa. Putin ama a los perros, a la naturaleza; e hizo venir al Kremlin a una niña que no pudo verlo cuando visitó la capital de una república rusa y se puso a llorar. Invitó a la niña y a toda su familia a tomar el té con él. ¿Qué gobernante de los que conocemos en la actualidad tiene esas manifestaciones de ternura, de humanidad? Por eso nos cuesta trabajo creer que Putin haya asesinado a Prigochin, pese a la alta traición cometida contra él, personalmente, y contra Rusia.

Toda la heroicidad mostrada por Prigochin y su milicia en el campo de batalla de Donest la botó de un codazo con la marcha armada sobre Moscú en junio. No era que esa milicia tuviera algún futuro militar de victoria contra el ejército ruso, pero hubo un hecho letal que persuadió al líder del grupo Wagner a parar en medio del camino y es lo siguiente: ningún mando militar importante respaldó su barrabasada, aunque sí se dieron algunas manifestaciones personales de opositores políticos apoyando la acción de las milicias cuando tomaron el cuartel de Rostov del Don. Ningún cuartel se insubordinó en apoyo del sublevado. Ese hecho le hizo darse cuenta a Prigochin que su acción temeraria no tenía futuro. Que no iba a llegar a un punto que no fuera el desastre. Sin embargo, el daño estaba hecho, no tanto a la seguridad del Estado, sino al prestigio del gobierno de Rusia, que proyectaba al mundo, pero sobre todo a sus enemigos, una imagen de solidez y estabilidad del Estado.

Putin en su comunicación con los ciudadanos en las horas de la emergencia calificó a Prigochin como traidor y ambicioso.  Y lo era, en efecto. En cualquier país del mundo donde se hubiera dado una acción semejante, donde hay un Estado en situación de guerra, eso se llama alta traición, y el ejecutor o ejecutores, en juicio sumario, son condenados a muerte. Putin no lo hizo, para no seguir proyectando el desastre a sus enemigos en un enfrentamiento fratricida para someter a Prigochin y su milicia. Optó por serenarse ante semejante provocación y optó por la mediación del presidente bielorruso Lukashenko que, a duras penas, disuadió al insubordinado. Putin supo esperar y no se precipitó en movilizar al ejército contra Prigochin. Putin es un hombre que en su juventud se le entrenó como agente de la KGB, ese órgano de inteligencia afincado en Alemania Oriental desde donde se recababa información para la seguridad del Estado Soviético. Putin no es el infame Lavrenti Beria, ni policía de la checa, caracterizada por arrestos y ejecuciones ilegales. Putin es, ciertamente, un hombre cirunspecto, no bromista y sonriente como Joe Biden o Donald Trump. Pero Putin es un hombre amable en lo que su cultura eslava le permite.

Prigochin no cabe la menor duda perjudicó el prestigio de la Federación Rusa y la imagen personal de Putin al sembrar con su muerte la duda, la suspicacia y la sospecha de un crimen político ordenando por el jefe de Estado Ruso. Ha sido la oportunidad para los enemigos de Rusia de que se siga cultivando el estereotipo hollywoodense del ruso malo, brutal, despiadado… no del pueblo noble, trabajador y solidario como lo ha sido siempre el pueblo ruso. Karma o crimen perpetrado por el Estado, al final, Prigochin se lo merecía por su desmedida ambición e insensatez. Por su imprudencia, por sus arrebatos, por su excesivo amor al dinero a través de acciones de guerra con una organización privada. ¿A quiénes se les ha ocurrido dedicarse a semejantes negocios? Los mercenarios han sido comunes a lo largo de la historia, pero no por ello podemos calificarlos como algo bueno.

Putin expresó sus condolencias por la muerte de las diez personas fallecidas en el accidente, pero ¿quién le cree? O fue diplomacia pura o de veras una sincera pena por las trágicas muertes. Ese es el daño hecho. El de averiar, de algún modo u otro, esa imagen de integridad del mandatario. Y si lo mató Putin pues bien merecido lo tuvo por la traición a un amigo, en primer lugar, y por la traición a un jefe de Estado y al pueblo ruso. Los intelectuales son muy dados a “intelectualizar” un hecho de sangre, pero un hecho de este tipo es un asunto de sentido común, de pensamiento lineal: toda traición de semejante magnitud de una nación en guerra tiene que pagarse con la muerte, de una manera u otra. No se puede tampoco levantar infundios (el supuesto bombardeo contra las tropas de Wagner y que motivó la reacción airada de Prigochin) al ministro de la Defensa y al jefe del Estado Mayor sin que nada pase.

Ahora está aprendida la lección. No pueden haber ejércitos privados paralelos al ejército oficial y Rusia ahora sí luce sólida y estable. Con Prigochin soltando tiros en diferentes puntos de la estepa ucraniana y sabana de africana no lo era. Ahora sí.




Publicado por La Cuna del Sol

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