El principal asesor de Trump en materia de inmigración, Stephen Miller -encarnando a Alfred Rosenberg-, declaró a The New York Times el pasado noviembre: “Cualquier activista que dude en lo más mínimo sobre la determinación del presidente Trump, está cometiendo un grave error: Trump desplegará el vasto arsenal de poderes federales para implementar la más espectacular cacería de migrantes.
¿QUIÉN ES NAZI AHORA?
LA PELIGROSA GUERRA DE
ESTADOS UNIDOS
CONTRA LOS INMIGRANTES
Stephen F. Eisenman
Counterpunch
La pregunta equivocada
Enfrentando dos guerras, la posibilidad de
una confrontación nuclear, la desigualdad económica extrema y la crisis
climática -por no mencionar las amenazas a los derechos reproductivos, el
constante peligro de los productos químicos, la escasez de vivienda, la
violencia armada y el aumento de la deuda educativa-, ¿Cuál, según una encuesta
de Pew Research, opina el 82% de los votantes
republicanos y el 39% de los demócratas es la cuestión más importante en las
elecciones presidenciales? La inmigración. Una nación de
inmigrantes,
con sus calles principales moribundas, aulas vacías y escasez de mano de obra
en industrias clave, está a punto de emitir su voto basándose en gran medida en
qué candidato es más fiable para reducir las tasas de inmigración legal e
ilegal. La noticia más importante de las últimas semanas ha sido si los
inmigrantes haitianos en Springfield, Ohio (58 000 habitantes) han estado
robando y comiéndose las mascotas de sus vecinos. (Rápidamente se comprobó que
no).
¿Cómo se ha llegado a este punto? ¿Qué
individuos e instituciones han creado y sostenido la noción de “crisis de
migrantes”? ¿Qué peligros plantea tal mito para la democracia estadounidense y
para los propios inmigrantes? ¿Existen paralelismos históricos que puedan
arrojar luz sobre la falsa narrativa, y puede ser confrontada? De eso tratan
estas breves observaciones.
Judíos; Hitler; inmigrantes
Donald Trump ha llamado a los inmigrantes
criminales, pandilleros, asesinos, violadores, invasores, enfermos, dementes,
alimañas y contaminadores de la sangre. La lista no es exhaustiva. Aunque no ha
pedido que los maten, ha propuesto detener a veinte millones de ellos, (a pesar
de que sólo hay unos 11 millones de indocumentados en Estados Unidos), y
confinarlos en campos de concentración antes de deportarlos a lugares
desconocidos. El principal asesor de Trump en materia
de inmigración, Stephen Miller -encarnando a Alfred Rosenberg-, declaró a The New York Times el pasado noviembre: “Cualquier activista que dude en lo más mínimo sobre
la determinación del presidente Trump, está cometiendo un grave error: Trump
desplegará el vasto arsenal de poderes federales para implementar la más
espectacular cacería de migrantes.
El plan suena familiar. En 1940, Hitler dio
instrucciones a Adolf Eichmann para que planeara la deportación de 4 millones
de judíos durante un periodo de cuatro años a la isla-colonia francesa de
Madagascar. La idea fue rápidamente abandonada debido al costo y al control
británico sobre las rutas marítimas que eran necesarias (dos años después, se
acordó una “solución” diferente). Como candidato, Trump no tiene poder para
realizar ninguna cosa, y mucho menos para ordenar el confinamiento, la
deportación o el genocidio. Y es posible que los ataques de Trump contra los
inmigrantes -cada día se vuelven más disparatados- le cuesten las elecciones.
Pero si por el contrario se impone, su retórica sobre una invasión alienígena
habrá sido validada por un referéndum nacional, e intentará cumplir su palabra.
(A pesar de las afirmaciones en sentido contrario, los presidentes suelen
hacerlo.) La reciente decisión de la Corte Suprema que concede a los
presidentes un poder casi ilimitado en la ejecución de “actos oficiales” será
la Ley Habilitante de Trump; así fue el decreto de
1933 que concedió a Hitler un poder sin restricciones para violar la
Constitución alemana y fabricar leyes sin la participación del Parlamento (el
Reichstag). El presidente del Tribunal Supremo, John Roberts, es el Paul von
Hindenburg de
Trump.
¿Suena exagerado todo esto? Hay que tomar en
cuenta que Trump no está solo en su desdén y que existe una vasta
infraestructura organizativa y de personal dedicada a
expulsar a los inmigrantes y solicitantes de asilo y negar santuario a los nuevos,
especialmente a los de piel oscura. Incluye think tanks antiinmigrantes, como
la Federation for American Immigration Reform, fundada por el eugenista y
nacionalista blanco, John Taunton; el Center for Immigration Studies, que ha
promovido la patraña de que las inmigrantes embarazadas están cruzando la
frontera para dar a luz a niños estadounidenses; y ProEnglish, que promueve
leyes que requieran que el inglés se convierta en el “idioma oficial” de
Estados Unidos y que se detengan todas las iniciativas federales y estatales
que promuevan el multilingüismo y el multiculturalismo.
El Proyecto 2025 de la Heritage Foundation,
concebido como un proyecto para la próxima administración Trump y redactado en
parte por asesores clave de Trump, deportaría a los llamados “Dreamers”
(inmigrantes indocumentados que entraron en Estados Unidos siendo menores),
obligaría a los estados a entregar a las autoridades federales los números de licencias
de conducir y de identificación fiscal de los trabajadores indocumentados y
suspendería la mayor parte de la inmigración legal. La Cámara de Representantes
de Estados Unidos, controlada por los republicanos, presentó el pasado mes de
abril un draconiano proyecto de ley de inmigración (the Border Security and
Enforcement Act of 2023 H.R.2640) que básicamente detendría toda inmigración en
Estados Unidos, pero los demócratas del Congreso han bloqueado hasta ahora su
aprobación.
Entre los aliados más comprometidos de Trump
en la embestida antiinmigrante se encuentra su compañero de fórmula para la
vicepresidencia, el senador de Ohio, J.D. Vance. El senador ha repetido como un
loro a su amo, y a veces ha ido más lejos, afirmando falsamente que los
inmigrantes que llegan a Springfield, Ohio, están propagando
enfermedades y
comiéndose a las mascotas de los residentes. Su obstinación es tal que insistió
en repetir las calumnias incluso después de que los padres de un niño de la
localidad muerto accidentalmente por un conductor haitiano le rogaran que
dejara de hacerlo. A preguntas de la periodista de CNN, Dana Bash, Vance
admitió que: “Si tengo que inventar historias para que los medios de
comunicación estadounidenses presten realmente atención al sufrimiento del
pueblo estadounidense, eso es lo que voy a hacer”. Este fue un caso claro de “dejar
salir el gato de la bolsa”.
Muchos otros destacados republicanos, como el
gobernador de Texas, Greg Abbott, el gobernador de Florida, Ron DeSantis, el
presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, y el senador de
Arkansas, Tom Cotton, tienen opiniones igualmente extremistas. Los dos
gobernadores han usurpado el poder del Departamento de Seguridad Nacional de
Estados Unidos y han emprendido reubicaciones y deportaciones por iniciativa propia. El
presidente de la Cámara de Representantes intentó aprobar un proyecto de ley
presupuestaria que incluye una medida que exige una prueba de ciudadanía para
votar en las elecciones federales; su razonamiento era que se está dejando
entrar al país a hordas de inmigrantes ilegales para que voten y elijan a los
demócratas. La idea deriva de la “White Replacement Theory”, una fantasía
racista que atrajo la atención nacional cuando los neonazis en la manifestación
“Unite the Right” en Charlottesville, Virginia, en 2017 corearon “no nos
reemplazarán” y “los judíos no nos reemplazarán”. Cotton dio a conocer
recientemente una legislación, apoyada por Vance y la senadora de Tennessee,
Marsha Blackburn, para poner fin a la ciudadanía por derecho de nacimiento
consagrada constitucionalmente.
La antigua estrella de Fox News, Tucker
Carlson, ahora un popular podcaster, difunde regularmente la conspiración del
Reemplazo, afirmando que los demócratas y las “élites globales”, dirigidas por
el multimillonario judío George Soros, planean reemplazar “legacy
Americans”
(estadounidenses blancos cuyos ancestros han vivido en el país por mucho
tiempo, la gente que Carlson y sus seguidores consideran como los verdaderos
estadounidenses) por “un nuevo electorado del Tercer Mundo”. Últimamente, se ha
dedicado a apoyar a neonazis y aquellos que niegan el Holocausto, entre ellos
Daryl Cooper, a quien describió ante su audiencia como “el mejor y más honesto
historiador popular que trabaja hoy en día en Estados Unidos”. Cooper ha sostenido que Churchill, y no Hitler, fue
la razón de que “la guerra se convirtiera en lo que se convirtió” y que los
seis millones de víctimas judías del Holocausto murieron porque los nazis
carecían de recursos para ocuparse de ellas. J.D. Vance ha defendido la acogida
de Carlson a Cooper, indicando que, aunque no comparta sus opiniones, los
republicanos como él valoran “la libertad de expresión y el debate”. Vance, sin
embargo, debería cuidar sus espaldas; Carlson se está posicionando como el más
probable sucesor de Trump al frente del movimiento MAGA.
Miller, principal exasesor político de Trump,
citado anteriormente, fue uno de los más rabiosos nacionalistas blancos en
ocupar un alto cargo en su administración. En una serie de correos electrónicos
filtrados entre 2015 y 2016, se reveló que había respaldado publicaciones en internet
abiertamente racistas como VDARE (ya desaparecida) y American Renaissance. Los
títulos de artículos recientes de esta última incluyen “Building White
Communities”, “Fear of a White Planet” y “Anti-White Manifesto Leaked”. Miller abogó por la orden ejecutiva de Trump que restringía el ingreso de musulmanes
a Estados Unidos, y el uso del Título 42 para bloquear a los solicitantes de
asilo en la frontera mexicana durante la pandemia. Sigue siendo un estrecho colaborador
del expresidente y es casi seguro que volverá al gobierno si Trump es elegido
de nuevo.
Y aún hay más: El exestratega en jefe de la
Casa Blanca, Steve Bannon, ha adoptado abiertamente las ideas de
Julius Evola, el filósofo fascista italiano que apoyó tanto a Mussolini como a
Hitler. Evola escribió sobre la superioridad del hombre sobre la mujer y de las
“castas superiores” (hombres poderosos, espirituales y “arios”) sobre las
castas inferiores (esclavos, negros, judíos y mujeres). Calificó a los judíos
de “virus” y aplaudió las leyes antisemitas de Mussolini de 1938. El ferviente
sionismo de Bannon le ha protegido en gran medida de las acusaciones de
antisemitismo por parte de organizaciones judías conservadoras, a pesar de aceptar
a Evola y de un historial de
comentarios antisemitas. Su racismo, sin embargo, es abierto y sin remordimientos. En una
reunión del Frente Nacional de Francia en 2018, Banon manifestó: “Que os llamen
racistas. Que os llamen xenófobos. Que os llamen nacionalistas extremos”. “Llevadlo
como una insignia de honor. Porque cada día somos más fuertes y ellos más
débiles”. Bannon, que ahora cumple una condena de tres meses de prisión por
desacato al Congreso, le manifestó recientemente a un reportero de la BBC que el “primer día”, Trump “detendría
la invasión” y comenzaría la “deportación masiva de 10 a 15 millones de
invasores extranjeros ilegales”.
Por último, el hijo mayor de Trump, Donald Jr.,
también asesor cercano de su padre, expresa abiertamente sus opiniones
racistas. Le manifestó al locutor de extrema derecha,
Charlie Kirk, que los haitianos tienen un coeficiente intelectual
congénitamente bajo y que si siguen siendo admitidos en EE.UU. “nos vamos a
convertir en el tercer mundo”. No es racismo. “Es un hecho”. Don Jr. estaba
repitiendo ideas desacreditadas desde hace tiempo que relacionaban el cociente
intelectual (en sí mismo una medida desacreditada) con el origen étnico o
nacional. Tales opiniones eran comunes entre los médicos nazis, como Karl
Brandt y Joseph Mengele, así como Rosenberg, editor del periódico rabiosamente
antisemita Völkischer Beobachter (Observador Racial) y autor de Der
Mythus des 20. Jahrhunderts. Ese libro sostenía que el alma nórdico-alemana
estaba siendo atacada por el modernismo y el cosmopolitismo subversivos judíos.
Vendió más de un millón de ejemplares en la Alemania nazi, sólo superado por Mein
Kampf. En el círculo de Trump y entre los republicanos en general, el
racismo biológico y cultural están en auge.
Un círculo vicioso de odio
La popularidad de Trump entre muchos votantes
republicanos no es a pesar de su racismo y xenofobia, sino a causa de ello. Las
encuestas y trabajos
académicos
revelan niveles constantemente altos de animadversión racial entre los
republicanos, y un fuerte apoyo al extremismo de Trump. Pero no está claro
cuánto de ese racismo precedió a Trump y cuánto fue generado por él. Para
entender la dinámica, hay que trazar otro paralelismo con el nazismo.
Antes de la ascensión de Hitler al poder en
1933, el antisemitismo estaba muy extendido en Alemania, excepto entre los
simpatizantes de los partidos socialdemócrata y comunista. Pero era una mezcla
diluida de prejuicios religiosos y culturales de larga data, nada que ver con
la judeofobia tóxica de Hitler y el partido nazi que dirigía. Pero tras la
aprobación de las Leyes de Núremberg en 1935, que restringían la participación
de los judíos en la vida cívica y social, y especialmente tras el Anschluss austriaco
en 1938 y la invasión de Polonia un año después, las actitudes raciales se
endurecieron hasta el punto de que Hitler, Goebbels, Heydrich, Rosenberg y
otros podían alentar públicamente el judeocidio. Aunque los detalles del
Holocausto nunca se le mostraron a la opinión pública alemana -de hecho, se
hizo un esfuerzo por ocultarlos al mundo-, los hechos de la deportación, la
creación de guetos, la concentración y el asesinato de judíos eran un “secreto a voces”, como escribe el historiador
Richard Evans, a disposición de cualquiera que quisiera saberlo. La opinión
pública alemana había interiorizado en gran medida el antisemitismo hitleriano
y se encogía de hombros ante sus consecuencias genocidas.
Lo relevante aquí es que el antisemitismo y
el racismo pueden existir a niveles relativamente bajos en una sociedad, sin
causar grandes daños. Pero cuando son amplificados por un demagogo y repetidos
por otros políticos y los medios de comunicación, se convierten en una fuerza
poderosa. La asimilación judía se convirtió en «la cuestión judía»; la
integración de los inmigrantes, se convierte en «la crisis de los migrantes».
¿Quién habría pensado, hace una docena de años, que el candidato de un partido
importante a la presidencia propondría las redadas, concentración y deportación
masiva de entre 10 y 20 millones de residentes estadounidenses? Trump enardece
a su núcleo de partidarios racistas, que luego le animan a calumnias aún más
extremas, lo que excita aún más a sus seguidores, y así sucesivamente.
¿Se pueden cambiar las opiniones en contra de
los inmigrantes?
Existe un debate en la izquierda, aquí en
Inglaterra, sobre si la reciente violencia contra los inmigrantes oculta reclamos
legítimos de la clase trabajadora. Una parte sostiene que los revoltosos de
Rotherham, Hull, Sunderland, Leeds y otros lugares eran principalmente blancos
pobres cuyas comunidades han sido devastadas por décadas de privatización
neoliberal, austeridad conservadora y desinversión en infraestructura. Están
mal pagados (cuando tienen trabajo), viven en viviendas inadecuadas (los
alquileres y los precios de la vivienda han subido a niveles exorbitantes en
todo el Reino Unido) y tienen mala salud (el National Health System lleva años
en un estado lamentable). Sufren altas tasas de alcoholismo y drogadicción y
viven en ciudades y pueblos arruinados del norte. Aunque los ataques a los
inmigrantes están mal dirigidos y son aborrecibles, no es de extrañar que los
oprimidos se opongan a que el gobierno pague casi 3 000 millones de dólares al
año para alojar a los inmigrantes en hoteles y pensiones. Con modestos ajustes
en la política migratoria, un mínimo de gasto social y una considerable
educación y organización de base -así se argumenta-, estos partidarios de Nigel
Farage y del Reform UK Party (el partido trumpista antiinmigrante) podrían
convertirse en un proletariado progresista de vanguardia que renuncie al
racismo.
El punto de vista alternativo, sin embargo,
parece más persuasivo. Según una encuesta reciente, el 36% de los
votantes del Reform UK Party (un bloque que aprueba en gran medida los disturbios antiinmigrantes)
son de clase media-alta (profesionales y gerentes); el 22%, son de clase media
y media-baja (supervisores, administrativos y oficinistas); y el 42%, son de
clase trabajadora (no cualificados, semicualificados o desempleados). Algo
menos del 40% tenía más de 65 años y el 80% expresa que “la inmigración ha
empeorado la vida en Gran Bretaña”. Los disturbios antiinmigrantes no fueron
gritos desesperados de una clase trabajadora oprimida, sino pogromos de hombres
blancos (y algunas mujeres), educados durante décadas en el nacionalismo, la
xenofobia y el odio racial, e incitados a la violencia por políticos Tories y
del Reform Uk Party.
La retórica antiinmigrante que se escuchaba
en las calles de Inglaterra era más áspera, pero en el fondo, poco diferente de
la que durante mucho tiempo han escupido los principales políticos británicos.
El ex primer ministro Rishi Sunak y su ministra del Interior, Suella Braverman,
por ejemplo, impulsaron una política -tan poco práctica como mezquina- de
deportar a Ruanda a un pequeño número de inmigrantes como forma de disuadir a
otros de intentar cruzar el Canal de la Mancha en pequeñas embarcaciones. El
plan, que recuerda al de Eichmann en Madagascar, avanzó a trompicones durante
unos dos años antes de ser finalmente desechado por el nuevo primer ministro
laborista, Keir Starmer. Sin embargo, éste último también promete reducir la
inmigración, posiblemente reteniendo y procesando a todos los inmigrantes en el
extranjero.
La base antiinmigrante del MAGA de Trump, está conformada por alrededor del 35% del electorado estadounidense. Al
igual que los votantes británicos del Reform Uk Party, son en su mayoría de
edad avanzada, de clase media (o al menos, en la mitad de la gráfica de distribución
de ingresos, o curva de Lorenz) y blancos. Este segmento han
sido una fuerza poderosa en la política estadounidense durante generaciones. En
contiendas presidenciales, apoyaron a Goldwater, Nixon, Wallace, Reagan, a los
dos Bush y a Trump. Debido a su concentración en estados rurales o de baja
población, han controlado un sólido bloque de escaños en el Senado de Estados
Unidos y de votos en el Colegio Electoral, lo que les ha otorgado un papel
desproporcionado en la política estadounidense. La idea de que este electorado,
al igual que los agitadores de Rotherham o los votantes del Reform UK Party,
pueda ser seducido, persuadido o engatusado para que cambie de opinión, es
ridícula.
Soluciones a la llamada “crisis de los
migrantes”
La «crisis de los migrantes» debe abordarse
con seriedad. Pero el problema no son los inmigrantes; su contribución positiva
a la economía estadounidense es incalculable. Sin la aportación de nuevos
trabajadores -legales e informales- la productividad y el nivel de vida se
reducirían y la inflación aumentaría. Industrias enteras -agricultura,
hostelería, construcción y sanidad- se paralizarían si Trump pudiera aplicar su
prometido plan de deportaciones.
El verdadero problema es un orden político y
económico que deja a una buena parte de la población hambrienta, mal alojada,
enferma, envenenada, drogadicta, aislada y enfadada. Las respuestas más
apropiadas, por lo tanto, a los llamados de naturaleza nazi de Trump y otros
republicanos para arrestar, confinar y deportar en masa a los inmigrantes, son
programas progresistas que atraigan a los dos tercios de los votantes que no
marchan en MAGA goosestep (paso de ganso). Eso significa un aumento del salario
mínimo, atención médica asequible para todos, iniciativas federales de
vivienda, educación superior garantizada o capacitación laboral, inversión en
una transición verde, protección de los derechos reproductivos y otras medidas
para lograr una mayor igualdad social y económica.
Admito que estas propuestas son previsibles y
de sentido común. Ponerlas en práctica es más difícil. Lo primero es derrotar a
Donald Trump en noviembre, seguido rápidamente por la organización comunitaria
a gran escala para inspirar y empoderar a una nación alienada del gobierno y la
política. Para poder avanzar también se requerirá del registro de votantes
jóvenes, la infiltración de los cuadros del partido demócrata a nivel local,
estatal y federal, protestas estratégicas y sostenidas contra los titanes corporativos
y la clase multimillonaria, y la movilización en apoyo a legislación que
beneficie a los votantes de la clase trabajadora. Cuando eso se ponga en
marcha, la “crisis de los migrantes” desaparecerá por arte de magia y los nazis
estadounidenses se desvanecerán.
Stephen F. Eisenman es profesor emérito de la Northwestern University. Su último libro, con Sue Coe, se titula «The Young Person's Guide to American Fascism», y se publicará próximamente en OR Books. Puede ponerse en contacto con él en s-eisenman@northwestern.edu
Publicado por La Cuna del Sol
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