Estados Unidos y Europa subestimaron gravemente lo que Rusia podía y haría para imponerse militarmente en Ucrania. La victoria rusa -al menos hasta ahora, tras dos años de guerra- ha resultado decisiva. Esa subestimación se debió a una incapacidad compartida para comprender o asimilar la cambiante economía mundial y sus implicaciones.
DECADENCIA DEL IMPERIO Y COSTOSAS FANTASÍAS
Richard D. Wolff
Counterpunch
Cuando Napoleón se enfrentó a Rusia en una
guerra terrestre europea, los rusos montaron una defensa decidida y los
franceses fueron derrotados. Cuando Hitler intentó lo mismo, la Unión Soviética
respondió de forma similar, y los alemanes perdieron. En la Primera Guerra
Mundial y durante la guerra civil posrevolucionaria (1914-1922), primero Rusia
y luego la URSS se defendieron con mucha más efectividad contra dos invasiones
de lo que los invasores habían calculado. Esa historia debería haber servido de
advertencia a los dirigentes estadounidenses y europeos para disminuir los
riesgos de enfrentarse a Rusia, especialmente cuando ésta se ha sentido
amenazada y decidida a defenderse.
En lugar de cautela, las creencias erróneas
provocaron juicios desacertados por parte del Occidente colectivo (las naciones
del G7: Estados Unidos y sus principales aliados). Esas equivocaciones
surgieron en parte de la negación generalizada por parte del Occidente
colectivo de su relativo declive económico en el siglo XXI. Esa negación
también dio lugar a una notable ceguera ante los límites que el declive imponía
a las acciones globales del Occidente colectivo. Las ideas erróneas también se
derivaron de una infravaloración de la actitud defensiva de Rusia y de sus
alianzas resultantes. La guerra de Ucrania ilustra claramente tanto el declive
como las costosas ilusiones que fomenta.
Estados Unidos y Europa
subestimaron gravemente lo que Rusia podía y haría para imponerse militarmente
en Ucrania. La victoria rusa -al menos hasta ahora, tras dos años de guerra- ha
resultado decisiva. Esa subestimación se debió a una incapacidad compartida
para comprender o asimilar la cambiante economía mundial y sus implicaciones. Al minimizar, marginar o
simplemente negar el declive del imperio estadounidense frente al auge de China
y sus aliados de los BRICS, Estados Unidos y Europa pasaron por alto las
implicaciones de ese declive. El apoyo de los aliados de Rusia, combinado con
su determinación nacional para defenderse, ha derrotado hasta ahora a una
Ucrania fuertemente financiada y armada por el Occidente colectivo.
Históricamente, los imperios en declive suelen provocar negaciones y delirios
que enseñan a sus pueblos "duras lecciones" y les imponen "duras
elecciones". En eso estamos ahora.
El declive económico del imperio
estadounidense constituye el contexto mundial en curso. El PIB colectivo, la
riqueza, los ingresos, la cuota del comercio mundial y la presencia en los
niveles más altos de las nuevas tecnologías de los países BRICS superan cada
vez más a los del G7. Ese incesante desarrollo económico enmarca también el declive
de las influencias políticas y culturales del G7. El programa de sanciones
masivas de Estados Unidos y Europa contra Rusia después de febrero de 2022 ha
fracasado. Rusia recurrió especialmente a sus aliados de los BRICS para escapar
rápida y convincentemente a la mayoría de los efectos previstos en esas
sanciones.
Las votaciones en la ONU sobre la cuestión
del alto el fuego en Gaza reflejan y refuerzan las crecientes dificultades a
las que se enfrenta la posición de Estados Unidos en Oriente Medio y en todo el
mundo. Lo mismo ocurre con la intervención de los Houthis obstaculizando la
navegación en el Mar Rojo y lo mismo ocurrirá con otras futuras iniciativas
árabes e islámicas de apoyo a Palestina contra Israel. Entre las consecuencias
que se derivan de la cambiante economía mundial, muchas funcionan para minar y
debilitar el imperio estadounidense.
La falta de respeto de Trump hacia la OTAN,
es en parte una expresión de decepción con una institución a la que él puede
culpar de no haber logrado detener el declive del imperio. Trump y sus
partidarios denigran abiertamente muchas instituciones que una vez se
consideraron cruciales para dirigir el imperio estadounidense a nivel mundial.
Tanto el régimen de Trump como el de Biden atacaron a la corporación china
Huawei, se han comprometido con guerras comerciales y arancelarias, y han
subvencionado fuertemente a corporaciones estadounidenses competitivamente en
desventaja. Se está produciendo nada menos que un giro histórico desde la
globalización neoliberal hacia el nacionalismo económico. Un imperio
estadounidense que antaño abarcaba el mundo entero se está reduciendo a un
bloque meramente regional enfrentado a uno o más bloques regionales emergentes.
Gran parte del resto de las naciones del mundo -una posible "mayoría
mundial" de los habitantes del planeta- se está apartando del imperio
estadounidense.
Las agresivas políticas económicas
nacionalistas de los dirigentes estadounidenses desvían la atención del declive
del imperio y facilitan así su negación. Pero también causan nuevos problemas.
Los aliados temen que el nacionalismo económico estadounidense ya haya afectado
o vaya a afectar pronto negativamente sus relaciones económicas con Estados
Unidos; el "America first" no sólo va dirigido a los chinos. Muchos
países se están replanteando y reconstruyendo sus relaciones económicas con
Estados Unidos y sus expectativas sobre el futuro de esas relaciones. Del mismo
modo, importantes grupos de empresarios estadounidenses están reconsiderando
sus estrategias de inversión. Aquellos que invirtieron fuertemente en el
extranjero como parte del frenesí de la globalización neoliberal del último
medio siglo están claramente temerosos. Prevén costos y pérdidas por el viraje
hacia el nacionalismo económico. Su reacción le resta impulso a ese cambio de
dirección. A medida que los capitalistas de todo el mundo se adaptan de manera práctica
a la cambiante economía mundial, también riñen y discuten sobre la dirección y
el ritmo del cambio. Eso inyecta más incertidumbre y volatilidad en una
economía mundial ya de por si bastante desestabilizada. A medida que el imperio
estadounidense se desmorona, el orden económico mundial que una vez dominó e
impuso también cambia.
Los eslóganes "Make America Great
Again" (MAGA) han explotado políticamente el declive del imperio
estadounidense, siempre en términos cuidadosamente vagos y generales. Lo
simplifican y lo distorsionan dentro de otro conjunto de aberraciones. Trump,
promete repetidamente, que pondrá fin a ese declive y lo revertirá. Castigará a
los culpables: China, pero también a los demócratas, liberales, globalistas,
socialistas y marxistas, a los que agrupa en una estrategia de construcción de
bloques. Rara vez se presta atención seria al declive económico del G7, ya que
hacerlo implicaría criticar severamente las decisiones de los capitalistas,
impulsadas por la obtención de beneficios económicos, como causas cruciales del
declive. Ni republicanos ni demócratas se atreven a hacerlo. Biden habla y
actúa como si la riqueza y el poder de Estados Unidos dentro de la economía
mundial no hubieran disminuido desde la segunda mitad del siglo XX (la mayor
parte de la vida política de Biden).
Seguir financiando y armando a Ucrania en la
guerra contra Rusia, al igual que respaldar y apoyar el maltrato de Israel a
los palestinos, son políticas basadas en la negación de un mundo que ha
cambiado. Como también lo son las sucesivas oleadas de sanciones económicas, a
pesar de que cada una de ellas no ha logrado sus objetivos. El uso de aranceles
para mantener los vehículos eléctricos chinos (mejores y más baratos) fuera del
mercado estadounidense sólo perjudicará a los estadounidenses (a través de precios
más elevados de los vehículos eléctricos chinos) y a las empresas (a través de
la competencia global de las empresas que compran los automóviles y camiones
chinos más baratos).
Tal vez el mayor y más costoso de los
delirios que se derivan de la negación de años de decadencia sea el de las
próximas elecciones presidenciales. Los dos principales partidos y sus
candidatos no ofrecen ningún plan serio para hacer frente al imperio en declive
que pretenden liderar. Ambos partidos se turnaron para presidir el declive,
pero negarlo y culpar al otro es todo lo que ofrecen en 2024. Biden ofrece a
los votantes una alianza como recurso para esconder que el imperio está en
declive. Trump promete vagamente revertir el declive causado por el mal
liderazgo demócrata al que su elección pondrá fin. Nada de lo que hacen los dos
partidos principales implica admisiones y evaluaciones sobrias de una economía
mundial transformada y de cómo cada uno planea hacer frente a ello.
Los últimos 40 o 50 años de la historia
económica del G7 han sido testigos de redistribuciones extremas de la riqueza y
la renta hacia arriba. Esas redistribuciones funcionaron como causas y efectos
de la globalización neoliberal. Sin embargo, las reacciones internas
(divisiones económicas y sociales cada vez más hostiles y volátiles) y externas
(aparición de la actual China y los BRICS) están socavando la globalización
neoliberal y empezando a cuestionar las desigualdades que la acompañan. El
capitalismo estadounidense y su imperio aún no pueden afrontar su declive en
medio de un mundo cambiante. Las fantasías a cerca de conservar o recuperar el
poder proliferan en la cúspide de la sociedad a la par de las delirantes
teorías de la conspiración y la búsqueda de chivos expiatorios políticos
(inmigrantes, China, Rusia) que abundan en la parte más baja.
Mientras tanto, los costos económicos,
políticos y culturales aumentan. Y en cierto modo, como en la famosa canción de
Leonard Cohen, “Everybody Knows” (“Todo el mundo lo sabe”).
Este artículo ha sido elaborado por Economy for All,
un proyecto del Independent Media Institute.
Richard Wolff es el autor de Capitalism Hits the Fan y Capitalism's Crisis Deepens. Es además fundador de Democracy at Work.
Publicado por La Cuna del Sol