La decimoséptima Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno del G20, celebrada en Bali (Indonesia) los días 15 y 16 de noviembre, destaca como un acontecimiento trascendental desde muchos puntos de vista. La política internacional se encuentra en un punto de inflexión y la transición no dejará ilesa a ninguna de las instituciones heredadas del pasado que se desvanece para siempre.
EL G20 HA MUERTO, VIVA EL G20
M. K. Bhadrakumar
Indian Punchline
La decimoséptima Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno del G20, celebrada
en Bali (Indonesia) los días 15 y 16 de noviembre, destaca como un
acontecimiento trascendental desde muchos puntos de vista. La política
internacional se encuentra en un punto de inflexión y la transición no dejará
ilesa a ninguna de las instituciones heredadas del pasado que se desvanece para
siempre.
Sin embargo, el G20 puede ser una excepción al tender un puente entre el pasado,
el presente y el futuro. Las noticias de Bali dejan una sensación de
sentimientos encontrados, de esperanza y desesperación. El G20 se concibió teniendo
como telón de fondo la crisis financiera de 2007: un intento, por excelencia,
de Occidente para darle vida a un deslucido G7, incorporando a las potencias
emergentes que estaban fuera de él, especialmente China, e inyectando así
contemporaneidad en los discursos globales.
El leitmotiv era la armonía. Hasta qué punto la cumbre de Bali estuvo a la
altura de esa expectativa es una cuestión debatible. Lamentablemente, el G7
introdujo de forma selectiva cuestiones ajenas a las deliberaciones y su alter
ego, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), hizo su primera
aparición en Asia-Pacífico. Podría decirse que esto último debe considerarse
como un suceso funesto durante la cumbre de Bali.
Lo que ha ocurrido es una negación del espíritu del G20. Si el G7 se niega
a descartar su mentalidad de bloque, la cohesión del G20 se ve afectada. La
declaración conjunta del G7 y la OTAN podría haberse emitido desde Bruselas,
Washington o Londres. ¿Por qué Bali?
El presidente chino, Xi Jinping, fue certero al afirmar en un discurso
escrito en la Cumbre de Directores Generales de la APEC, celebrada en Bangkok
el 17 de noviembre, que "Asia-Pacífico no es el patio trasero de nadie y
no debe convertirse en un escenario para la competencia entre grandes
potencias. Ningún intento de librar una nueva guerra fría será permitido por
los pueblos ni los tiempos".
Xi advirtió que "tanto las tensiones geopolíticas como la evolución de
la dinámica económica han ejercido un impacto negativo en el entorno del
desarrollo y la estructura de cooperación de Asia-Pacífico". Xi, señaló, que
la región de Asia-Pacífico fue en su día terreno de rivalidad entre grandes
potencias, que había sufrido conflictos y guerras. "La historia nos dice
que la confrontación entre bloques no puede resolver ningún problema y que la
arrogancia sólo conducirá al desastre".
La regla de oro de que las cuestiones de seguridad no son competencia del
G20 se ha roto. En la cumbre del G20, los países occidentales obligaron al
resto de los participantes en la cumbre de Bali a actuar en contra de sus propios
intereses: "no hay otra alternativa que la nuestra". A menos que se
apaciguara a los intransigentes occidentales en la cuestión de Ucrania, no
habría una declaración de Bali, por lo que Rusia cedió. El sórdido drama
demostró que el ADN del mundo occidental no ha cambiado. La intimidación sigue
siendo su rasgo distintivo.
Pero, irónicamente, al final del día, lo que destacó fue que la Declaración
de Bali no denunció a Rusia en la cuestión de Ucrania. Países como Arabia Saudí
y Turquía dan motivos para esperar que el G20 pueda regenerarse. Estos países
nunca fueron colonias occidentales. Están dedicados a la multipolaridad, que
acabará obligando a Occidente a reconocer que el unilateralismo y la hegemonía
son insostenibles.
Este punto de inflexión dio mucho ímpetu a la reunión entre el presidente
estadounidense Joe Biden y el presidente chino Xi Jinping en Bali. Washington
solicitó esta reunión al margen de la cumbre del G20 y Pekín accedió. Un
aspecto llamativo de la reunión ha sido que Xi aparecía en la escena mundial
después de un Congreso del Partido enormemente exitoso.
La resonancia de su voz fue inconfundible. Xi dejó en claro que Estados
Unidos ha perdido el rumbo, cuando le dijo a Biden: "un estadista debe
pensar y saber hacia dónde dirigir su país. También debe pensar y saber cómo
llevarse bien con otros países y con el resto del mundo".
Los comunicados de la Casa Blanca dieron a entender que Biden era proclive
a la conciliación. Estados Unidos se enfrenta a un reto difícil para aislar a
China. Tal y como están las cosas, las circunstancias en general juegan a favor
de China.
La mayoría de los países se han negado a tomar partido por Ucrania. La
postura de China lo refleja ampliamente. Xi le indicó a Biden que China está
"muy preocupada" por la situación actual en Ucrania y apoya y espera
que se reanuden las conversaciones de paz entre Rusia y Ucrania. Dicho esto, Xi
también expresó su esperanza de que Estados Unidos, la OTAN y la UE
"lleven a cabo diálogos exhaustivos" con Rusia.
Las fisuras que aparecieron en Bali pueden adoptar nuevas formas para
cuando el G20 celebre su 18ª cumbre en la India el año que viene. Hay razones
para ser cautelosamente optimistas. En primer lugar, es improbable que Europa
siga la estrategia de EE UU. de usar las sanciones como arma contra China. No
pueden permitirse una desvinculación de China, que es la mayor nación comercial
del mundo y el principal motor de crecimiento de la economía mundial.
En segundo lugar, al igual que los gritos de guerra en Ucrania hicieron que
Europa se uniera a Estados Unidos, un profundo replanteamiento está teniendo
lugar. Mucho se agoniza con el asunto del compromiso de Europa con la autonomía
estratégica. La reciente visita del canciller alemán Olaf Scholz a China
apuntaba en esa dirección. Es inevitable que Europa se distancie de las
aspiraciones de guerra fría de Estados Unidos. Este proceso es inexorable en un
mundo en el que Estados Unidos no está dispuesto a invertir tiempo, dinero o
esfuerzo en sus aliados europeos.
La cuestión es que, en muchos sentidos, la capacidad de Estados Unidos para
ejercer un liderazgo económico mundial eficaz ha disminuido de forma
irreversible, al haber perdido su condición preeminente de mayor economía del
mundo por un amplio margen. Además, Estados Unidos ya no está dispuesto ni es
capaz de invertir mucho en asumir la carga del liderazgo. En pocas palabras,
todavía no tiene nada que ofrecer para igualar la Iniciativa del Cinturón y la
Ruta de China. Esto debería haber tenido una influencia aleccionadora y haber
provocado un cambio de mentalidad hacia las acciones políticas de cooperación,
pero la élite estadounidense está atrapada en su viejo proceder.
Por lo tanto, el multilateralismo se ha vuelto mucho más difícil en la
situación mundial actual. Sin embargo, el G20 es la única palestra que puede
reunir al G7 y a los países en desarrollo que aspiran a salir ganando con un
orden mundial democratizado. El sistema de alianzas occidental está anclado en
el pasado. La mentalidad de bloque tiene poco atractivo para los países en
desarrollo. La gravitación de Turquía, Arabia Saudí e Indonesia hacia los BRICS
transmite un poderoso mensaje de que la estrategia occidental al concebir el
G20 -crear un anillo de Estados subalternos en torno al G7- ya no sirve a
ningún propósito o fin.
La disonancia que se produjo en Bali puso de manifiesto que Estados Unidos
sigue aferrado a su privilegio y está dispuesto a jugar a ser el aguafiestas.
India tiene una gran oportunidad de orientar el G20 en una nueva dirección.
Pero también se requieren cambios profundos por parte de India, que se alejen
de su política exterior centrada en Estados Unidos, junto con una visión de
futuro y un enfoque audaz para forjar una relación de cooperación con China,
abandonando fobias pasadas y descartando narrativas egoístas y, de hecho, como
mínimo, evitando caer en políticas que perjudiquen al vecino.
Publicado por La Cuna del Sol