Es evidente la angustia en Washington, ya que la visita de Scholz a China puede debilitar el diseño geopolítico de Estados Unidos para repetir la impresionante hazaña de la unidad occidental sobre Ucrania, si las tensiones estallan en Asia-Pacífico y China se ve obligada a actuar.
EL VIAJE DE SCHOLZ A CHINA
LEVANTA AMPOLLAS
M. K. Bhadrakumar
Indian Punchline
La diplomacia alemana exhibió un fascinante espectáculo de "contrastes"
con la ministra de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, recibiendo a sus
socios del G7 en Münster los días 3 y 4 de noviembre, mientras el canciller,
Olaf Sholz, abordaba un avión desde
Berlín a Pekín para una visita de un día.
La foto mostraba al secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken,
flanqueando a Baerbock en la mesa principal, con la subsecretaria de Estado
Victoria Nuland -más conocida como la maestra de ceremonias en el golpe de Estado
del "Maidan" de 2014 en Kiev- mirando desde atrás.
Alemania está alcanzando los niveles del fotoperiodismo. Francamente, la
foto no podría haber capturado de forma más significativa para la audiencia
mundial, la doble personalidad de la diplomacia alemana, en momentos en que el
actual gobierno de coalición tira en diferentes direcciones.
En definitiva, Baerbock, ha puesto de manifiesto su descontento con la visita
de Scholz a China al reunirse con sus homólogos del G7 que piensan de manera
similar. Se trata de un gesto excesivo, incluso según las normas de la política
de coalición. Cuando el máximo dirigente de un país está de visita en el
extranjero, una muestra de disonancia afecta negativamente la diplomacia.
Del mismo modo, los homólogos del G7 de Baerbock, decidieron no esperar el
regreso de Scholz a casa. Aparentemente, tienen la mente cerrada y las noticias
de las discusiones de Scholz en Pekín no cambiará eso.
Sin ninguna demora, Scholz, debería
pedir la dimisión de Baerbeck. Mejor aún, ésta debería presentar su dimisión.
Pero ninguna de las dos cosas va a suceder.
Previo a su visita a China, Scholz, se enfrentó a duras críticas por
emprender una misión de este tipo a Pekín con una delegación empresarial de
poderosos directores ejecutivos alemanes. Evidentemente, la Administración
Biden recurrió a Baerbock y a los influyentes círculos "atlantistas"
integrados en la economía política alemana para que encabezaran el ataque.
¿Ha mordido Scholz más de lo que podía masticar? La respuesta depende de
una contrapregunta: ¿Está Scholz contemplando un legado en la gran tradición de
sus predecesores en el Partido Socialdemócrata, Willy Brandt (1969-1974),
Helmut Schmidt (1974-1982)?
Estas dos figuras titánicas impulsaron iniciativas pioneras hacia la
antigua Unión Soviética y China, respectivamente, en momentos decisivos de la
historia moderna, desafiando las ataduras del atlantismo que frenaron la
autonomía estratégica de Alemania y consignaron a ese país como subalterno en
el sistema de alianzas liderado por Estados Unidos.
La diferencia fundamental hoy en día es que Brandt (que navegó la
Ostpolitik ignorando las furiosas protestas estadounidenses por el primer
gasoducto de la historia que conectaba los yacimientos de gas soviéticos con
Alemania) y Schmidt (que aprovechó el momento para sacar provecho de la
normalización entre Estados Unidos y China) -y también el canciller Gerhard
Schroeder (1998-2005), que amplió y profundizó la expansión de las relaciones
comerciales con Rusia y estableció una relación de trabajo sin precedentes con
los dirigentes del Kremlin, para irritación de Washington- fueron líderes que
mostraron firmeza.
Dicho de otro modo, todo depende de la voluntad colectiva de Alemania de
romper el techo de cristal de la OTAN, que Lord Ismay, el primer secretario
general de la Alianza, había resumido de forma sucinta como la intención de
"mantener a la Unión Soviética fuera, a los norteamericanos dentro y a los
alemanes abajo". Actualmente, la interacción de tres factores influye en
la política alemana.
En primer lugar, la estrategia Indo-Pacífica. No nos equivoquemos, la
guerra por delegación en Ucrania es un ensayo general del inevitable
enfrentamiento entre Estados Unidos y China por la cuestión de Taiwán. En ambos
casos, que involucran el equilibrio estratégico global, lo que está en juego es
la hegemonía global de Estados Unidos y la multipolaridad en el orden mundial.
Alemania juega un papel fundamental en esta lucha histórica, no sólo por
ocupar la extremadamente volátil posición en el centro de Europa, que también
arrastra restos de la historia, sino por ser la potencia económica del
continente en el umbral de convertirse en una superpotencia.
Es evidente la angustia en Washington, ya que la visita de Scholz a China
puede debilitar el diseño geopolítico de Estados Unidos para repetir la
impresionante hazaña de la unidad occidental sobre Ucrania, si las tensiones
estallan en Asia-Pacífico y China se ve obligada a actuar.
Por supuesto, ninguna analogía es completa, ya que es poco probable que China
opte por una operación militar especial gradual de 9 meses de duración para
"triturar" al ejército taiwanés, similar a Rusia para destruir el
Estado ucraniano. Será una guerra mundial desde el primer día.
Sin embargo, la analogía es completa, cuando se trata de las terribles
sanciones que la Administración Biden
impondrá a China y el bandolerismo de la confiscación de los "activos
congelados" de China (que superan el billón de dólares como mínimo),
además de paralizar las cadenas de suministro de China.
Baste decir que una "estratagema al estilo Ucrania" en China,
posee la clave para la perpetuación de la hegemonía global de los EE UU., ya
que los activos financieros de China serían expropiados para revitalizar la
maltrecha economía de los EE UU., mientras el estatus del dólar como moneda
mundial y el neo-mercantilismo y el control del movimiento de capitales, etc.
permanecen intactos.
En segundo lugar, una de las grandes victorias diplomáticas de la
Administración Biden hasta ahora ha sido en la política transatlántica, donde
logró consolidar su dominio sobre Europa al poner en el centro de la escena la
cuestión de Rusia. Se avivaron los temores maniqueos de los países europeos a
un resurgimiento histórico del poder ruso.
Después del famoso discurso del presidente Vladimir Putin en la Conferencia
de Seguridad de Múnich, en febrero de 2007, pocos esperaban un resurgimiento
ruso en tan poco tiempo
La versión occidental en ese momento, era que Rusia simplemente carecía de
la capacidad de regenerarse como potencia mundial, ya que la modernización
militar de Rusia era inviable. Podría decirse que toda la diplomacia de la
canciller Angela Merkel hacia Rusia (2005-2021) se fundamentó en esa versión
simplista.
Por lo tanto, cuando Putin, inesperadamente anunció, en una reunión de la
Junta del Ministerio de Defensa en Moscú, el 24 de diciembre de 2019, que Rusia
se ha convertido en líder mundial en armamento hipersónico y que "ni un
solo país posee armas hipersónicas, por no hablar de armas hipersónicas de
alcance continental", Occidente lo escuchó con indisimulado horror.
El equipo de Biden aprovechó el profundo malestar en las capitales europeas
para reunirlas y fomentar la "unidad occidental" respecto a Ucrania.
Pero la visita de Scholz a Pekín ha abierto una brecha. Blinken se apresuró a
volver a meter a Scholz en el redil.
En tercer lugar, tras lo anterior, una contradicción fundamental se hace
presente en este momento cuando las "terribles sanciones" de
Occidente contra Rusia han tenido un efecto bumerán sobre Europa, empujándola a
la recesión. Alemania se ha sido golpeada severamente y se enfrenta al espectro
del colapso de sectores enteros de su industria, con el consiguiente desempleo
y la agitación social y política.
El milagro industrial alemán se basaba en la disponibilidad de un
suministro de energía barato, ilimitado y garantizado desde Rusia, y la
interrupción está causando graves estragos. Por si fuera poco, el sabotaje de
los gasoductos Nord Stream descarta una reactivación del nexo energético entre
Alemania y Rusia (que la opinión pública alemana favorece).
Sin duda, con todos los datos disponibles del lecho marino del Mar Báltico,
Scholz tiene que estar muy consciente de las implicaciones geopolíticas de lo
que Estados Unidos ha hecho a Alemania. Pero no está en condiciones de armar un
escándalo y, en cambio, ha optado por interiorizar el sentimiento de amargura,
sobre todo porque Alemania se encuentra hoy en la humillante posición de tener
que comprar GNL a un precio espantosamente caro a empresas estadounidenses para
sustituir el gas ruso (que EE UU. comercializa en Europa a precios entre tres y
cuatro veces superiores al precio nacional).
La única opción que le queda a Alemania es contactar a China en una
búsqueda desesperada por reactivar su economía. Por cierto, la misión de Scholz
tenía como objetivo principal el traslado a China de las unidades de producción
de BASF, la multinacional química alemana y el mayor productor de productos químicos
del mundo, para que sus productos sigan siendo competitivos.
Sin embargo, es muy improbable que Washington le dé carta blanca a Scholz. Afortunadamente para
Washington, los socios de la coalición de Scholz -el Partido Verde (ecologista)
y el neoliberal, Demócratas Libres (FDP)- son atlantistas sin ambages y también
están dispuestos a jugar el juego estadounidense.
Brandt o Schroeder habrían contraatacado, pero Scholz no es un luchador
callejero, aunque intuye el gran diseño de Estados Unidos de transformar a
Alemania en un apéndice de la economía estadounidense e integrarla en una única
cadena de suministro. En pocas palabras, Washington espera que Alemania sea una
pieza indispensable en el engranaje del Occidente colectivo.
Mientras tanto, Washington goza de una posición ventajosa, ya que el sector
corporativo alemán se encuentra muy dividido, con muchas empresas bien situadas
para beneficiarse del cambio de modelo económico que Washington está
promoviendo, mostrando reticencias para apoyar a Scholz, aunque él mismo sea un
canciller al servicio de las corporaciones.
Estados Unidos tiene experiencia en explotar esas situaciones de
"divide y vencerás". Al parecer, algunas empresas alemanas del sector
de alta tecnología no aceptaron la invitación de Scholz para acompañarle a
Pekín, entre ellas los directores generales de Mercedes-Benz, Bosch,
Continental, Infineon, SAP y Thyssen Krupp.
Publicado por La Cuna del Sol
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