Los judíos liberales afirman que se está abusando del antisemitismo. La verdad es más complicada
ES
HORA QUE LOS JUDÍOS RECHACEN
LA
'PROTECCIÓN' DE TRUMP
Sam
Adler-Bell
New York
En las
últimas semanas, los agentes federales han puesto en la mira a casi una docena
de estudiantes y profesores nacidos en el extranjero, muchos de los cuales han
criticado a Israel o han participado en protestas en los campus universitarios contra
su brutal asedio a Gaza. Mientras tanto, el Departamento de Estado -utilizando
IA para escanear las redes sociales en busca de pruebas sobre opiniones
favorables a Hamás- ha revocado unos 300 visados, amparándose en una ley de
1952 concebida originalmente, en parte, para deportar a “comunistas”.
Al mismo
tiempo, la Casa Blanca ha amenazado con revocar miles de millones en
subvenciones federales a universidades acusadas de “no proteger a estudiantes y
profesores judíos de la discriminación ilegal” y ha presionado a prestigiosos bufetes
de abogados para que se unan a litigios pro bono para “combatir el
antisemitismo”, entre otras cosas. Después de detener al graduado de la
Universidad de Columbia, Mahmoud Khalil, que sirvió como intermediario entre
activistas y administradores durante las protestas de la primavera pasada, el
presidente Trump escribió en Truth Social: “Este es el primer arresto de muchos
por venir. Sabemos que hay más estudiantes... que han participado en
actividades pro terroristas, antisemitas y antiestadounidenses... Encontraremos,
aprehenderemos y deportaremos a estos simpatizantes de terroristas de nuestro
país -para que nunca vuelvan”. A los diez días de su mandato, ordenó a las
agencias ejecutivas a que “movilizaran todos los recursos federales para
combatir la explosión de antisemitismo” y al Departamento de Justicia a que “investigara
y castigara el racismo antijudío”. No tiene gracia, pero parece una broma: ¿Con
que finalidad llegó el fascismo a Estados Unidos en 2025? Para proteger a los
judíos.
Khalil, residente
legal y casado con una ciudadana estadounidense, lleva detenido al menos desde
el 11 de marzo en un centro de Louisiana que los abogados de inmigración han
descrito como un “agujero negro”; los detenidos duermen en literas metálicas, 50
por habitación. Otro de los objetivos, Yunseo Chung, estudiante de Columbia que
vive en Estados Unidos desde los 7 años, se escondió. Rumeysa Ozturk,
estudiante turca de posgrado en la Universidad de Tufts, fue secuestrada en una
calle de Somerville (Massachusetts) por agentes del ICE vestidos de civil. Su
delito: ser coautora de un artículo de opinión para el periódico Tufts Daily
en el que pedía a la administración que respondiera a las demandas de los
estudiantes. Se les castiga explícitamente por expresarse políticamente. “Les otorgamos
un visado para venir a estudiar y obtener un título”, dijo el secretario de
Estado Marco Rubio, “no para convertirse en activistas sociales”.
Es difícil
exagerar la perversidad de esta situación. La Ley de Inmigración y Nacionalidad
(Immigration and Nationality Act), la ley de la época de la Guerra Fría, en
virtud de la cual Khalil y otros han sido detenidos y entregados, se utilizó
para impedir la inmigración de judíos supervivientes del Holocausto. La ironía
no pasa desapercibida para los judíos liberales, para quienes el vídeo de la
detención de Ozturk, como informa el New
York Times, “evocó dolorosos recuerdos de la historia judía”. Muchos dicen
que la administración está manipulando sus temores para llevar a cabo un ataque
más extenso, de paso poniendo en peligro a los judíos.
Pero las
acusaciones de hipocresía y cinismo ocultan una verdad más siniestra. Cuando se
aprobó la Ley de Inmigración y Nacionalidad, la Liga Antidifamación (Anti-Defamation
League) y otros líderes políticos judíos se opusieron a ella. El entonces
director nacional de la ADL, Benjamin Epstein, la calificó de ejemplo “del peor
tipo de legislación, discriminatoria y abusiva de los conceptos e ideales
estadounidenses”. Los tiempos han cambiado. Después de la detención de Khalil,
la ADL, bajo la dirección de Jonathan Greenblatt, elogió la decisión: “Apreciamos
el amplio y audaz conjunto de esfuerzos de la administración Trump para
contrarrestar el antisemitismo en los campus”. Organizaciones pro-Israel como
Canary Mission y Betar USA llevan años reuniendo bases de datos de estudiantes
y académicos que critican a Israel; ahora Betar se jacta de que la Casa Blanca
está utilizando estas listas negras.
La realidad
es que ampliar la definición de antisemitismo para incluir las críticas a
Israel -y criminalizar la protesta antisionista- ha sido un proyecto expreso de
las principales organizaciones judías durante décadas. (“El antisionismo es
antisemitismo” ha sido el mantra de Greenblatt.) La actual represión representa
el premio a su éxito.
Tanto el
gobierno de Biden como el de Trump adoptaron la definición de antisemitismo de
la Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto (International
Holocaust Remembrance Alliance’s), que incluye “establecer comparaciones de la
política israelí contemporánea con la de los nazis” y “afirmar que la
existencia de un Estado de Israel es una empresa racista”. Que uno pueda amar a
la gente judía, como hago yo, y cuestionar la virtud de un etnoestado judío,
como también lo hago, no está contemplado por la IHRA. En Estados Unidos, por
definición, soy antisemita.
Pero al
menos soy judío (y ciudadano). Puede que no quiera la “protección” de Trump,
pero la tengo. De hecho, mientras la Casa Blanca intenta eliminar los derechos
civiles de otros grupos, son los judíos, y solo los judíos, los que son
tratados como una minoría que merece ser defendida.
Los judíos
liberales prefieren pensar que la campaña de la Casa Blanca es un pretexto:
¡Nos están utilizando! No se trata de nosotros. “El propósito de las
deportaciones... no ha sido combatir el antisemitismo”, escribe Yair Rosenberg
de The Atlantic en X, “sino más bien utilizar el antisemitismo como
cabeza de playa para deshacerse finalmente de los estudiantes extranjeros por
completo, utilizando a los judíos como pretexto para una agenda política no
judía”. Este punto de vista nos libera de la complicidad. Pero, ¿en qué sentido
la deportación de activistas antiisraelíes en defensa de estudiantes judíos
puede considerarse una agenda política “no judía”? La verdad es que sí: Estamos
implicados. Nuestro deseo de inocencia no sirve de nada ante los desaparecidos.
Es
importante recordar cómo hemos llegado hasta aquí. Durante medio siglo, los
líderes políticos y religiosos judíos han insistido en que defender a Israel es
obligación de todo judío. Muchos judíos de izquierdas, como yo, lo rechazamos
como un chantaje moral e intentamos crear una identidad judía separada del
sionismo. Pero otros tomaron al pie de la letra las lecciones de sus mayores y
llegaron a considerar el amor a Israel como algo inherente a su judaísmo. Es
comprensible que estos jóvenes se sientan amenazados cuando sus campus estallan
en indignación contra Israel. Sus rabinos, sus padres y sus abuelos les dijeron
que protestar contra Israel es lo que hacen los que odian a los judíos, y que
cuando éstos se congregan es el primer paso hacia la aniquilación. ¿Podemos
culparles por creerlo?
Mientras
tanto, en las últimas décadas, los administradores universitarios abrazaron la
idea de que los estudiantes necesitan sentirse vistos y reivindicados en sus
identidades. Determinados discursos políticos se convirtieron en motivo de
castigo. La guerra de Gaza puso en serias dificultades a este régimen. Los
activistas tenían todo el derecho a expresar su indignación por las atrocidades
cometidas en Gaza; al mismo tiempo, no resultaba inadmisible que los
estudiantes judíos esperaran ser protegidos de discursos que pusieran en
peligro su sentido de identidad.
Si combatir
el antisemitismo es un pretexto, nosotros hemos contribuido a crearlo. Un gran número
de voces judías han anhelado públicamente que alguien les librara de estos fastidiosos
manifestantes. Si ahora les horroriza que alguien haya escuchado sus lamentos,
que lo digan. Si a los líderes judíos les molesta que su anterior preocupación
por la seguridad en los campus se utilice para deportar a disidentes, deberían
ser ellos quienes en voz alta denunciaran estas acciones, no los tímidos como
Greenblatt o Chuck Schumer, cuya declaración sobre la detención de Khalil sirvió
para estigmatizarlo y abdicar de su responsabilidad.
El hecho innegable
es que nuestro discurso sobre el antisemitismo está roto, divorciado de la realidad,
pedante e ilógico a la vez, un vehículo para la pequeñez, el narcisismo moral y
la confusión. O, tal vez, funciona exactamente como fue diseñado. El concepto
de antisemitismo en la vida política estadounidense existe ahora para demonizar
a los críticos de Israel; es lo que hace. Y lo que está haciendo es alimentar
el autoritarismo.
Hay que
decirlo: El efecto de fusionar el sionismo con la identidad judía (la premisa
del pensamiento político judío dominante desde 1967) fue fomentar el
antisemitismo real. Los líderes judíos estadounidenses e israelíes insisten en
que amar a Israel es una obligación judía. Pero cuando Israel se comporta mal,
las mismas personas exigen a los críticos de Israel que distingan
cuidadosamente entre los judíos e Israel. (De hecho, la definición de
antisemitismo de la IHRA incluye, entre sus ejemplos, “Responsabilizar
colectivamente a los judíos de las acciones del Estado de Israel”). No es de
extrañar que algunos activistas propalestinos estén agotados por este juego de
culpas y exculpaciones. Si los judíos no quieren ser considerados responsables
de las acciones de Israel, seamos los primeros en denunciar sus crímenes. Si
los judíos no quieren que su seguridad sea la excusa de Trump para abrazar la
tiranía, rechacemos en voz alta su oferta. Decir “No en nuestro nombre” está
bien. Pero también deberíamos decir: “En absoluto”.
Publicado por La Cuna del Sol
No hay comentarios.:
Publicar un comentario