miércoles, 30 de abril de 2025

Es hora que los judíos rechacen la 'protección' de Trump

Los judíos liberales afirman que se está abusando del antisemitismo. La verdad es más complicada

 

ES HORA QUE LOS JUDÍOS RECHACEN
LA 'PROTECCIÓN' DE TRUMP



Sam Adler-Bell
New York

En las últimas semanas, los agentes federales han puesto en la mira a casi una docena de estudiantes y profesores nacidos en el extranjero, muchos de los cuales han criticado a Israel o han participado en protestas en los campus universitarios contra su brutal asedio a Gaza. Mientras tanto, el Departamento de Estado -utilizando IA para escanear las redes sociales en busca de pruebas sobre opiniones favorables a Hamás- ha revocado unos 300 visados, amparándose en una ley de 1952 concebida originalmente, en parte, para deportar a “comunistas”.

Al mismo tiempo, la Casa Blanca ha amenazado con revocar miles de millones en subvenciones federales a universidades acusadas de “no proteger a estudiantes y profesores judíos de la discriminación ilegal” y ha presionado a prestigiosos bufetes de abogados para que se unan a litigios pro bono para “combatir el antisemitismo”, entre otras cosas. Después de detener al graduado de la Universidad de Columbia, Mahmoud Khalil, que sirvió como intermediario entre activistas y administradores durante las protestas de la primavera pasada, el presidente Trump escribió en Truth Social: “Este es el primer arresto de muchos por venir. Sabemos que hay más estudiantes... que han participado en actividades pro terroristas, antisemitas y antiestadounidenses... Encontraremos, aprehenderemos y deportaremos a estos simpatizantes de terroristas de nuestro país -para que nunca vuelvan”. A los diez días de su mandato, ordenó a las agencias ejecutivas a que “movilizaran todos los recursos federales para combatir la explosión de antisemitismo” y al Departamento de Justicia a que “investigara y castigara el racismo antijudío”. No tiene gracia, pero parece una broma: ¿Con que finalidad llegó el fascismo a Estados Unidos en 2025? Para proteger a los judíos.

Khalil, residente legal y casado con una ciudadana estadounidense, lleva detenido al menos desde el 11 de marzo en un centro de Louisiana que los abogados de inmigración han descrito como un “agujero negro”; los detenidos duermen en literas metálicas, 50 por habitación. Otro de los objetivos, Yunseo Chung, estudiante de Columbia que vive en Estados Unidos desde los 7 años, se escondió. Rumeysa Ozturk, estudiante turca de posgrado en la Universidad de Tufts, fue secuestrada en una calle de Somerville (Massachusetts) por agentes del ICE vestidos de civil. Su delito: ser coautora de un artículo de opinión para el periódico Tufts Daily en el que pedía a la administración que respondiera a las demandas de los estudiantes. Se les castiga explícitamente por expresarse políticamente. “Les otorgamos un visado para venir a estudiar y obtener un título”, dijo el secretario de Estado Marco Rubio, “no para convertirse en activistas sociales”.

Es difícil exagerar la perversidad de esta situación. La Ley de Inmigración y Nacionalidad (Immigration and Nationality Act), la ley de la época de la Guerra Fría, en virtud de la cual Khalil y otros han sido detenidos y entregados, se utilizó para impedir la inmigración de judíos supervivientes del Holocausto. La ironía no pasa desapercibida para los judíos liberales, para quienes el vídeo de la detención de Ozturk, como informa el New York Times, “evocó dolorosos recuerdos de la historia judía”. Muchos dicen que la administración está manipulando sus temores para llevar a cabo un ataque más extenso, de paso poniendo en peligro a los judíos.

Pero las acusaciones de hipocresía y cinismo ocultan una verdad más siniestra. Cuando se aprobó la Ley de Inmigración y Nacionalidad, la Liga Antidifamación (Anti-Defamation League) y otros líderes políticos judíos se opusieron a ella. El entonces director nacional de la ADL, Benjamin Epstein, la calificó de ejemplo “del peor tipo de legislación, discriminatoria y abusiva de los conceptos e ideales estadounidenses”. Los tiempos han cambiado. Después de la detención de Khalil, la ADL, bajo la dirección de Jonathan Greenblatt, elogió la decisión: “Apreciamos el amplio y audaz conjunto de esfuerzos de la administración Trump para contrarrestar el antisemitismo en los campus”. Organizaciones pro-Israel como Canary Mission y Betar USA llevan años reuniendo bases de datos de estudiantes y académicos que critican a Israel; ahora Betar se jacta de que la Casa Blanca está utilizando estas listas negras.

La realidad es que ampliar la definición de antisemitismo para incluir las críticas a Israel -y criminalizar la protesta antisionista- ha sido un proyecto expreso de las principales organizaciones judías durante décadas. (“El antisionismo es antisemitismo” ha sido el mantra de Greenblatt.) La actual represión representa el premio a su éxito.

Tanto el gobierno de Biden como el de Trump adoptaron la definición de antisemitismo de la Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto (International Holocaust Remembrance Alliance’s), que incluye “establecer comparaciones de la política israelí contemporánea con la de los nazis” y “afirmar que la existencia de un Estado de Israel es una empresa racista”. Que uno pueda amar a la gente judía, como hago yo, y cuestionar la virtud de un etnoestado judío, como también lo hago, no está contemplado por la IHRA. En Estados Unidos, por definición, soy antisemita.

Pero al menos soy judío (y ciudadano). Puede que no quiera la “protección” de Trump, pero la tengo. De hecho, mientras la Casa Blanca intenta eliminar los derechos civiles de otros grupos, son los judíos, y solo los judíos, los que son tratados como una minoría que merece ser defendida.

Los judíos liberales prefieren pensar que la campaña de la Casa Blanca es un pretexto: ¡Nos están utilizando! No se trata de nosotros. “El propósito de las deportaciones... no ha sido combatir el antisemitismo”, escribe Yair Rosenberg de The Atlantic en X, “sino más bien utilizar el antisemitismo como cabeza de playa para deshacerse finalmente de los estudiantes extranjeros por completo, utilizando a los judíos como pretexto para una agenda política no judía”. Este punto de vista nos libera de la complicidad. Pero, ¿en qué sentido la deportación de activistas antiisraelíes en defensa de estudiantes judíos puede considerarse una agenda política “no judía”? La verdad es que sí: Estamos implicados. Nuestro deseo de inocencia no sirve de nada ante los desaparecidos.

Es importante recordar cómo hemos llegado hasta aquí. Durante medio siglo, los líderes políticos y religiosos judíos han insistido en que defender a Israel es obligación de todo judío. Muchos judíos de izquierdas, como yo, lo rechazamos como un chantaje moral e intentamos crear una identidad judía separada del sionismo. Pero otros tomaron al pie de la letra las lecciones de sus mayores y llegaron a considerar el amor a Israel como algo inherente a su judaísmo. Es comprensible que estos jóvenes se sientan amenazados cuando sus campus estallan en indignación contra Israel. Sus rabinos, sus padres y sus abuelos les dijeron que protestar contra Israel es lo que hacen los que odian a los judíos, y que cuando éstos se congregan es el primer paso hacia la aniquilación. ¿Podemos culparles por creerlo?

Mientras tanto, en las últimas décadas, los administradores universitarios abrazaron la idea de que los estudiantes necesitan sentirse vistos y reivindicados en sus identidades. Determinados discursos políticos se convirtieron en motivo de castigo. La guerra de Gaza puso en serias dificultades a este régimen. Los activistas tenían todo el derecho a expresar su indignación por las atrocidades cometidas en Gaza; al mismo tiempo, no resultaba inadmisible que los estudiantes judíos esperaran ser protegidos de discursos que pusieran en peligro su sentido de identidad.

Si combatir el antisemitismo es un pretexto, nosotros hemos contribuido a crearlo. Un gran número de voces judías han anhelado públicamente que alguien les librara de estos fastidiosos manifestantes. Si ahora les horroriza que alguien haya escuchado sus lamentos, que lo digan. Si a los líderes judíos les molesta que su anterior preocupación por la seguridad en los campus se utilice para deportar a disidentes, deberían ser ellos quienes en voz alta denunciaran estas acciones, no los tímidos como Greenblatt o Chuck Schumer, cuya declaración sobre la detención de Khalil sirvió para estigmatizarlo y abdicar de su responsabilidad.

El hecho innegable es que nuestro discurso sobre el antisemitismo está roto, divorciado de la realidad, pedante e ilógico a la vez, un vehículo para la pequeñez, el narcisismo moral y la confusión. O, tal vez, funciona exactamente como fue diseñado. El concepto de antisemitismo en la vida política estadounidense existe ahora para demonizar a los críticos de Israel; es lo que hace. Y lo que está haciendo es alimentar el autoritarismo.

Hay que decirlo: El efecto de fusionar el sionismo con la identidad judía (la premisa del pensamiento político judío dominante desde 1967) fue fomentar el antisemitismo real. Los líderes judíos estadounidenses e israelíes insisten en que amar a Israel es una obligación judía. Pero cuando Israel se comporta mal, las mismas personas exigen a los críticos de Israel que distingan cuidadosamente entre los judíos e Israel. (De hecho, la definición de antisemitismo de la IHRA incluye, entre sus ejemplos, “Responsabilizar colectivamente a los judíos de las acciones del Estado de Israel”). No es de extrañar que algunos activistas propalestinos estén agotados por este juego de culpas y exculpaciones. Si los judíos no quieren ser considerados responsables de las acciones de Israel, seamos los primeros en denunciar sus crímenes. Si los judíos no quieren que su seguridad sea la excusa de Trump para abrazar la tiranía, rechacemos en voz alta su oferta. Decir “No en nuestro nombre” está bien. Pero también deberíamos decir: “En absoluto”.




Publicado por La Cuna del Sol

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