miércoles, 12 de noviembre de 2014

El olor de la papaya madura

No puedo entender el genocidio guatemalteco sin pensar en el olor.  En eso que molesta a los estudiantes del colegio de Liniers de los compañeros bolivianos.  Si en un barrio limítrofe de la Capital Federal, un grupo de estudiantes se molesta por el olor de los hermanos bolivianos, qué les pasaría a los ladinos guatemaltecos al ver las mujeres mayas con sus polleras de colores? Por eso, escribí estas líneas inspirado en el olor de la papaya que trajo mi verdulero boliviano. Y no puedo terminar sin recordar a mi hermano guatemalteco asesinado en 1984 con quien estudié en Moscú en 1970, a su memoria dedico estas líneas que buscan convencer que hay mucho que aprender del genocidio guatemalteco. En memoria de Pedrito.


EL OLOR DE LA PAPAYA MADURA


Por José Ernesto Schulman

para Rosa, Luis y Francisco

en memoria de Pedrito

 Es extraño como los olores pueden ordenar la memoria y los afectos.

En el centro clandestino La Cuarta, un compañero se salvó de otra paliza por el mal olor de sus zapatillas.  Resulta que como no lo dejaron ir al baño por varios días terminó cagando en una de sus zapatillas pensando en limpiarla la primera vez que accediera al agua; pero lo llamaron al rato para “interrogarlo” y por más que quisieran los tipos no se bancaron el olor a mierda que él despedía y lo despacharon en mucho menos tiempo de lo que habían pensado.  Y con ello se salvó de algunos cientos de kilovatios, patadas y otras delicias de la Inteligencia en acción.

Fue cuando el Mono me contó eso que caí en la cuenta que el olor es una categoría política.

Hay olor a pobre, hay olor a indio, y también olor a viejo.

Hace unos años tuve un encuentro con estudiantes de un colegio secundario de la zona de Liniers, muy cerca de la cancha de Vélez Sarfield.  El tema era la diversidad cultural y yo les conté la historia de la dominación americana por parte de los españoles, los ingleses y los yankees, y de la construcción de la discriminación contra los que se busca doblegar, dominar. Costó bastante pero al final logré establecer un dialogo bastante sincero con los muchachos y muchachas. Reconocieron que les molestaban los migrantes de los países vecinos, particularmente los bolivianos. Y de los jóvenes bolivianos les molestaba el olor a ser humano. Es decir, el olor de las personas que no usan desodorante ni perfumes como la mayoría de los argentinos, sean pobres o ricos.

Por eso en nuestra memoria los olores ordenan imágenes y recuerdos, placeres y dolores  y es que los olores no son neutrales. Como casi todo en la vida.

 Hoy al salir de casa, en la verdulería del boliviano Andrés había un cajón de papayas maduras. Y para mi, desde hace unas semanas, el olor de la papaya me lleva a Guatemala. A su mercado frente a la catedral y a la mesa de Rosa en el desayuno. La papaya me hace pensar en esas mujeres vestidas con sus ropas, las que ellas mismas hilan y cosen, multicolores y hermosas. En la selva y la cultura maya. En la gloria de aquella civilización que en el siglo VII creó una ciudad de 80 mil habitantes donde hoy solo hay selva y construyó un calendario más preciso que cualquier otro de la antigüedad. Pero la papaya, dulce y cremosa, me remite a la tragedia guatemalteca, esa que casi no conocemos por esa manía argentina de ser los mejores y los más grandes del mundo. En el futbol, en el teatro y hasta en el sufrimiento por el terrorismo de Estado. El justo orgullo por las conquistas en la lucha por la verdad, la memoria y la justicia a veces se transforman en un nacionalismo de pacotilla que  puede llegar a ignorar los otros genocidios y que de tanto mirar al pasado no puede ver el presente. Digo, no ven a los más de 9500 presos políticos colombianos ni a los perseguidos/estigmatizados/asesinados de Paraguay, Honduras o Guatemala.  Los procesos genocidas que se perpetúan en la impunidad y se continúan en el asesinato selectivo y constante de los dirigentes populares que pretenden cuestionar el dominio omnímodo de un bloque social que contiene a los viejos oligarcas y las más modernas empresas transnacionales junto a los militares e intelectuales que sostuvieron aquellos años del lobo.

 En Guatemala perpetraron un Genocidio.  Destruyeron varios grupos de modo tal que la sociedad toda perdió su identidad en formación. Esa que se intentó democrática y plural en el corto periodo que va desde la destitución del Dictador Ubico y el comienzo de la Revolución en Octubre de 1944 hasta el Golpe de Estado organizado y protagonizado por la CIA y los grupos fascistas en 1954 contra Jacobo Arbenz quien había intentado la Reforma Agraria, la legalización de los partidos políticos (incluido el comunista Partido Guatemalteco del Trabajo), el fin de la servidumbre y el trabajo obligatorio de los indios en las plantaciones de café, tabaco y banana, la autonomía de la Universidad San Carlos y algunas otras pocas reformas democráticas y anticolonialistas desde una mirada lejana y desde el siglo XXI. Pero en los cincuenta, la combinación del racismo brutal heredado de la Inquisición Española y el predominio del pensamiento anticomunista en la versión patológica y paranoica que generó el Macartismo en los EE.UU. de los años del comienzo de la Guerra Fría, generó una mirada sobre Arbenz y sus pocos amigos comunistas desproporcionada y que disparó la preparación del segundo golpe en forma que preparó la CIA (el 1º fue en Irán en 1953 para voltear el Primer Ministro  Mohamed Mossadeq) articulando todo tipo de medidas: económicas, diplomáticas, militares y de acción psicológica que contó con radios clandestinas (como la que luego montarían contra la Cuba revolucionaria) y una invasión armada de mercenarios sostenidos por la CIA en un formato que se consolodiría en un “clásico” para la CIA.  El primero en asumir el gobierno dictatorial fue el fascistal Coronel Carlos Castillo Armas que volteó todas las reformas democráticas y lanzó la persecusión contra comunistas y partidarios de Arbenz, gobernó desde julio de 1954 a julio de 1957 fecha en que fue asesinado para que el Coronel Luis Arturo González López asumiera el gobierno hasta octubre del mismo año en que asumió el Coronel Guillermo Flores Avendaño hasta marzo del siguiente año en que asumió un General, José Miguel Ramón Ydigoras Fuentes que duró hasta marzo de 1963 en que otro golpe lo desplazó por Alfredo Enrique Peralta Azurdia que solo gobernó hasta que en julio otro Golpe llamó a “elecciones” para que un civil Julio Cesar Méndez Montenegro, luego de firmar un Pacto Secreto de subordinación al Ejercito, asumiera hasta 1970 en que lo reemplazó otro General, Carlos Arana Osorio hasta 1974 para dejar paso al General Kjell Eugenio Laugerud García que duró hasta 1978 en que otro General, Fernando Romeo Lucas García lo hace hasta que en 1982 asume el más brutal de los genocidas, acaso el más conocido por sus masacres, el General Efraín Ríos Montt que aunque solo gobierna 16 meses ejecuta las más extendidas y masivas masacres contra la insurgencia y los pueblos mayas (20 mil asesinatos o desapariciones forzadas, 324 masacres, 600 comunidades de pueblos originarios destruidas y unos 90 mil refugiados internos que se suman al millón de desplazados. Ríos Montt fue desplazado por otro golpe de estado que puso a Oscar Humberto Mejía Victores quien sancionó una nueva Constitución y llamó a elecciones para que ganara un democristiano, Virginio Cerezo en 1986 y diera comienzo a la “transición” hacia el convenio de paz que se firmaría en 1997.   Si pensamos que los españoles aplastaron la cultura maya y que la Independencia de 1821 agravaría las condiciones de vida de los pueblos originarios al abolir algunas “capitulaciones reales” que daban un mínimo pero real espacio de autonomía en los pueblos de indios; y si desde 1871 en adelante solo habrá gobiernos autoritarios, racistas hasta el paroxismo comprenderemos la extrema importancia que tienen esos diez años que los guatemaltecos llaman la Revolución: entre 1944 y 1954; y si pensamos que lo primero que hace Castillo Armas, el hombre de la CIA para el golpe es anular la Reforma Agraria que había afectado la United Fruit Company (cuyo presidente era hermano del vicepresidente de los EE.UU.), la autonomía de la Universidad San Carlos y anular el derecho al voto a los analfabetos que eran al menos dos tercios de los pueblos originarios, nos estaríamos acercándonos al meollo de la cuestión.

En Guatemala hubo un Genocidio. Doscientos mil muertos. Cuarenta y cinco mil desaparecidos. Se exterminó la insurgencia en varias oleadas represivas cada vez más brutales y masivas.  La primera oleada aplastó la sublevación armada de las Fuerzas Armadas Rebelde conformada por militares partidarios de la Revolución del 44 con apoyo comunista; luego se aplastó el movimiento social a finales de los 70 y la nueva ofensiva guerrillera de 1981/1982 del Ejercito Guerrillero de los Pobres y de la Organización Revolucionaria del Pueblo.   También  se aplastó casi hasta la desaparición del Partido Guatemalteco del Trabajo (comunistas), de la Organización Revolucionaria del Pueblo (ORPA) y del Ejercito Guerrillero de los Pobres quienes en 1982, en el momento de cénit de la lucha guerrillera se habían agrupado en la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca.  Se aniquiló el movimiento sindical, estudiantil y campesino de modo tal que algunas organizaciones actuales como la Asociación de Estudiantes Universitario (AEU) portan el nombre de lo que fueran organizaciones de combate, cuyos dirigentes fueron asesinados como el caso más notorio de Oliverio Castañeda de León (1978), pero no tienen relación alguna con aquella lucha. El método de de enfrentar el desafío revolucionario fue el del exterminio total.  En 1965, solo dos años después del comienzo de las acciones de resistencia armada impulsadas por las Fuerzas Armadas Rebeldes creadas en 1963 por oficiales partidarios de Arbenz en acuerdo con los comunistas, el Ejercito secuestró el Comité Central completo del PGT y lo asesinó: 28 compañeros.  Ese fue el estilo hasta el final. Secuestro del Comité Central Confederal de la Central de los Trabajadores y todos asesinados. Ocho de los diez primeros organizadores de Famdegua (organismo similar a Madres o a Familiares de Argentina) asesinados de manera salvaje, todos torturados incluidos niños de tres años que aparecían con los dedos mutilados. La dimensión del exterminio de la izquierda no se puede separar de la subordinación económica, política y cultural de las elites guatemaltecas a los EE.UU. y de la visión anticomunista paranoica que prima allí en los cincuenta.  El Genocido es incomprensible sin pensar el  impacto del triunfo de la Revolución Cubana y el fracaso de la invasión de Playa Girón en los sesenta.  Y para nada es casualidad que Ríos Montt aparezca en 1982 ,solo tres años después del triunfo de la Revolución Sandinista en la cercana Nicaragua.   Solo desde la dimensión continental de la Operación de Contrainsurgencia se puede entender el Genocidio en toda América Latina y también en Guatemala.  Un genocidio que posiblemente comenzó justamente con el golpe contra Arbenz en 1954 y prosiguió hasta el fin del conflicto armado en la misma Guatemala en 1997 cuando los yankees se creen que la victoria en la Guerra Fría ha eliminado el comunismo, las ideologías y hasta el campo de las reformas socialdemócratas. Igual que el Paraguay de Stroessner, el máximo orgullo de los militares y las elites chiapinas era proclamarse campeones del anticomunismo. Valga pues, una mirada de reconocimiento y valoración hacia todos los que sostuvieron el ideal revolucionario en Guatemala en condiciones tan extremas pero valga un reconocimiento especial a esos pocos cientos de militantes del Partido Guatemalteco del Trabajo que mantuvieron la bandera del comunismo en alto a pesar de la histeria anticomunista.  Recordemos por ahora al fundador del Partido, José Manuel Fortuny y el nombrado Oliverio Castañeda de León, militante de la Juventud Patriótica Guatemalteca.

 En Guatemala hubo un genocidio. Doscientos mil muertos y cuarenta y cinco mil desaparecidos. Pero de ellos, tres de cada cuatro pertenecían a los pueblos originarios. En Guatemala hubo dos genocidios si se quiere decir de esta manera: uno, el mismo que se extendió hasta la Patagonia chilena y argentina en el sur del continente, contra todos aquellos que proponían superar el capitalismo y constituían un escollo serio al nuevo modelo de desarrollo capitalista que se buscaba imponer desde Washington y las oligarquías locales; y otro un Genocidio étnico, una limpieza racial que buscaba completar lo que el Español no terminó en el siglo XV: liquidar los pueblos mayas, borrarlos del mapa social y geográfico. Porque molestaban  para el despliegue de algunos emprendimientos mineros, enérgeticos o agrarios (molestía que persiste y explica el nivel de represión hacia los pueblos originarios de estos días), pero sobre todo por racismo, por la intolerancia hacia el  llevada a la locura de asesinar miles y miles de mujeres, de partir las cabezas de los niños para que corra la sangre como agua hacia el mar, de esclavizar mujeres como esclavas sexuales por años o niños como sirvientes. Sin ese componente racista no se puede entender la decisión de exterminar toda comunidad que hubiera entrado o que ellos pensaran que había entrado en relación con la insurgencia.

Digo, no puedo entender el genocidio guatemalteco sin pensar en el olor.  En eso que molesta a los estudiantes del colegio de Liniers de los compañeros bolivianos.  Si en un barrio limítrofe de la Capital Federal, un grupo de estudiantes se molesta por el olor de los hermanos bolivianos, qué les pasaría a los ladinos guatemaltecos al ver las mujeres mayas con sus polleras de colores? Por eso, escribí estas líneas inspirado en el olor de la papaya que trajo mi verdulero boliviano. Y no puedo terminar sin recordar a mi hermano guatemalteco asesinado en 1984 con quien estudié en Moscú en 1970, a su memoria dedico estas líneas que buscan convencer que hay mucho que aprender del genocidio guatemalteco. En memoria de Pedrito.

 Dicen que debajo de esa bandera

dentro de ese pequeño cajón,

están los huesos de Pedro.

Dicen

que su hija menor,

que creció sin conocer la historia

tomó la bandera de su padre

y la puso sobre la caja de madera

donde reposan

los huesos de Pedro.

Dicen

que cuando lo atraparon

manoteo su 38 y opuso resistencia

cumpliendo con aquella promesa

de una tarde de nieve

cerca de la Plaza Roja

doce años antes de aquel instantes

 Entonces,

gritó seremos como el Che

o al menos,

corregí yo, como el Che

quería que fueramos

Dicen

que lo mataron

a los veinticuatro días:

o sea, el 29 de marzo

de 1984

Así escribieron los militares

guatemaltecos

tan prolijos como todo

militar latinoamericano

en eso de asesinar

militantes

Dicen y dicen

porque yo no lo vi más

desde aquella tarde de nieve

No lo vi

cuando cruzaba fronteras

con nombre falso

y bigote recortado

No lo vi

cuando entró a su

Guatemala

y se puso a pelear

justo cuando aquí

caían dictadores y volaban

Allendes por el cielo

No lo vi

cuando  volvió a cambiar de nombre

tantas veces que ni él se acordaba quien era

Pero ahora recuerdo

que aquel 29 de marzo de 1984

me tomé un par de vinos

con el Tito, el Carlos y el Tato

que eran buenos

en eso de ponerle al pueblo

uniforme de pueblo,

y salir a pasear con las banderas

en alto.

Banderas como esas

que la niña de Guatemala

criada en el país de los gringos

dobló con amor

para poner sobre la caja

de los huesos de su padre

Mi amigo guatemalteco

perdido en la noche,

que recuerda la culpa de estar vivo

y no ser, como él,

un puñado de huesos

dentro de una caja

bajo una bandera






Publicado por LaQnadlSol
USA.

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