domingo, 4 de marzo de 2018

Y ahora lo estamos viendo…


La división entre los guatemaltecos no fue salvada, sino estimulada por políticos y por gobernantes inescrupulosos. Las condiciones de vida de las clases populares no fueron mejoradas. Las causas que habían originado aquella división, en vez de haber sido resueltas fueron agravadas por la voracidad y por la canallería andante.


Y AHORA LO ESTAMOS VIENDO…


Por Manuel José Arce
(De la serie “El Solar Conocido”)

Guatemala ha sido siempre el país de la frustración y de las sustituciones.
Tras una serie de heroicas luchas que, en muchos casos condujeron a sus héroes al martirio, nuestra independencia se realizó incruentamente, con cohetes y marimba, con el último Capitán General como primer gobernante de la naciente soberanía.

Aquello no nos costó nada de momento. Fue una independencia híbrida, desvaída, cuyo fruto  -la soberanía nominal de esta faja estrecha de América-  sería tenida en muy poco por los pro-hombres de entonces.

Y la prueba está allí, como un borrón de la historia de Guatemala: corrimos a poner nuestra soberanía a las “imperiales” plantas de don Agustín de Iturbide y recibimos arrodillados a don Vicente Filísola y a sus huestes mexicanas. De no haber sido por los salvadoreños que tuvieron un gesto de patriotismo viril, aunque fueran derrotados, Centroamérica toda se habría sometido a la anexión ya al Imperio.

Pero, a pesar de toda nuestra tibieza, la Historia se cobra su diezmo de sangre en nuestros pueblos. Sangre que a la postre resulta siempre estérilmente derramada, criminal desperdicio con el que solemos pagar nuestra avaricia de ella en los momentos cuando sí se hace necesario derramarla, cuando sí sería heroico, justificable aunque no justo.

Nuestra cobarde actitud de 1821 frente a México y frente a España dio por resultado todas las luchas del separatismo criminal que ensangrentaron los campos de Centroamérica y que fragmentaron en ridículas soberanías lo que estaba llamado a ser una nación grande y próspera; que nos dejaron como mínimo cacicazgos, sujetos de pies y manos a la voluntad de los tiranos en turno, que castraron (¿es fuerte la palabra?, pues pongámosla con mayúsculas): CASTRARON el espíritu cívico de los centroamericanos.

De allí los Carreras, los Estrada Cabreras, los Carías, los Somozas, los Martínez y los Ubicos, frente a quienes el sacrificio de unos pocos ciudadanos dignos resultó siempre inútil.

-Cuando en 1954 nuestro pueblo se encontraba profundamente dividido en dos bandos, y cuando cada bando tenía  -hay que reconocerlo-  una bandera válida para la lucha y cuando esos bandos se enfrentaban con las armas en la mano, listos para la sangre fratricida que la historia señala a cada pueblo-  llámese guerra de secesión, revolución, guerra civil o como quiera llamársele-  las componendas palaciegas, la traición, la prestidigitación diplomática y el soborno resolvieron la crisis que Guatemala vivía por los caminos tortuosos del golpe de Estado y de las componendas a espaldas del pueblo.

Los guatemaltecos de entonces querían batirse. Pero batirse lealmente, cara a cara, con valentía y con heroísmo de pueblo. Era el plebiscito de las armas y de la sangre donde cada quien depositaría su voto, su sangre o su vida por la idea que le era justa.

Tal lucha  -si intereses extraños no hubieran mediado- hubieses sido, a la larga, una expresión de violencia democrática.

Pero la Democracia, está visto, está definitivamente desterrada de nuestra historia. La voluntad de los intrigantes pesa más en nuestra vida institucional que la del ciudadano.

Se vertió sangre. Pero fue sangre estéril, criminal e inicuamente derramada. Los campos de Oriente vieron caer  -no en guerra sino en asesinato-  a los campesinos que vivían en la región. Las cárceles de la ciudad vieron caer,  -no fusilados sino masacrados-  a los enemigos políticos capturados aquí.

Después, los componentes de los políticos, los manejos de los embajadores, la intriga y la mugre.

Toda la rabia popular de aquel entonces, frustrada en su momento más justo, traicionada por los dirigentes de uno y de otro bando, flora hoy y estalla acaso tardíamente, acaso estérilmente. De la misma forma negativa e inconducente como estalló en las guerras fratricidas de Morazán y de Carrera.

Porque la “movida” de 1954 pudo haber saciado a sus protagonistas, pudo haber satisfecho a quienes de ella obtuvieron provecho y ganancias. Pero el enfrentamiento histórico siguió en pie. No se resolvió con que se sacara del solio presidencial a un ciudadano y se colocara a otro.

La persecución de unos cayó sobre el pueblo.

La división entre los guatemaltecos no fue salvada, sino estimulada por políticos y por gobernantes inescrupulosos. Las condiciones de vida de las clases populares no fueron mejoradas. Las causas que habían originado aquella división, en vez de haber sido resueltas fueron agravadas por la voracidad y por la canallería andante.

Ahora lo estamos viendo.






Publicado por La Cuna del Sol
USA.

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