Las personas en Jocotán, una
de las zonas más golpeadas por el cambio climático, la hambruna y la falta de
recursos, se las ingenian como pueden para vivir
EL CORREDOR SECO DE
GUATEMALA:
LAS MIL Y UNA CARAS DEL
HAMBRE
Se le está cayendo el pelo y es más pequeña de lo normal para su edad.
Carla, de cuatro años, tiene la barriguita hinchada. No habla. Tampoco camina.
Es uno de los miles de rostros de la hambruna del Corredor Seco de Guatemala.
Su mamá la abandonó cuando era un bebé. Desde entonces fue de casa en casa
hasta que llegó a la de Roque Benedicto, un joven de 22 años que a apenas tenía
para comer. Pero junto a su madre, una señora que todo el día camina descalza,
le intentaron dar un hogar.
Bajo paredes de adobe, suelo de tierra, sin luz ni agua corriente, Carla y
su nueva familia intentan engañar al estómago con el poco maíz que cultivan en
una pequeña finca cercana. La sequía, pero también el exceso de lluvia, acabó
con la primera cosecha. La segunda peligra.
Y con ello su futuro. Roque, como cuenta a EFE, no ha querido llevar a la
pequeña a un centro asistencial por miedo a que se la quiten. La mayor parte
del tiempo comen "tortilla con sal". Y cuando no quilete, una hierba
que les da algunos de los nutrientes que necesitan.
"La mamá regaló a la niña porque no la quería. No es perro ni animal
para que la regalen", asegura sobre la pequeña Clara mientras la sostiene
en su regazo y ella, callada, juega con las manos del muchacho.
En su casa, de un solo ambiente y en la que hay dos pequeñas camas donde se
acomodan los tres, el joven narra que no saca lo suficiente de su pequeña finca
de maíz para venderlo. Así que cuando puede trabaja de jornalero, pero el
empleo escasea por esta zona.
Santiago, un hombre que trabaja para el Ministerio de Salud y que día a día
recorrer decenas de kilómetros por pequeños caminos de tierra que conducen a
estas comunidades abandonadas -como el de terracería que lleva a Casa de Clara
en el caserío la Ceiba tras caminar 45 minutos a pie por los valles de la
montaña-, sabe que la pequeña está muy mal de salud.
"Es la que peor está". Pero él continúa puerta por puerta en los
caseríos de La Palmilla, en Jocotán, para convencer a las 1.200 personas de
unas doscientas familias de que los pequeños, los que más sufren la hambruna,
necesitan vigilancia médica.
Pero "el miedo" y la falta de dinero para llegar hasta un centro
de salud hace que los padres, los tíos, los abuelos o la gente de buena fe
-como Roque y su madre que adoptaron a Clara-, no vayan al médico. Por eso,
grupos y organizaciones, como Antigua al Rescate, realizan jornadas gratuitas
por la zona.
Este grupo de voluntarios hizo una jornada médica de dos días en un centro
de salud casi olvidado en la Palmilla, en Jocotán, para dar atención primaria a
madres y niños del lugar. Cientos de mujeres, madres que no llegaban ni a los
20 años. llegaron con pequeños de los 0 a los 10 mientras su hijos más mayores
esperaban con otros en sus regazos.
Una de ellas, embarazada de otro hijo, acudió con Hamilton, un niño de unos
3 años. Ella sí permitió que lo llevaran a la consulta, donde está Sandy, con
su cara moradita y los ojos hinchados por problemas cardíacos.
"Su situación no es compatible con la vida", aseguran los
doctores sobre la pequeña, de cuerpo diminuto y baja estatura; pero ya tiene
siete años. El próximo mes de enero la van a volver a examinar porque ahora
está tan débil que no podrá someterse a la operación. Aunque su cardiopatía
congénita lo requiere.
La insuficiencia de Sandy se la descubrieron en su primera consulta, pero
la atención médica es tan precaria que la ha envenenado durante toda su vida.
Fue trasladada al hospital Roosevelt de la Ciudad de Guatemala de emergencia,
pero su situación es grave: su condición empeora en cada momento por la
desnutrición y abandono.
Su mamá la sujeta en brazos. Como todas las que hacen cola. Mientras, los
niños comen patatas de bolsa y toman bebidas azucaradas. En la tienda más
cercana no hay agua.
¿Cómo pasan el tiempo? En esta área, una de las más golpeadas por el cambio
climático, la hambruna y la falta de recursos, se las ingenian como pueden. Un
niño coge una bolsa de plástico negra, la ata a un palo y juega como si fuera
una cometa.
Aparenta 8 años, pero pueda que tenga más. Como todos. Los de dos tienen
cuatro. Los de ocho pueden tener 12.
Publicado por La Cuna del Sol
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