No fue necesario
mucho, con poco, casi se vino abajo, en el término de unas semanas. De sopetón,
el coloso de pies de barro del capitalismo, entró en crisis. Ha sido necesario
instalarle un respirador de billones de dólares para que sobreviva malamente.
EL CAPITALISMO: EL
COLOSO CON PIES DE BARRO
Por Luciano Castro Barillas / Escritor y
analista político
No fue necesario mucho, con poco, casi se vino
abajo, en el término de unas semanas. De sopetón, el coloso de pies de barro
del capitalismo, entró en crisis. Ha sido necesario instalarle un respirador de
billones de dólares para que sobreviva malamente. Con un empujoncito más
hubiera caído de bruces. Pese a estar construido con oro, plata, bronce, hierro
y arcilla; como la pesadilla que tuvo el rey Nabucodonosor II (604 años antes
de Cristo) y que el judío Daniel, un profeta llevado como esclavo después de la
destrucción de Judá y Jerusalén, se apresuró a interpretar mal
intencionadamente como la caída de su imperio.
Los judíos desde la antigüedad le hicieron mala
fama a Babilonia y a su rey (lea el Viejo Testamento y los libros de Reyes,
Jeremías y Crónicas) que se los llevó a esa ciudad, no precisamente de turismo,
sino para trabajar gratis, es decir, de esclavos, previa destrucción de Judea y
Jerusalén. Entre las difamaciones y
calumnias de los judíos, de buena lengua ya en esos tiempos profundos de la
humanidad, estuvo la de llamar a la espléndida ciudad de Babilonia La Gran
Ramera (reina de las abominaciones) solo porque no creían sus ciudadanos en su
dios y porque no tenían la ración debida de ajos y cebollas. Otras sandeces del
mismo estilo se difundieron en el Pentateuco y hasta la fecha, en pleno siglo
XXI, solo son creídas por los amplios votantes de confesión protestante de
Donald Trump y Jair Bolsonaro, personajes que se gastan unos cerebros altamente
receptivos para las estupideces y rutilantes de oscuridad.
Pues, bien, con este preámbulo histórico
necesario para ilustrar la debilidad del Coloso con pies de Barro, nada mejor
que esta imagen aplicada a la actual crisis del capitalismo, construido con el
oro y la plata saqueada a los pueblos del mundo. El feudalismo desde el siglo XIV daba
señales inequívocas de su agotamiento como formación económica-social, lo cual
la acabó de erosionar la Peste Negra hacia 1343 o 1346. La renta por el
alquiler de la tierra ya no daba para mucho y si bien los señores feudales
seguían teniéndole miedo al trabajo y escoraban por la buena vida, la tierra
agotada ya no daba para mucho, apenas sí para que los campesinos no se murieran
de hambre. Las guerras de grandes dimensiones han modificado desde siempre las
viejas estructuras políticas y sociales, pero también las grandes epidemias
como la peste aludida.
A mediados del siglo XIV se dio una de las
mayores epidemias de la humanidad, la Peste Negra, que minó las obsoletas
estructuras sociales, económicas y políticas del régimen feudal. Europa ya no
fue la misma pues las relaciones sociales de producción se modificaron
inopinadamente, es decir, sin querer queriendo. La fuerza de trabajo, los
campesinos, quedó altamente diezmada con los millones de muertos (25 millones
de difuntos) para una población que no era tan extensa. En Florencia, por
ejemplo, sobrevivió un 15% de su población y, por cierto, para variar, se acusó
a los judíos de infestar los pozos. La rebeldía y la insubordinación proliferó
en el campo y grandes contingentes humanos buscaron las incipientes ciudades o
las grandes ciudades despobladas de Italia o Flandes donde la vida libre,
artesana, permitía vivir un poco mejor que bajo la férula de los señores
feudales. Eso marcaría el final del régimen feudal, el ocaso de los señores que
comían bien, vestían de manera espléndida y habitaban casas de cal y canto
donde no proliferaban las pulgas ni las ratas; y que no le ponían ganas, ni el
mínimo esfuerzo, para sembrar una maceta con culantro. Igual que como pasa
actualmente en el sistema capitalista mundial, no se necesitó mucho para que el
régimen feudal cayera paso a paso, ya sin vitalidad para recomponerse, pues las
arterias nutritivas de su vida y sus sueños de vivir sin trabajar, eran y son,
como ahora; la gente humilde y trabajadora.
La gran agonía del capitalismo no es
exactamente de ahora. Ni tampoco su derrumbe obedece a una fuerza inesperada
que de la noche a la mañana investida de inmensos poderes lo derrumba fácilmente.
No, el derrumbe del capitalismo empezó a todo lo largo del siglo XX. Empieza
con la primera Guerra Mundial por los intereses en discordia, luego sigue cuando
ocurre la catástrofe de 1929 con el Crack, le sigue la aterradora Segunda Guerra
Mundial por los mismos pleitos intracapitalistas y corona su prolongada agonía
con una pandemia de mayor alcance histórico como el Covid-19. No es asunto de cifras solamente, de infectados, de
desempleados (26 millones de empleos perdidos solo en los Estados Unidos es
terrorífico). No solo es problema de producción, distribución y consumo. Es más
profundo. Se trata el colapso, la ruina, la polilla; de viejas maneras de
pensar y relacionarnos. Ya se descalabraron ideítas tales como “lo
mío es mío, y lo tuyo es tuyo”.
Son los tiempos de la solidaridad, piadosa o simplemente humana, para
que podamos entre todos salir adelante. Son los tiempos de la cooperación
entre los hombres y no de la competencia. De la comprensión del otro y
no de su culpabilización. Son los tiempos de esperar pacientemente a los
especialistas genéticos por doce meses o más para que encuentre la vacuna
adecuada, segura, garantizada; y no proponer con desprecio e ignorancia
inyectar a los humildes un desinfectante en las venas para ver la posibilidad
de curarse.
El hombre irá dejando atrás, poco a poco, sus
pensamientos primitivos, antropocéntricos y egoístas y enterarse que el nuevo
camino apenas empieza a hacerse, pero ahora sí, vamos sobre seguro, por las
reservas espirituales del capitalismo y sus fantasías filosóficas idealistas,
ya no alcanzan para entendernos y ser mejor entre nosotros. No fue necesario la
guerra nuclear, aunque los muertos son muchos. El capitalismo está jorobado por
sus propias contradicciones. Las guerras han cambiado a la humanidad y también
las epidemias. La Peste del Peloponeso hizo más inteligentes a los atenienses.
La Peste Antonina hizo lo propio y en Guatemala (como aquí todo sucede al revés
cual disparate cruel) El Cólera por acción de los conservadores derrumbó el
primer gobierno democrático de Centroamérica, el del doctor Mariano Gálvez en
1830. Vamos caminando por un túnel con una diminuta luz al fondo. No hemos
caído en un pozo. El pozo es para los capitalistas, el túnel para los pueblos
trabajadores del mundo ahítos de bondad, como lo es toda la gente trabajadora.
La cabeza de los holgazanes, no cabe la menor duda, sigue siendo el taller del
diablo.
Publicado La Cuna del Sol
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