domingo, 27 de junio de 2021

Por qué el impulso neoliberal de privatizar todo está perdiendo el ímpetu

El capitalismo estadounidense en declive ya no puede repetir sus anteriores celebraciones anodinas de las empresas privadas y el libre mercado. Hay demasiadas cosas que van mal, que provocan críticas y que profundizan las divisiones en la sociedad estadounidense.

 

POR QUÉ EL IMPULSO NEOLIBERAL
DE PRIVATIZAR TODO
ESTÁ PERDIENDO EL ÍMPETU



Richard D. Wolff
Brave New Europe

La mayoría de los chilenos rechazaron recientemente los remanentes del dictador militar Augusto Pinochet, junto con las políticas de Milton Friedman y muchas intervenciones de Estados Unidos. Están trabajando en una Constitución radicalmente nueva. En Estados Unidos, el expresidente Donald Trump y el presidente Joe Biden han hecho caso omiso de la ortodoxia neoliberal para impulsar y lograr intervenciones masivas del gobierno en el capitalismo estadounidense. La mayor parte de lo que queda del capitalismo privado está sobreviviendo con un soporte vital masivo y sin precedentes, monetario y fiscal, por parte del gobierno. Una fastidiosa repetición de la demonización que caracterizó la Guerra Fría proporciona la cobertura ideológica para el neoliberalismo evanescente. Los dos principales partidos respaldan las enormes y crecientes intervenciones económicas del gobierno como políticas antichinas urgidas e impulsadas por la seguridad nacional.

Qué pena con los pobres libertarios. Su audiencia se desvanece porque el mismo gobierno intruso al que culpan de todos los males económicos les exige lealtad en su lucha contra China. El ex presidente Richard Nixon fue menos deshonesto hace 50 años cuando dijo: "Ahora todos somos keynesianos". En cambio, el GOP de hoy habla de "economía conservadora", pero apenas objetan los detalles de la gigantesca creación de dinero y la financiación del déficit por parte del gobierno.

El capitalismo estadounidense en declive ya no puede repetir sus anteriores celebraciones anodinas de las empresas privadas y el libre mercado. Hay demasiadas cosas que van mal, que provocan críticas y que profundizan las divisiones en la sociedad estadounidense. La última vez que el capitalismo estadounidense tuvo un tropiezo tan grave -la Gran Depresión de la década de 1930- la salud pública no sufrió un colapso masivo al mismo tiempo. Sin embargo, también en ese momento la crítica al capitalismo fue de amplio alcance. Y se expresó en la sindicalización por parte del Congreso de Organizaciones Industriales (CIO) de millones de personas, junto con el aumento de inscripciones en dos partidos socialistas y un partido comunista.

Sin embargo, el New Deal negociado por el ex presidente Franklin Delano Roosevelt y la clase patronal, por un lado, y con la coalición de sindicalistas, socialistas y comunistas, por el otro, logró entonces mucho más de lo que el presidente Biden pretende ahora. El péndulo entonces osciló mucho más allá de la empresa privada y el libre mercado hacia amplias y profundas intervenciones económicas del gobierno, ejemplificadas por la Seguridad Social, la compensación por desempleo, el salario mínimo y el programa federal de contratación. El péndulo ahora oscila de la misma manera, aunque menos lejos, de la tradición neoliberal de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, al capitalismo dirigido y regulado por el gobierno, centrado en "ganar" la competencia con China (o, como prometió Trump, penalizar las "trampas" realizadas por los socios comerciales de Estados Unidos).

En ese momento, los polos del debate económico reflejaban las posiciones políticas contrarias. Se trataba de un capitalismo privado capaz de autorregularse y recuperarse por sí solo frente a las intervenciones reguladoras del gobierno para salvar al capitalismo de su autodestrucción. Ahora, algo básico ha cambiado. Los tres colapsos capitalistas de 2000, 2008 y 2020, cada uno mucho peor que el anterior, más el fracaso en prepararse para hacer frente a la COVID-19, dieron paso a una intervención económica gubernamental masiva y continua. La Reserva Federal ha hecho trizas todos los récords anteriores de creación de dinero. El Tesoro ha batido todos los récords anteriores de financiación de los déficits presupuestarios del gobierno con una deuda nacional en expansión. Los parámetros del debate económico entre el sector privado y el gubernamental han desaparecido, y han sido sustituidos por debates de facto sobre el tamaño, la duración y los beneficiarios u objetivos apropiados de las intervenciones gubernamentales, monetarias y fiscales.

Por supuesto, las intervenciones del gobierno en la economía fueron necesarias, solicitadas y obtenidas a lo largo de la historia de Estados Unidos por sus capitalistas privados. Pero estos últimos temían que la ampliación y, finalmente, el sufragio universal pudieran hacer que el gobierno sirviera a los intereses del trabajador (la mayoría) en lugar del capital (la minoría). Por consiguiente, era importante demonizar las intervenciones económicas del gobierno para comparar sus efectos de forma desfavorable con lo que el capitalismo privado había logrado y aún podía lograr. Pero en este momento lo que queda del capitalismo privado depende cada vez más de las esperadas intervenciones del gobierno que son el equivalente a un soporte vital en situaciones médicamente extremas. La añeja demonización de la intervención económica del gobierno suena cada vez más hueca y fuera de la realidad. Para modernizar a Nixon, podríamos decir: "Ahora todos somos intervencionistas". Y esto tiene sus efectos inevitables en los debates económicos en la academia, la política y los medios de comunicación.

Los libertarios retrógrados y otros partidarios del capitalismo privado de libre mercado frecuentemente colocan en la misma categoría a liberales, socialdemócratas, "conservadores" inconsistentes, keynesianos, socialistas y comunistas. Forman un bloque maligno y horrible de "los otros", defensores de la intervención económica del gobierno. Si bien hay matices entre ellos, que van desde Xi Jinping hasta Donald Trump y Joe Biden, todos son vistos como defensores de la intervención económica masiva del gobierno. Al articular tal perspectiva, los intransigentes se aíslan y marginan inadvertidamente, así como los debates económicos que los definen.

Los discursos contradictorios proliferan. Los funcionarios estadounidenses denuncian a las megacorporaciones privadas chinas por sus estrechos vínculos con el gobierno y las fuerzas armadas, como si sus homólogos estadounidenses no tuvieran una relación comparable con el gobierno y los militares estadounidenses. Los funcionarios chinos han celebrado sus logros "socialistas" de los últimos 25 años, como si China no hubiera invitado y permitido a las empresas capitalistas privadas entrar e impulsar esos logros. Cada vez más, los portavoces de las economías con mayor grado de capitalismo privado se refieren a las economías con mayor intervención gubernamental como "modelos" de los que hay que aprender. Así, "nosotros" debemos "aprender" de "ellos" para poder competir mejor con ellos.

Poco a poco se va comprendiendo que tal vez nunca fue apropiado centrar la atención analítica y la disputa doctrinal en los sectores privado y público de las economías capitalistas. Tal vez todos los capitalismos mezclaron empresas privadas y mercados libres con empresas públicas y empresas, mercados y actividades de planificación económica reguladas públicamente. Sabemos que los sistemas económicos esclavistas mezclaban empresas privadas esclavistas con empresas públicas esclavistas y regulaciones estatales de las empresas esclavistas. Sabemos que lo mismo ocurre con los sistemas económicos feudales. Es una distracción centrarse en la disputa entre lo privado y lo público como si fuera fundamental para entender el lugar del capitalismo en la historia y en la sociedad moderna.

Quizá la economía como disciplina esté cambiando el enfoque para centrarse en un discurso y un debate básico diferente. A nivel micro, este debate contrastaría y compararía el funcionamiento y los efectos (económicos, políticos y culturales) de dos organizaciones alternativas en los lugares de trabajo. Una de ellas, el capitalismo contemporáneo -encarnado tanto en empresas privadas como públicas- supone una versión de las dicotomías heredadas de la esclavitud y el feudalismo. En estas dicotomías, una pequeña minoría -esclavistas en la esclavitud, señores en el feudalismo y empleadores en el capitalismo- toma todas las decisiones clave en el espacio laboral, ocupa los principales puestos de poder y acumula una riqueza desproporcionada en relación con lo que obtiene la mayoría -esclavos, siervos y empleados-. La organización alternativa del espacio laboral o lugar de trabajo lucha ahora por salir de las sombras y los márgenes de esos discursos y realidades dicotómicas. Trae a la palestra una organización comunal, colectiva o cooperativa del lugar de trabajo. En lugar de la jerarquía, esta alternativa es una organización horizontal que hace que todos los participantes del lugar de trabajo tengan el mismo poder. Cada uno tiene un voto para decidir democráticamente qué producir, cómo y dónde, y qué hacer con el excedente o los beneficios a los que contribuyen todos los participantes del lugar de trabajo. Se denominan empresas autogestionadas por los trabajadores, o workers self-directed enterprises (WSDEs). Ver Democracy at Work: A Cure for Capitalism.

A nivel macro, el incipiente debate se centraría en cómo las instituciones clave -los mercados, los aparatos de planificación, las relaciones entre los lugares de trabajo y las comunidades residenciales, las escuelas, el gobierno, los partidos políticos, etc.- se vincularían de manera diferente a las organizaciones empresariales alternativas. Todo el debate sobre el capitalismo frente al socialismo se reorganizaría entonces en torno a esta cuestión: qué organización empresarial -capitalista versus WSDE- sirve mejor a los intereses de las comunidades que participan en dicho debate.

Los debates sobre el capitalismo versus socialismo dejarían de ser sobre la propiedad privada frente a la pública y los mercados libres frente a los regulados por el gobierno (o planificados). En su lugar, se centrarían en las organizaciones jerárquicas-capitalistas frente a las democráticas-colectivistas de los lugares de trabajo (fábricas, oficinas y tiendas). De esta manera, la noción original de socialismo como crítica básica y como alternativa al capitalismo retornaría para suplantar su desviación hacia los debates sobre lo privado frente a lo público.




Publicado por La Cuna del Sol

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