Lo que el Estado de Israel ha creado en la Franja de Gaza no es otra cosa que un campo de exterminio similar a lo que los nazis crearon para realizar la masacre de judíos y otros supuestos enemigos del Reich.
CAMPO DE EXTERMINIO
Gary Fields
Counterpunch
Desde 2007, cuando el Estado de Israel puso
en marcha su bloqueo de Gaza, el cual hasta hoy en día sigue vigente, han
surgido diversos términos para describir las condiciones de los palestinos que
viven en el territorio bajo el continuo asedio israelí. Tras 11 meses del
asalto asesino israelí contra la población de Gaza, es necesario revisar una
vez más lo que el Estado de Israel ha impuesto en el territorio. Lo que el Estado de
Israel ha creado en la Franja de Gaza no es otra cosa que un campo de
exterminio similar a lo que los nazis crearon para la masacre de judíos y
otros supuestos enemigos del Reich.
Durante años, el término preferido
para describir a la Franja de Gaza, fue el de «la mayor prisión al aire libre
del mundo» que -sorprendentemente- surgió de las declaraciones realizadas en
2010 por el ex primer ministro británico, David Cameron, durante un viaje a
Ankara (Turquía). Hablando junto a su
homólogo turco, Recep Tayyip Erdogan, Cameron insistió sin rodeos en que «no se
puede ni se debe permitir que Gaza siga siendo un campo de prisioneros». Esta caracterización de Gaza como una prisión
se asemejaba a la metáfora utilizada por Michel Foucault para describir la inactividad
y la inmovilización impuestas por las autoridades a las ciudades europeas de
finales de la Edad Media afectadas por la peste y que a la vez se ha convertido
en una representación estándar de Gaza bajo el asedio israelí.
Después del 7 de octubre de 2023, en las
semanas iniciales de la brutal represalia del ejército israelí contra los
civiles de Gaza, Masha Gessen, en un artículo muy provocador para el New
Yorker, escribió que la analogía de la prisión ya no era aplicable para
describir lo que los palestinos de Gaza estaban experimentando. En su lugar, Gessen insistió en referirse a
Gaza como un «gueto» y sugirió que lo que Israel estaba llevando a cabo en Gaza
era precisamente lo que los nazis hicieron en lugares como el gueto de
Varsovia. En lo que fue una observación
valiente, además de perspicaz, Gessen escribió que los israelíes estaban
«liquidando» el gueto de Gaza igual que los nazis liquidaron el gueto de
Varsovia.
Actualmente, tras 11 meses de incesantes
bombardeos y matanzas diarias de una población en gran medida indefensa y sin
final a la vista; con toda una población, incluidos mujeres y niños, obligada a
sufrir sin alimentos, sin agua potable, enfermedades sin medicinas y con los
hospitales en gran parte destruidos; y con los civiles de Gaza encerrados en el
espacio del territorio sin ningún lugar al que huir; el ejército israelí está
recreando un proyecto similar a los campos de Treblinka, Sobibor y Oswiecim pero
a mayor escala espacial. ¿Qué otra cosa
sino un campo de exterminio corresponde a la matanza diaria organizada de
palestinos dentro de un espacio confinado llevada a cabo por el Estado de
Israel?
En tales circunstancias, la interrogante que
reclama respuestas es: ¿cómo puede una nación que reivindica su herencia de las
cenizas del Holocausto y los campos de exterminio nazis -y se enorgullece de
defender el lema «nunca más»- dar media vuelta e infligir prácticamente el
mismo tipo de sufrimiento a otro grupo de civiles, y hacerlo aparentemente sin
remordimientos? Aunque no hay respuestas
fáciles a este enigmático rompecabezas, sorprendentemente un punto de partida
son las ideas de dos contemporáneos del siglo XIX con convicciones políticas
muy diferentes.
En su célebre obra The Ancien Régime and
the Revolution (1856), Alexis de Tocqueville se preguntaba cómo las
luminarias de la Revolución Francesa, con su «amor por la igualdad y el ansia
de libertad», acabaron por crear un sistema de gobierno autoritario poco
diferente del absolutismo que con tanta pasión se propusieron derrocar.* Al
tratar de explicar esta paradoja, de Tocqueville señaló una verdad seductora
sobre revolucionarios como Robespierre y St. Just, quienes, insiste, «eran
hombres moldeados por el viejo orden».
Puede que estos individuos quisieran distanciarse del antiguo régimen
que tan fervientemente deseaban destruir, pero los años de condicionamiento
bajo el absolutismo francés habían influido en su visión y su
comportamiento. Por mucho que lo
intentaran, estos revolucionarios «seguían siendo esencialmente lo mismo, y de
hecho... nunca cambiaron».
Cuatro años antes de The Ancien Regime
de Alexis de Tocqueville, Karl Marx, en su Eighteenth Brumario of Luis
Bonaparte, escribió sobre como los seres humanos hacen su propia historia,
pero no la hacen a su antojo. La hacen
«bajo circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han
sido legadas por el pasado». Utilizó
esta percepción para mostrar no cómo la historia se repite, sino cómo la
historia «rima» a medida que los actores humanos recrean en el presente lo que
han encontrado en la experiencia pasada.
Marx describió la repetición del pasado como tragedia y farsa.
De este modo, tanto de Tocqueville como Marx
ponen de relieve cómo los actores humanos emergen de las circunstancias que les
rodean y, de un modo extraño, recrean lo que ellos mismos conocen y ya han
experimentado. Lo que estas dos grandes
figuras revelan es que la historia pesa sobre los vivos cuando intentan rehacer
el mundo del presente. ¿Qué tipo de
«peso muerto» arrojaron el Holocausto y la experiencia de los campos de exterminio
nazis sobre el sionismo, los judíos y el Estado de Israel?
En respuesta a esta interrogante, el impulso
lógico, pero en última instancia ingenuo, es imaginar a las víctimas del
Holocausto llenas de compasión por quienes han experimentado destinos
similares. Supuestamente, quienes
soportaron los estragos de los campos de exterminio saldrían de su tragedia
repletos de empatía por el sufrimiento de otros. En algunos casos, esto es indudablemente
cierto.
Mucho más creíble es la perturbadora
probabilidad de que el Holocausto produjera herederos completamente repletos de
rencor y amargura hacia la humanidad, con poca compasión por otras víctimas de
la brutalidad y la injusticia, y un sentido del victimismo, si no único, de profundo
resentimiento. De hecho, se trataba de víctimas desventuradas de un crimen
incalificable patrocinado por el Estado que transmitieron esos sentimientos de
amargura y resentimiento a las generaciones posteriores, incluida la actual
generación de israelíes que, según todos los indicadores de opinión pública,
apoyan plenamente las actividades fratricidas de su gobierno y parecen ajenos
al sufrimiento de sus vecinos palestinos de Gaza. De qué otra forma es posible explicar la
crueldad de esos civiles israelíes que destrozan los suministros de ayuda
destinados a la hambrienta y sufrida población de Gaza, un espectáculo
verdaderamente perverso que evoca imágenes de los judíos cautivos en los campos
de exterminio de los nazis, hambrientos y esqueléticos.
Hay una escena hacia el final de la reciente
y galardonada película The Zone of Interest en la que los comandantes
nazis de los campos de exterminio y varios expertos civiles están reunidos,
sentados alrededor de una gran mesa, discutiendo cómo van a poner en práctica
la logística para liquidar a un contingente de 700 000 judíos húngaros que
están siendo transportados a los distintos puntos de ubicación de los
campos. El diálogo franco e insensible,
incluso banal, de esta escena sobre los retos logísticos de procesar tantos
cuerpos para la muerte es obviamente un eco de The Banality of Evil de
Hannah Arendt. Al mismo tiempo, las
imágenes visuales de esta recreación cinematográfica de la reunión son escalofriantemente
similares a las fugaces imágenes presentadas en los noticiarios del llamado
«Gabinete de Guerra» israelí, en el que suelen aparecer los estoicos rostros
del primer ministro Benjamin Netanyahu y el ministro de Defensa, Yoav
Gallant. Aunque no conocemos las
palabras exactas que intercambiaron estos generales y líderes civiles
israelíes, el trabajo de este grupo ha estado a la vista del mundo durante los
últimos 11 meses.
En una fascinante rueda de prensa celebrada
el 26 de agosto, dos veteranos funcionarios de UNRWA participantes directos en
la distribución de ayuda médica y alimentaria a la población de Gaza, Louise
Wateridge y Sam Rose, describieron una catástrofe humanitaria que calificaron
de no tener precedentes, algo que nunca habían visto en décadas de trabajo en
la ONU. Los habitantes de lugares como
Al-Mawasi y Deir al Balah, sin alimentos, agua, medicinas ni atención médica,
viven entre lagos de aguas residuales sin tratar en un paisaje apocalíptico de
carnicería en condiciones totalmente inadecuadas para la convivencia
humana. La situación empeora cada hora puesto
que Israel ordena a un millón de personas hambrientas y enfermas que desalojen
una y otra vez -ya van 16 evacuaciones en agosto- y encuentren refugio en un
espacio confinado que comprende el 11% de Gaza y que el ejército israelí
bombardea incesantemente.
En última instancia, la forma de comprender
cómo se llega a esta situación descrita por los dos funcionarios de la UNRWA es
yuxtaponer la escena de The Zone Of Interest sobre la liquidación de los
700 000 judíos húngaros, y compararla con las imágenes del Gabinete de Guerra
israelí. Hay una desconcertante simetría en esta comparación que nos invita a
que reflexionemos sobre cómo el Estado de Israel ha llegado a este momento de
masacrar a tantos miles de inocentes, mientras mantiene a los que siguen vivos
acorralados, preparándolos para la muerte al impedirles cualquier vía de
escape.
* Para acceder al resto de este párrafo y el
siguiente, véase Gary Fields, «Nazis: The
Fraught Politics of a word and a People Besieged». Jadaliyya
Gary Fields es
profesor en el Departamento de Comunicación de la UCSD y autor de Enclosure: Palestinian Landscapes in a Historical Mirror. Reside en San Diego.
Publicado por La Cuna del Sol
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