Cuando los antiguos romanos discutían a cerca
de las virtudes de la democracia, como ellos la entendían o la
conceptualizaban, concluían que la plebe, el vulgo, el populacho; por su misma
condición de pobres e ignorantes (sin instrucción) eran incapaces de gobernar y
por lo tanto debería ser la clase rica y educada o sea la aristocracia romana,
la que debería ejercer el poder. Si nos abocamos al término democracia, sin
más, nos daremos cuenta que desde esa época el concepto y la práctica de la
democracia, como el ejercicio del poder del pueblo ha sido totalmente
desnaturalizado y prácticamente ha perdido toda legitimidad ante los ojos de
grandes sectores de la opinión pública en el mundo entero. Veamos, por ejemplo,
el caso de los movimientos de indignados que ante la crisis social y económica,
producto de las inequidades del capitalismo global, están protestando, en
muchos casos violentamente el poder “democrático” del Estado oligarca que
defiende la hegemonía o dictadura de esa clase que los manifestantes en contra
de Wall Street llaman el 1%. A pesar de todas sus falencias programáticas
y de liderazgo este movimiento de masas (el 99%) ha logrado comprender a
cabalidad que el Estado se ha convertido en un instrumento del gran capital
monopolista. El caso de Grecia, la otrora Cuna de la Democracia, donde la
dictadura de los grandes monopolios banqueros de los Estados Unidos,
Alemania y Francia han prácticamente sometido a sus interés económicos a todo
el Estado y la sociedad griega, es muy ilustrativo a este respecto. Han logrado
comprender que la democracia al estilo occidental es una farsa que no sirve a
sus intereses de clase y que por lo tanto debe de ser eliminada y sustituida,
por la fuerza si es necesario, por una democracia que no solo en teoría, sino
en la práctica concreta materialice su poder y aspiraciones a vivir en un mundo
mejor.
En el ensayo que publicaremos a continuación,
el Profesor Luciano Castro Barillas expone con toda la maestría del caso del
por qué ser Marxista o Socialista, contrario a la errónea y no pocas veces mal
intencionada interpretación que de ambos se hace, no debe ser motivo de temor o
aversión, pues el marxismo defiende los mejores
ideales de la humanidad. “El fin de la guerra, la paz entre los
pueblos, el cese del saqueo y de la violencia: ese es nuestro ideal”, dijo
Lenin. El Socialismo como etapa suprema del desarrollo y perfección humana extinguirá la sociedad de
clases. Tanto la burguesía como el proletariado, así como otros estratos
sociales que hay en la sociedad contemporánea, llegarán a la igualación
universal bajo el principio marxista de: "A cada quien según sus
necesidades; y de cada cual, según sus capacidades". Marvin Najarro
PODER, DEMOCRACIA Y DEMOCRATICISMO
Por Luciano Castro Barillas
Hay democracias variadas, surtidas, como
formaciones económicosociales se han dado través de la historia. Para los
patricios romanos o griegos, el régimen democrático era exclusivamente para
ellos (instrucción y buena vida sin trabajar). Los esclavos, indudablemente,
desconocían esta invención intelectual de personas lo suficientemente listas en
la juventud del mundo, aunque sufrían su reificación, es decir, su práctica. La
concreción o cosificación de un concepto de la filosofía platónica y
aristotélica que se cebaba sobres sus adoloridas espaldas, al punto que Platón
llamó a los esclavos “animales parlantes”. O las democracias
feudales de la Edad Media, donde los grandes señores propietarios de la tierra
comían abundante y sabroso por el esfuerzo de los siervos que con la labranza y
la ganadería, virtualmente, mantenían una amplia cohorte de holgazanes (como
las familias reales de España o Inglaterra cuyos estilos de vida ostentosos
descansan sobre los hombros de los contribuyentes desde hace siglos). Por lo
tanto, cuando los dirigentes corporativos archimillonarios de los Estados
Unidos dicen a través de sus testaferros -los politiqueros del Partido
Demócrata o el Partido Republicano- que Cuba o Venezuela deben promover “la
democracia y la libertad” se refieren a la “democracia capitalista o
burguesa” que ellos disfrutan, porque tal aserto es desmentido por los
emigrantes latinoamericanos, los blancos pobres o los negros de baja
escolaridad para quienes ese tipo de democracia es un infierno. “Todo depende”,
dijo Pepito, un personaje infantil rapaz de la cultura popular guatemalteca.
Para 1917 surge el primer Estado
Socialista en Rusia y a la vez la democracia socialista como forma
política principal y general de este tipo de Estado y en 1959 en
América Latina con Cuba. Cuestionar al socialismo cubano, por ejemplo, del
porqué se eligió tantas veces a Fidel Castro como presidente o como jefe del
consejo de ministros, bueno, es un asunto que tiene explicación si se viaja al
interior del sistema socialista y sus principios o criterios de delegación del
poder soberano, representando en este caso en la Asamblea del Poder Popular.
Principios republicanos modificados por la doctrina socialista e
inexistentes en la democracia burguesa como el centralismo democrático o la
dictadura del proletariado; totalmente ininteligibles y materia críptica,
de otro mundo, para quien no es marxista-leninista. A los politiqueros
gringos y a sus émulos latinoamericanos no se les puede pedir que entiendan ese
tipo de democracia. Es un requerimiento absurdo, como pedirle a un
cristiano que no crea en Dios. Porque sus creencias son distintas. Porque su
moral es cristiana, no marxista y no cree en la violencia revolucionaria de las guerras
justas. Un marxista puede ser ateo (que no quiere decir ser brutal o
salvaje) y coincidir con un cristiano en la categoría del amor, pues este
principio humanitario es la razón de ser una revolución socialista y su proceso
de edificación de una nueva sociedad. Lo mismo que el cristianismo, aunque sus
métodos de alcanzar ese ideal son distintos. El marxismo es una manera de
pensar, como cualquier otra; lo que lo hace diferente es que su máximo
criterio de verdad es la práctica. Son los hechos de los hombres. Como
dijera Martí: “Hacer es la mejor manera de decir”. El marxismo mismo nace a la
vida del hombre como resultado de tomar las mejores ideas del sistema
capitalista del siglo XIX. Sus ideas progresistas, que no son patrimonio
exclusivo de los marxistas. El marxismo nace de las ideas de la filosofía
clásica alemana, de la justicia social propuesta por el socialismo
utópico francés y de las propuestas humanizantes (en relación con las
ideas del feudalismo) de la economía política inglesa. Las
mejores ideas del capitalismo se transformaron en marxismo. Se desechó
lo injusto e inconsecuente de la ideología burguesa y se tomó lo justo.
Eso es todo.
Hoy se está haciendo en Guatemala
-y es mi percepción personal- un esfuerzo de mejorar al país, dentro de un
conjunto de ideas nacionalistas o nacionales, por parte de un
gobierno presidido por un militar retirado. Hay una lucha -pienso
yo- por erradicar la corrupción en la administración del Estado, sin
embargo se le están filtrando muchos mañosos o posiblemente los están dejando
pasar. ¿No sé? Pero hay muchas fallas. Dentro del sistema que llevó a Pérez
Molina al poder no tendrá muchas alternativas conforme el tiempo avance, porque
estará obligado a responder a sus financistas haciendo un gobierno como todos o
se separa de ellos y se une a las demandas del pueblo, en una actitud de franca
enemistad, algo poco probable. O permite la participación de las diferentes
organizaciones sociales (incluidas la de los oligarcas) con los límites que esa
participación conlleva, o le sucederá lo mismo que a Colom: el era uno de los
tantos presidentes de su régimen (su ex mujer era la primera) y fue incapaz de
centralizar sus decisiones de gobierno, lo que lo llevó al desbordamiento democraticista,
una de las peores enfermedades de la democracia que se da cuando falta una
sencilla y a la vez compleja palabra: autoridad. La autoridad,
el poder, va precedido antes que de la fuerza coercitiva del Estado por la
fuerza de la autoridad moral. Empezando, por ejemplo, por bajarse los sueldos
insultantes para un país pobrecito. Entonces los guatemaltecos entenderán la
palabra austeridad y germinará la cultura tributaria, sobre todo entre los
ricos, porque siempre aducen eso para sustraerse de sus obligaciones ciudadanas
y empresariales. Un gasto transparente será indudablemene un buen incentivo
para todos. De lo contrario rechazarán cualquier impuesto pues, sencillamente,
la petición de apretarse el cinturón sólo funciona para los pobres, que ya más
hambre de la que aguantan no se podría más. Un gobierno democrático
-repito- se hace con la participación de todos los sectores sociales, con sus
límites, porque si se rebasan esos límites, entonces acontece lo que se llama debilidad.
Ausencia de poder. Falta de autoridad. Él como Capitán de la Nación sabe que
sus soldados van a un frente de batalla con sus fusiles apuntando a un solo
blanco. Los conduce. Les da dirección. Si se dispersan, un tiro impactará
por aquí, otro por allá y al final la batalla se perderá. Las opiniones, las
participaciones -trato de decir- se centralizan. Por eso el Negro Obama
está llevando a la ruina a los Estados Unidos: es un presidente sin autoridad,
para citar un ejemplo. Los oligarcas gringos le jalonean con frecuencia sus
hermosas orejotas. Lo asustan los grandes financistas y hasta allí llegan sus
esfuerzos de reforma. Igual pasará con Pérez Molina: lo van a asustar sus
financistas o los oligarcas del CACIF y su buena voluntad tomará el camino de “A
donde va Vicente, allí va la gente”. No se va a complicar la vida y
dejará que todo siga como hasta hoy en este país. Está ese riesgo o enfrentar
con decisión los caprichos del mundo empresarial guatemalteco, las dádivas de
la minería o las mafias opositoras en el Congreso. La democracia es poder, el
democraticismo dispersión, caos y debilidad. No todo mundo puede decidir,
aunque sí opinar, hacer valer sus puntos de vista, reclamar sus derechos. Un
presidente es para eso: para gobernar y para exhibir ante propios y extraños
músculo y reflejo político. No convoco, por supuesto al autoritarismo, sino al
verdadero uso del poder. Los oligarcas guatemaltecos quieren presidentes que
les obedezcan y ese no es el punto. Tampoco las organizaciones populares deben
esperar eso, porque entonces las dos posiciones están el exacto mismo lugar.
¿Para qué elegimos un mandatario que no va a mandar como el papanatas de Alvaro
Colom? El neoliberalismo quiere Estados débiles y presidentes de papel.
Sepamos, pues, diferenciar entre democracia y
democraticismo. Y entre oposición racional necesaria y oposición extrema,
histérica y destructiva. El colapso de este país está a la vuelta de la esquina
y la deflagración puede ser tan grande que créame -sin ser
catastrofista- no quedará santo parado y Guatemala será, como dijera
Joaquín Villalobos cuando eran un dirigente revolucionario sano del FMLN: (…)
El Salvador es un país donde deben ser felices todos los salvadoreños, o no lo
será nadie. El Salvador debe ser insufrible para todos. La
izquierda nacional con un solo diputado en el Congreso está a cero en
incidencia en la política de Estado. Es la realidad. Y el arreglo tiene que
venir entre las derechas, aunque no nos guste a las personas que militamos en
la Revolución, al menos en el momento actual, donde la correlación de fuerzas
nos es totalmente adversa. ¿Colaboracionismo con Otto Pérez Molina? Tampoco.
Creo, para concluir, que no se debe ser como el perro del hortelano: que no
come, ni deja comer.
Publicado por: Marvin Najarro
USA.
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