Lo que hemos presenciado en
estos últimos días de la Convención Demócrata es un claro y sonoro ejemplo,
ante los ojos de todo el mundo, de la falsedad, lo ficticio y lo corrupto que
resultan ser los procesos electorales y en si la gran democracia estadounidense.
LA FARSA ELECTORAL
ESTADOUNIDENSE
Para empezar, Hilllary Clinton, recientemente nominada como candidata a la
presidencia en la Convención Nacional (circo) del Partido Demócrata no debería
estar participando en las elecciones presidenciales, al contrario debería estar
siendo enjuiciada por los delitos que se le achacan en el manejo de los correos
electrónicos del Departamento de Estado cuando fungió como secretaria del
mismo. Esto en el país que se jacta de “nuestros valores”, “la primacía de la
ley” y “nadie está por encima de la ley”. Cualquiera mínimamente informado se
daría cuenta de inmediato de la farsa contenida en esos grandiosos
pronunciamientos, pues la realidad es otra, muy distinta, a la creada por las
elites imperiales, y Hillary Clinton y todo el proceso electoral es una muestra
de lo corrompido de la Democracia Americana.
Todo el espectáculo del proceso de las primarias culminando con las
Convenciones Nacionales (circos) de ambos partidos, Republicano y Demócrata, y
su desfile de criminales de guerra, guerreristas neoconservadores de primer
orden, liberales intervencionistas, racistas, corruptos, fascistas y los
infaltables tontos útiles, no son más que indicios de que la excepcional
democracia estadounidense está ya en un proceso avanzado de decadencia
irreversible que Donald Trump, que no es ningún tonto, ha percibido. De ahí su
eslogan, “Take Back Our Country”, sin embargo para reclamar la grandeza de su
país, Trump, increíblemente, tendrá que ir en contra de sus propios intereses
que en esencia son los intereses financieros y militares del imperialismo
global representados por Wall Street y el complejo militar industrial, mismos a
los que sirve Hillary Clinton y que tienen en la bancarrota a los EE.UU.
Pero lo que destaca en este proceso electoral, no es la calidad de las
propuestas o la seriedad del compromiso para hacerle frente a los acuciantes
problemas socio-económicos, como la creciente desigualdad económica, el
desempleo y subempleo, el aumento de pobreza y la represión racial, el estado
deplorable de la educación pública y de la red vial que cada día erosionan el
bienestar social y económico de millones de norteamericanos que se están
quedando a la deriva, es por el contrario el discurso demagógico, la xenofobia,
el racismo y las falsas promesas lo que
ha proliferado y destacado como la atracción principal de un proceso viciado y antidemocrático,
que no tiene nada que envidiarle a lo que se acostumbra en los llamados países
tercermundistas o en aquellos que Washington hipócritamente cataloga como
antidemocráticos, dictatoriales y corruptos que hacen caso omiso de los anhelos
democráticos de sus electores y de sus pueblos en general.
Lo que hemos presenciado en estos últimos días de la Convención Demócrata
es un claro y sonoro ejemplo, ante los ojos de todo el mundo, de la falsedad,
lo ficticio y lo corrupto que resultan ser los procesos electorales y en si la gran
democracia estadounidense: miles de correos filtrados por Wikileaks revelan
como la alta dirigencia del partido Demócrata agrupada en el Comité Nacional
Demócrata (CND) conspiró para sabotear la candidatura de Bernie Sanders en la
primarias con el avieso propósito de favorecer a la abanderada de Wall Street y
el complejo militar industrial, Hillary Clinton, quien mucho antes del inicio
de la campaña por la nominación presidencial ya había sido investida como la candidata
a la presidencia por la elite reaccionaria del partido Demócrata que demostró con
esta actitud como los principios democráticos del juego limpio, la pureza
electoral y el respeto por la voluntad popular es un discurso hueco que solo
sirve para convencer a los incautos sobre las bondades de la prostituida
democracia capitalista estadounidense.
Esta clase de escándalos, de maniobras antidemocráticas, que no son la
excepción, sino la regla de los procesos electorales estadounidenses, pues ahí está
el robo que perpetró G.W. Bush contra Gore en 2000, deberían ser suficientes
para descalificar a cualquier contendiente sobre todo cuando se trata, nos
dicen, de la democracia ejemplar que ilumina al mundo como un faro en lo alto.
Sin embargo, la elite neoliberal guerrerista del partido Demócrata, empeñada en
perpetuar a sangre y fuego el
hegemonismo de los EE.UU sobre el resto del planeta, ha decidido cubrir con el
manto de la impunidad a la señora Clinton no obstante su record criminal al
frente del Departamento de Estado, como lo atestiguan su participación en el
escándalo de los correos electrónicos en esa dependencia, el golpe en Honduras y
por supuesto, su papel como una de las principales instigadoras de la criminal invasión
y destrucción de Libia por parte de la Otan y sus legiones de terroristas así
como también en Siria que actualmente libra una guerra encarnizada contra las
bandas de mercenarios yihadistas apoyados, financiados y armados por los EE.UU
y sus aliados, las tiránicas monarquías árabes con quienes la señora Clinton
mantiene relaciones muy amistosas.
Como ya hemos mencionado, los EE.UU no están en condiciones de aleccionar
nadie sobre normas y el respeto a la democracia. La capacidad para el engaño y
la manipulación de que dispone la clase
política estadounidense no tiene parangón, como tampoco el desprecio que
manifiestan por la voluntad de los electores. El caso de Bernie Sanders, la
manera como se intentó bloquearlo y la burla perpetrada contra sus seguidores
que creían en las posibilidades de un cambio democrático, es un contundente y vergonzoso ejemplo de lo antidemocrático de
la democracia capitalista de los EE.UU. Pero aún más vergonzoso fue la manera
descarada como la elite demócrata, con la colaboración de los prostituidos
medios de prensa leales a la dinastía Clinton, trataron de minimizar el impacto
del escándalo, atribuyéndole la culpa -¡increíblemente!- al “demonio” de moda,
el presidente de Rusia, Vladimir Putin que de ahora en adelante pasa a ser el
hombre detrás del no menos demonio, Donald Trump, todo, argumentan, con el
propósito de impedir que Hillary sea coronada como la próxima Comandante en
Jefe del imperio global.
No menos patético, fue la actuación del propio Bernie Sanders que no tuvo
la valentía ni la estatura moral de un verdadero líder político como para
oponerse y rechazar el juego fraudulento que desde un principio monto la
dirigencia Demócrata en contra de su candidatura. Al contrario, Bernie Sanders,
el autoproclamado socialista, decidió ser parte de la farsa sabiéndose de
antemano perdedor. Fue lamentable ver como Sanders cobardemente se doblegaba
ante la mafia de su partido y traicionaba la voluntad de todos sus seguidores
que llegaron a creer ingenuamente que eran parte de la revolución
anticapitalista liderada por un hombre que hablaba en contra de la
corporocracia de Wall Street y prometía mayor justicia social y económica. Todo
fue un grotesco engaño montado en contra de los votantes por la camarilla
demócrata pro Hillary, con la anuencia de Bernie Sanders, que las veces que
pudo la defendió y prometió que la apoyaría en las elecciones a la presidencia,
como efectivamente lo ha hecho el viejo miembro del partido Demócrata con
amplias credenciales imperialistas.
Las fraudulentas primarias estadounidenses ya son historia, la recta final
hacia la Casa Blanca ya ha empezado y ambos Hillary Clinton y Donald Trump
están enfrascados en una batalla por presentar lo peor de cada uno demostrando
con ello no solo el nivel de degradación política y moral de ambos candidatos,
sino de todo el sistema que se sostiene la dictadura de la democracia
capitalista de los EE.UU. El fraude
perpetrado contra el seudo-socialista Sanders y sus seguidores no fue
suficiente y ahora la contienda electoral ha dado un sórdido giro escogiendo a
Putin, los musulmanes y los indocumentados como el tema dominante de la campaña
presentándolos como los fantasmas que amenazan destruir los valores
democráticos de América y su grandioso destino asignado por la divina
providencia.
No se puede negar la gran capacidad de la elite gobernante para crear su
propia y diabólica realidad y que esta, a través de los grandes medios masivos de
comunicación, sea asimilada por un público que apenas capta la profundidad de
la manipulación a la que son sometidos. En noviembre el público votante
escogerá un nuevo presidente con la fútil esperanza de un cambio en el rumbo
del país, desafortunadamente el sistema imperante, a no ser una revolución
popular que se ve muy lejos, está diseñado para no permitir cambios que alteren
las estructuras del poder dominante. Las elecciones son la fachada democrática de la antidemocracia estadounidense. Clinton y
Trump son las dos caras de la misma.
Publicado por La Cuna del Sol
USA.
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