Las luchas armadas de
liberación siguen siendo válidas ahora y lo serán siempre en tanto no se
resuelva la contradicción fundamental del sistema capitalista: la producción
social y la apropiación individual. No será nunca trasnochado aplastar,
destruir a nuestros enemigos de clase; porque los reaccionarios si llegan al poder
derramarán tanta sangre y eso ¿será trasnochado? No, claro que no. Pero si lo
hacen los revolucionarios serán tildados de obsoletos.
EL ENEMIGO DE CLASE BUSCA
APLASTARLOS,
CAMARADAS VENEZOLANOS, Y LA
SANGRE QUE HOY
LES DA PENA DERRAMAR POR SER
HOMBRES DE PAZ, MÁS
ADELANTE SERÁ LA SANGRE DE USTEDES
LA QUE SERÁ DERRAMADA EN ABUNDANCIA…
Por Luciano Castro Barillas
La historia enseña, y cuando sus lecciones se aprenden de la manera debida,
los errores se minimizan o no se cometen. Para el caso, Guatemala. El coronel
democrático Jacobo Arbenz Guzmán, ante el acoso del gobierno norteamericano y
su agencia de variopintas conspiraciones, la CIA, se decidió a dejar el poder
en aras de no derramar la sangre de los ciudadanos guatemaltecos, pues se temía
un enfrentamiento entre los mercenarios que entraban por Honduras y las débiles
y escasas milicias armadas en la coyuntura de la agresión. Gran candor político
de un hombre civilizado, de gran corazón y bondad, cuya impolítica decisión
resultó en la más grande efusión de sangre del pueblo de Guatemala lo largo de
63 años. ¡Sesenta y tres años! Ningún pueblo de América Latina tiene tantos
asesinados, desaparecidos, desplazados internos y exiliados como este pequeño
país centroamericano. Que no son poca cosa, pues desde 1954 son los sectores
que destruyeron su democracia los que siguen en el poder y sitúan a Guatemala
como el país con el menor desarrollo social y material del continente
americano, solo precedido por Haití.
Sesenta y tres años, donde al final, lo de Colombia resulta poco y un
pálido reflejo. Este país es la imaginable nación de los horrores inenarrables,
sumida en la más abyecta de las miserias y con efusión de sangre incontenible,
que no para, resultado de ese razonamiento pacifista del presidente Arbenz, muy
honrado, no cabe la menor duda; pero poco realista y con dificultades de
instrumentalizarse ante la colisión de los intereses de clase nacionales e
internacionales. Venezuela está cercada mediáticamente, al punto, que el mismo
papa Francisco, aliado de las causas justas y democráticas, le ha convencido la
propaganda incesante de la oposición fascista que el camino es la convocatoria
inmediata a elecciones, pasando por alto que en las actuales circunstancias de
limitaciones que tiene la mayoría del pueblo venezolano y cuya inconformidad ha
sido debidamente trabajada a través del estómago, un evento eleccionario dará
los peores resultados para las fuerzas democráticas y revolucionarias. Esa es
la trampa, la ratonera, a la que no se debe entrar. Urgiría sí, conferirle los
verdaderos principios fundacionales de un Estado Socialista y vamos, apostarle
a lo que se le tiene miedo: disolución del Congreso y constitución del Partido
Único, el Partido Comunista de Venezuela. ¿Una locura? No lo creo. ¿Qué más
locura que la ocurrida en Estados Unidos con la elección de Donald Trump?
Porque ocurrirá algo con una medida así, se neutralizarán a las fuerzas
reaccionarias nacionales y una agresión directa a Venezuela por parte de
Estados Unidos es inviable, porque el lío candente está en la península
coreana, donde no hay de por medio problemas de partiduchos políticos, sino está
en juego la extinción misma de tres naciones: Corea del Norte, Corea del Sur y
los Estados Unidos. Eso sí es temeridad y no el miedo por proclamar al partido
único.
Las luchas armadas de liberación siguen siendo válidas ahora y lo serán
siempre en tanto no se resuelva la contradicción fundamental del sistema
capitalista: la producción social y la apropiación individual. No será nunca
trasnochado aplastar, destruir a nuestros enemigos de clase; porque los
reaccionarios si llegan al poder derramarán tanta sangre y eso ¿será
trasnochado? No, claro que no. Pero si lo hacen los revolucionarios serán
tildados de obsoletos. En fin, si el ejército bolivariano todavía está
graníticamente unido, Padrino, el jefe del ejército, debiera pronunciarse. Pero
su silencio eventualmente le hace sospechoso. Podría neutralizar los alborotos.
El trancazo contra Maduro, de repente, podría venir por allí y no
necesariamente por un trancazo oceánico de Donald Trump, con portaviones en las
costas de Venezuela. Por eso es necesario conocer la posición de Padrino, de
manera pública, abierta y franca. De lo contrario, si yo fuera Maduro, no me
fiaría de él. Aprendamos la lección de Guatemala camaradas venezolanos, que hay
mucho que aprender.
Publicado por La Cuna del Sol
USA.
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