sábado, 13 de enero de 2018

Nuestra generación maldita

Sales a la calle y todos pueden ser tus enemigos. Entras a tu casa y ni las paredes, la santidad de tu hogar te defiende. Tú vida pertenece a quien quiera robártela.


NUESTRA  GENERACIÓN  MALDITA


Por Manuel José Arce
(De la serie “Nuestra Generación Maldita)

Un instinto de autodefensa y de solidaridad, al que los estudiosos denominan gregario, reúne a los hombres y es base, cimiento de la sociedad.
               
Nos unimos para cargar junto un tronco que no podríamos llevar aisladamente. Nos unimos para conservar el fuego vital. Para que tú tejas la tela que me cubre, mientras yo cultivo los frutos que te alimentan. Pongo mi casa junto a la tuya para socorrerte a ti; a tu mujer y a tus hijos cuando sea necesario, y para que  -cuando sea necesario también-  tú nos brindes socorro a los míos y a mí.
               
Así, plantamos árboles cuyo fruto no comeremos nunca, sostenidos por la esperanza solidaria de que esos frutos alimenten a un ser humano que acaso no veremos nacer.
               
Así, construimos casa que habrá de dar cobijo a muchas generaciones; abrimos caminos para el curso de las aguas que no solo a mí habrán de servir; compramos armas para defender, no solo a él o a ellos, sino para la seguridad común de todos. Así, acumulamos el saber para repartirlo. Estudiamos las enfermedades para combatirlas, no para que solo el estudioso se cure; sino para que se curen todos aquellos a quienes esas enfermedades ataquen, quiten salud, mermen posibilidades de felicidad, de vida y utilidad para los semejantes.
               
Eso es la sociedad: sentarnos todos juntos a una gran mesas que todos hemos construido y compartir como hermanos el pan de la solidaridad humana.
               
Pero en nuestro medio están desapareciendo esos pilares, esas bases fundamentales de la sociedad.
               
Estamos haciendo precisamente lo contrario.
               
Yo me armo hasta los dientes porque tú te has armado hasta los pelos.
               
Él espera la sombra para salirte al paso ante de que tú le salgas a él.
               
Estamos repartiéndonos  -como una herencia maldita-  la muerte, la persecución, el duelo, el hambre y el llanto.
               
Sales a la calle y todos pueden ser tus enemigos. Entras a tu casa y ni las paredes, la santidad de tu hogar te defiende. Tú vida pertenece a quien quiera robártela. La vida de los tuyos está absolutamente indefensa y tú estás inerme y no sabes quién, cuándo, no sabes cómo y por qué cualquiera que tenga un arma y ganas de matar, puede arrebatar también esas vidas que te son entrañables.
               
Besamos la frente de nuestros hijos con el infinito dolor de haberlos hecho nacer en hora de odio y muerte.
               
Con el temor aborrecido de que su existencia esté sujeta a los caprichos del crimen, a los instintos que la bestia humana esconde y manifiesta alternativamente.
               
Nunca se ha hablado tanto de paz como ahora.
               
Nunca se ha hablado tanto de felicidad, de amor, de todos los valores que hacen del hombre un animal distinto de las fieras.
               
Pero nunca, tampoco, se ha tornado el hombre tan feroz como ahora.
               
Todos nos abrimos el pecho para gritar que amamos a Guatemala.
               
Todos creemos que estamos haciendo el bien y construyendo la felicidad del futuro.
               
Pero los cimientos de esa supuesta felicidad son cadáveres con huellas de torturas, con caminos de bala, con señales que, aun  cuando el cadáver se rinda a la putrefacción aniquiladora; quedarán para siempre como candentes dedos de acusación y escarnio para esta generación.
               
Para esta generación nuestra que con tanta vergüenza habrá de someterse al juicio  -y no a muy largo plazo-  de una nueva generación de huérfanos, de hombres que presenciaron el asesinato del padre o del hermano mayor, que han lactado sangre y lágrimas.
               

¡Volviéramos mejor a la caverna! Las bestias son más nobles.






Publicado por La Cuna del Sol
USA.

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