Dos extremos han
desvirtuado la validez de la opinión: por una parte, las comanditas del mutuo
bombo, del elogio recíproco; las conspiraciones del silencio.
CUESTIÓN DE OPINIONES
Por Manuel José Arce
(De la serie “El Solar Conocido”)
¡Qué difícil resulta opinar en este tiempo!
Todos sabemos que, hasta cierto punto, la
opinión personal puede alcanzar determinada influencia en la opinión colectiva
cuando se divulga con alcance colectivo.
Si en días pasados me quejé de la nula
aceptación que las opiniones desinteresadas
-la mía en cuenta- pudieran
tener, fue porque en torno a esta tarea de opinar se han enturbiado y desviado
las aguas.
Quiero agradecer, de paso, la estimulante y
comprensiva carta de la señora Thelma Avila de Paredes, carta que tuvo la
virtud de levantarme el ánimo en momentos de incertidumbre en relación con mi
cotidiano hacer de columnista.
Dos extremos han desvirtuado la validez de la
opinión: por una parte, las comanditas del mutuo bombo, del elogio recíproco;
las conspiraciones del silencio.
En todo esto entra en juego la condición de
propaganda que la opinión pública puede llegar a tener. O se defiende o se
ataca, o se elogia o se desacredita, injustificadamente, por estrategia, por
consigna, por “cuestión de línea”, de “grupo”, de “partido”, de “fafa”.
Es decir, se pierde el carácter imparcial de la
opinión, se tuerce la objetividad crítica, se anula el valor social de la
opinión.
Nos encontramos divididos en bandos ferozmente
antagónicos, en cuya diferencia priva el fanatismo, la pasión de bando, los
intereses de poder, de posición, de plata, todo, menos la razón.
Y la opinión, si no es producto de la razón y
de la serenidad, no puede tener validez. La opinión si está solo funda en los
intereses, en la pasión o en el fanatismo, tampoco puede tener validez.
Dentro del tal
contexto, qué difícil resulta opinar.
Si la opinión señala y censura errores, de
inmediato aparece -por parte del
criticado- el argumento de que tal opinión
es un ataque y que hay ocultos móviles detrás de los razonamientos.
Si la opinión es favorable, los adversarios
ciegos de la persona o de la institución juzgadas, argumentarán parcialidad,
venta, móviles o intenciones dudosas.
Todo ello denuncia lo mucho que la opinión
supuestamente personal se ha desacreditado por la frecuente simulación
propagandística. Todo ello es índice de la actitud de prevención que hay contra
toda opinión que no coincida totalmente con las pasiones, los fanatismos, los
intereses sectarios.
Y, naturalmente, qué duro resulta querer
mantener una actitud imparcial, serena, objetiva. Qué solo se queda el
individuo con su dignidad, con su opinión, con su honestidad y su desinterés.
Publicado por La Cuna del Sol
USA.
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