De la misma manera que lo
hizo con Venezuela, financiando a la oposición y sus ONGs, junto a los grupos
violentos tildándolos de “sociedad civil”, Estados Unidos se involucra cada vez
más en el escenario nicaragüense. Un reforzamiento de la Nica Act más otras
sanciones están en la mesa del Congreso gracias al cabildeo de los grupos de
presión que tienen intereses en ver salir al sandinismo del poder.
CONFLICTO EN NICARAGUA:
GEOPOLÍTICA,
GUERRA IRREGULAR Y LAS
LECCIONES DE VENEZUELA
Lo que comenzó como una protesta por las reformas tributarias a la
seguridad social del Estado nicaragüense, se transformó en una afrenta
ultraviolenta por intentar un golpe de Estado al gobierno de Daniel Ortega.
No es una casualidad que haya sucedido esa transformación en el seno de las
protestas violentas en Nicaragua, pues el análisis convida a señalar que el
guión de revolución de color, inaugurado por Gene Sharp y actualizado en los
últimos tiempos, se está aplicando en el país centroamericano de la misma forma
que se dio en Venezuela entre abril y julio de 2017.
Claro que el contexto nicaragüense actualiza los mismos métodos usados en
distintos puntos del planeta. Y las verosimilitudes con respecto a lo que
sucede en Nicaragua y lo que fue en Venezuela el año pasado refieren que en
ambos países se forjaron escenarios distintos.
Origen y mutación del golpe
de color nicaragüense
Todo comenzó con unas protestas en el marco de las reformas tributarias a
la seguridad social hechas por el Estado, capitaneada por el Consejo Superior
de la Empresa Privada. Al principio las manifestaciones reclamaban la
derogación de aquellas enmiendas, en franco apoyo a la agenda empresarial
contraria al gobierno de Daniel Ortega.
De un día a otro, bajo los recursos de trancas viales y barricadas cerca de
edificios gubernamentales, vinieron los heridos y los primeros muertos
endosados a Ortega y las fuerzas de seguridad estatales. El Instituto de
Seguridad Social y el Estado nicaragüense cedieron ante las demandas, pero ya
el curso de las acciones violentas en la calle parecía irreversible.
Y, de hecho, fue así. En comparación con Venezuela, donde las protestas
comenzaron supuestamente por las sentencias 155 y 156 del Tribunal Supremo de
Justicia (TSJ), que luego fueron modificadas, Nicaragua se ha sumido en la
violencia aún cuando las demandas de la oposición fueron escuchadas e incluso
acatadas hasta cierto punto.
Los líderes de la oposición de ambos países, que tienen los mismos
financistas y estrategas en Estados Unidos y toda su burocracia ligada a las
corporaciones, no buscaron una salida negociada a los conflictos sino que
abiertamente escalaron sus discursos y acciones hacia una oleada de violencia
instrumentada para presionar al Estado a entregar el poder (por las malas).
Por ello mismo, lo que sucede en Nicaragua en estos momentos se analiza
como un golpe de Estado en curso.
Esta revolución de color, o golpe de color como lo llama el analista
ucraniano Rotislav Itschenko, pasó a una fase armada en el momento en que la
tensión en las calles comenzaron a escalar. Las tensiones en los presentes
acontecimientos en el país centroamericano tomaron un carácter paramilitar en
este tipo de golpe.
La mano estadounidense
El financiamiento de instituciones íntimamente conectadas al establishment
político de los Estados Unidos a organizaciones de la llamada “sociedad civil”
y ONGs de Nicaragua es conocido de antaño. La denominada Nica Act aprobada por
el Congreso estadounidense, y propulsada por Ileana Ros-Lehtinen y Albio Sires
(del lobby anticubano y antivenezolano de la Florida), da rienda suelta a que
el presupuesto de Washington se asigne a grupos supuestamente no partidistas en
el país centroamericano.
Nada más, en 2016, la USAID entregó 31 millones de dólares a los
antisandinistas en ONGs y otros grupos para “desarrollar las capacidades para
la defensa de la sociedad civil”. En un análisis anterior decíamos que ese
dinero pudo haber sido usado para “promocionar foros y actividades académicas,
pero también para dar asesoramiento en cómo enfrentar a las fuerzas de
seguridad y hacer uso de bandas criminales con una presencia notoria en el
país”.
La misma USAID condena las supuestas “atrocidades” hechas por el gobierno
de Ortega contra su pueblo, y la Casa Blanca decidió restringir el visado a
ciudadanos nicaragüenses como medida de presión diplomática y también rechazó
las muertes homologándolas todas al jefe del Estado.
De la misma manera que lo hizo con Venezuela, financiando a la oposición y
sus ONGs, junto a los grupos violentos tildándolos de “sociedad civil”, Estados
Unidos se involucra cada vez más en el escenario nicaragüense. Un reforzamiento
de la Nica Act más otras sanciones están en la mesa del Congreso gracias al
cabildeo de los grupos de presión que tienen intereses en ver salir al
sandinismo del poder.
Las primeras sanciones producto del golpe de color en curso son a
individuos funcionarios nicaragüenses, no especificados aún por Estados Unidos,
pero a quienes se les acusa de “violar los derechos humanos”. Es el primer paso
para escalar en ese tipo de agresión económica-financiera. El manual del golpe
suave actualizado está siendo usado a cabalidad.
¿Defensa civil o ejército
mercenario?
Las técnicas y armas usadas en las protestas violentas de la oposición en
Nicaragua guardan profundas semejanzas con lo que vimos en Venezuela durante
2017. Fuimos testigos de cómo un ejército mercenario de carácter terrorista,
como lo declarara en su momento el general Vladimir Padrino López, nacía a los
ojos de todos los venezolanos.
En el país centroamericano ocurre de manera similar. Se trata de grupos
entrenados para afrontar un choque contra las fuerzas de seguridad, producir
incendios en infraestructuras gubernamentales y hasta ataques ataques y robo a
hospitales por parte de esos contingentes beligerantes.
En Venezuela, igual que en Nicaragua en este momento, la mutación de
guarimberos agrupados a células mercenarias se notó con el uso de armas de
fuego y caseros con alto impacto, que atacaban en los choques con las fuerzas
de seguridad o en asedios. Siempre con cierta estrategia y líderes claros
(mandos únicos) a la hora de confrontar.
Esos mismos grupos han instalado una especie de estado de excepción en
algunas zonas nicaragüenses. Las trancas y barricadas suponen el hecho de tomar
el control de un territorio para atrincherarse en signo de “resistencia”
armada, con un control poblacional explícito en el chantaje, el cobro de
vacunas y las amenazas violentas.
En esas zonas se han documentado muchos casos de torturas a ciudadanos que
son o “parecen” sandinistas, con una clara exaltación de la muerte sobre todo
lo que huela a sandinismo. Los crímenes de odio también se han evidenciado en
Nicaragua, como sucedió en Venezuela.
En los territorios tomados por los grupos mercenarios no hay ley de
Nicaragua que valga, e incluso utilizan aquellas zonas para resguardar la
seguridad de sus militantes luego de robos de equipos y asesinatos selectivos a
funcionarios de seguridad estatales.
Las coincidencias entre las protestas violentas resaltan, sobre todo en las
acciones de calle y el uso de redes sociales, descritos en nuestra tribuna.
Objetivos políticos del
golpe de color en Nicaragua
Socavamiento del gobierno de Ortega: en los más de 50 días de insurrección,
los elementos violentos presionaron en la calle la estabilidad de la paz
ciudadana en Nicaragua, con decenas de muertos y heridos endilgados al Estado
con una campaña sin precedentes en ese país de redes sociales y medios
tradicionales, todos financiados por Estados Unidos. La llamada Alianza Cívica
por la Justicia y la Democracia, movimiento político golpista que representa a
la oposición en los diálogos impulsados por el presidente nicaragüense, aboga
por la destitución de Ortega, acompañado de la Conferencia Episcopal.
Realineación política del gobierno en función de los intereses
estadounidenses: aun sin lograr sacar a Ortega del poder, las negociaciones por
bajar el grado de violencia en las calles de Nicaragua y ganar tiempo político
por parte del ejecutivo han llegado a un punto en que el gobierno aceptó
trabajar con la Organización de Estados Americanos (OEA), pivote multilateral
de Washington para América Latina y el Caribe, para hacer una reforma
institucional del sistema electoral. En principio, pareciera que el gobierno
sandinista cede ante la postura injerencista de la OEA, pero este movimiento
tiene sus matices que se analizarán más adelante.
Cambio geopolítico: la construcción del Canal de Nicaragua por parte de
China es el principal objetivo a destruir de los Estados Unidos, que ve
peligrar su privilegio comercial en este hemisferio. Rusia y el país gobernado
por Xi Jinping han aumentado relaciones con muchos de los países del
continente, incluidos los negocios comerciales, económicos y financieros, con
las Nuevas Rutas de la Seda de protagonista en este nuevo escenario que a
Washington incomoda claramente.La anticipación de las elecciones “generales”
estaba en la agenda antichavista. De igual manera, con un sector de la Iglesia
católica apoyando (el más reaccionario), en Nicaragua parece que las presiones
llevan a ese país a un sendero cercano a lo planificado por Estados Unidos. El
gobierno de Nicolás Maduro supo sortear políticamente, con la Asamblea Nacional
Constituyente, el atolladero; el mismo que Daniel Ortega en este momento
enfrenta.
En Venezuela, de haberse impuesto la agenda política de la oposición, sus
demandas y prerrogativas, hubiera sucedido lo que en Nicaragua acontece en
tiempo presente. Uno de los objetivos de la extinta MUD fue precisamente
reformar el sistema electoral venezolano bajo tutela internacional,
preferiblemente la OEA y bajo la supervisación del ahora Grupo de Lima.
Prospectiva en el corto
plazo y lecciones de Venezuela
En Nicaragua se contabilizan, según la Comisión de la Verdad instaurada por
la Asamblea Nacional, al menos 139 personas muertas desde que el 18 de abril
comenzaran las protestas. Un número elevado tomando en cuenta la población del
país y las seis semanas de beligerancia en las calles. Los recursos no parecen
agotarse en la escalada de la guerra asimétrica en curso.
Los canales de diálogo y negociación que maneja el gobierno de Daniel
Ortega han abierto un horizonte con respecto a los designios de Estados Unidos,
con respecto a la reforma del sistema electoral supervisado por la OEA. Este
movimiento dado por el ejecutivo se podría entender por el peso
político-electoral que tienen los sandinistas, que obtuvieron más del 70% de
los votos en las pasadas elecciones presidenciales de 2017.
Ese espacio de negociación tiende un puente para resarcir la violencia, ya
que el escenario de unas nuevas elecciones podría dar la ventaja a Ortega,
utilizando el aval de la OEA a su favor. En medio de esa tensión, el sandinismo
baraja la carta de no promover una guerra civil, como sí lo hace la Alianza
Cívica y la Conferencia Episcopal, cuyo apoyo a los grupos violentos es
reconocido en toda Nicaragua.
El balance de estos 52 días conlleva una tragedia de muertos y heridos por
montón y una posible confrontación armada directa, ya en ciernes en estos
momentos en Nicaragua. La salida política está de la mano del sandinismo,
intentando los pasos del chavismo en Venezuela para desarmar la guerra en el
país centroamericano.
La inteligencia política del chavismo y el directorio del Gobierno se puso
a la vanguardia en el conflicto del año pasado, y la complejidad del escenario
nicaragüense, que proyecta dudas sobre el futuro próximo en Centroamérica,
amerita que se traduzca en acciones para encausar al país hacia un escenario
donde prevalezca la razón política.
Venezuela supo sortear el golpe de color en 2017 bajo ese signo político.
Desde esta tribuna invitamos a leer un análisis sobre por qué no pudieron
tumbar a Maduro, cuyas claves residen en esa inteligencia política que tributa
al desarme de la guerra.
Para cerrar con un ejemplo, y en el contexto del año pasado, Maduro llamó a
la oposición a diálogo múltiples veces, algunas de ellas sin éxito, otras veces
a expensas de que no era una medida que gustara a sus seguidores. Pero cada vez
que Maduro logró sentar a la oposición a dialogar salió triunfante, y el
enemigo resultó siempre más diezmado, fracturado, dividido, sin brújula. Llevar
a un adversario violento hacia el carril de la política es fundamental para
desarmarlo, agudizar su desgaste interno y externo y desconectarlo de la base
social y política del país.
Maduro tuvo que emplear el uso de la política inteligente y dialogante,
manteniendo posturas inamovibles pero cediendo en las menos estratégicas para
desarmar al adversario. He allí una lección de referencia para el hermano
pueblo de Nicaragua.
(Misión Verdad)
Publicado por La Cuna del Sol
USA.
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