Respecto a la inminencia del
triunfo de AMLO, desde 2015 acá se dijo que sólo había tres escenarios posibles
en la elección en puerta: (1) un triunfo apretado de AMLO; (2) un triunfo
aplastante de AMLO; (3) un mega fraude electoral. Dicho esto, la pregunta que
nos interesa responder es qué factores produjeron esta situación.
3 TESIS Y UN COLOFÓN SOBRE
LA ELECCIÓN MÉXICO 2018
Arsinoé Orihuela Ochoa
La casi inminente victoria de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en las
elecciones presidenciales en México ha despertado un prolijo debate sobre el
“significado” histórico que tendría tal suceso. No obstante, la casi
irreflexiva costumbre de anticipar escenarios de los analistas (me incluyo en
ese infame séquito) ha desplazado el análisis fundamental sobre las
determinantes, causas e inercias que propiciaron un escenario favorable para el
eventual triunfo de AMLO, máxime en un país donde el fraude electoral ha sido
el mecanismo dominante para la rotación de élites políticas. No nos ocupa tanto
el significado como sí las causas. Y este análisis es el que propongo,
acudiendo a los planteamientos expuestos en este espacio en los últimos 18
meses.
Respecto a la inminencia del triunfo de AMLO, desde 2015 acá se dijo que
sólo había tres escenarios posibles en la elección en puerta: (1) un triunfo
apretado de AMLO; (2) un triunfo aplastante de AMLO; (3) un mega fraude
electoral. Dicho esto, la pregunta que nos interesa responder es qué factores
produjeron esta situación. En tal sentido, el análisis deberá atender, primero,
los factores internacionales o geopolíticos, segundo, los domésticos políticos,
y tercero, los sociales internos, en ese orden de exposición. Esta propuesta de
análisis responde a una firme convicción: indagar en las causas o factores
determinantes es la única manera razonable de anticipar escenarios futuros.
Sirvan las siguientes 3 tesis para ilustrar las claves de la “casi inminente”
victoria de AMLO.
Tesis 1. La geopolítica
Desde el 20 de enero de 2017, Donald Trump se convirtió en el 45°
presidente de los Estados Unidos de América. El ascenso al poder de Trump
significó el ascenso de una agenda política explícitamente anti-mexicana en
Estados Unidos. Hasta la fecha, el principal destino de las exportaciones de
México es justamente EE.UU., con $289 miles de millones anualmente, muy lejos
del segundo destino, Canadá, con tan sólo $23 miles de millones. En el marco
del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), el 82% de las
exportaciones mexicanas tienen como destino al país vecino. Trump representa un
freno a esta sociedad comercial, prácticamente unidireccional en el caso
mexicano. Este es un primer elemento inédito. Hasta 2012, la conquista de la
presidencia en México se apoyó fuertemente en la alianza con el gobierno en
turno de Estados Unidos.
El proyecto neoliberal-integrador sufrió un revés. Esto debilitó
políticamente a las élites anexionistas en México, e instaló la obligatoriedad
de reorientar la economía en función de las reglas del juego impuestas por
Trump. El ascenso del magnate dejó en la orfandad a las élites gobernantes en
México. La más tajante prueba de esto es que, mientras el alto funcionariado
mexicano lanza gestos de amistad al gobierno de Estados Unidos, éste responde
invariablemente con gestos de enemistad e insulto llano. México es un peón
acasillado. Quedó evidenciado, en el curso de la elección, que las élites
políticas no tienen fuerza ni siquiera para movilizar populistamente a la
población (https://bit.ly/2yUx5bi). Y el riesgo de la ingobernabilidad o vacío
de autoridad –en los cálculos de los poderes constituidos– alcanzó rango de
primerísima prioridad. En cierto sentido, AMLO representa una salida a esta
encrucijada, lo que en otra oportunidad bauticé como “Mexit”, es decir, un
Brexit a la mexicana, un deslizamiento hacia un ejercicio de poder afín al
espectro de la época: la desglobalización (https://bit.ly/2N79jMl). AMLO es el
repliegue obligado, y el costo que está dispuesto a pagar la élite derrotada
con tal de evitar la configuración de coaliciones políticas potencialmente más
transgresoras.
En lo tocante a los hiperacumuladores que gobiernan el mundo, cabe señalar
que –aunque intranquilos– no están seriamente alarmados con la ascensión al
poder de figuras políticas “anti-establishment”. Si el progresismo sudamericano
no consiguió desestructurar sustancialmente la correlación de fuerzas
(capital-trabajo) después de un ciclo de 15 años en el poder, es todavía más
improbable que el ciclo nacionalista en Norteamérica altere ese reparto
jerárquico. En este sentido, tanto para las elites nacionales como para los
capitales internacionales, AMLO es la posibilidad de reducir la tensión social
en México y restaurar la autoridad bajo las nuevas reglas de juego sin
arriesgar un costo tan oneroso, pues en la primera oportunidad de malestar en
las élites, el aparato judicial-mediático puede desbaratar sin muchos apuros a
un gobierno “incómodo”, como hace al presente en Sudamérica. Esto explica que
los mercados internacionales no intervinieran decisivamente en la elección en
México. Por lo menos hasta ahora.
Tesis 2. La política
doméstica
El divisionismo de las élites mexicanas y el injerencismo del narcotráfico
–acaso junto con Donald Trump– son las sombras obscenas que recorren
subrepticiamente toda la elección de 2018.
Lo políticamente relevante en estos próximos comicios, en materia de
política doméstica, es la fractura del trinomio PRI-PAN-Narco (Partido
Revolucionario Institucional; Partido Acción Nacional; Narcotráfico). Estas
tres fuerzas representaron históricamente el voto neoliberal. Personifican
básicamente el mismo voto conservador. Y este voto está pulverizado. En 30 años
o más, el PRIANARCO nunca se fracturó. Siempre consiguieron unirse –con éxito–
para frenar a AMLO. Esta vez fracasaron. Ahí radica el otro elemento inédito de
la elección.
Los dos indicadores de esta ruptura son, por un lado, el fracaso de las
cúpulas del PRI y del PAN por impulsar una candidatura unificada (agravado por
el cruce de amenazas de cárcel entre los candidatos José Antonio Meade y Ricardo
Anaya, en caso de que uno u otro resultara ganador), y por otro, la suma de
políticos asesinados en el marco de la elección, cuya cifra asciende a 121, 46
de ellos contendientes a cargos de elección popular en la edición comicial del
próximo 1º de julio. De acuerdo con el último informe de la consultora
Etellekt, “además de los 120 políticos asesinados contabilizados, se han
contado otros 351 asesinatos en contra de funcionarios no electos, es decir,
cuyos cargos no dependen de elecciones” (https://cnn.it/2yFxBtR). Es decir, una
auténtica avalancha de violencia homicida tributaria de la ley de “plata o
plomo”, que es el sello que distingue al actor narco. Es preciso entender que
el narcotráfico es un actor político tan poderoso que “asiste” encriptado a la
campaña. Difícilmente un candidato en Estados Unidos alude explícitamente a los
barones de Wall Street. Lo mismo acontece en México respecto al narco.
Desde inicios de 2000 hasta la fecha, 21 ex gobernadores han sido acusados
de asociación delictiva con el narcotráfico. El narco es un actor estatalizado,
enquistado en los circuitos formales de la economía y la política. A esta
estatalización –prohijada por el PRI– se yuxtapuso un proceso de
hiperpolitización del actor narco, producto de la declaratoria de guerra
decretada por el PAN. Hoy es virtualmente imposible identificar una instancia
institucional que no esté operativamente articulada a la órbita del
narcotráfico. Esto explica que el narco asuma un comportamiento “estatal”,
cobrando impuestos, efectuando tareas de contrainsurgencia, ensayando
estrategias de comunicación con el público (narcomantas, narcoblogs,
narcoseries), reclutando comandos militares de élite, conquistando territorios
por la fuerza, invirtiendo en obras públicas, desarrollando proyectos
turísticos e infraestructurales, financiando campañas políticas etc.
Algunos enfurecieron cuando AMLO propuso amnistía para los
narcotraficantes. Si aceptamos la tesis de que “el narcotráfico es un actor
político tan poderoso que ‘asiste’ encriptado a la campaña”, cabe entonces
prevenir que el indulto ya había sido extendido con anterioridad, cuando
anunció que no perseguiría a ninguno de los integrantes de “la mafia del
poder”. En lenguaje descodificado, esto significa que la propuesta es desalojar
al actor narco de las posiciones clave del aparato estatal, no sin la
posibilidad –y en esto consiste la amnistía– de que continúe el negocio en los
márgenes del Estado. Es decir, la idea es desterrar de la institucionalidad
pública al narcotráfico y a sus aliados políticos del PRIAN
(https://bit.ly/2KunYzw)
Hasta ahora (insisto: hasta ahora), a una fracción de élite económica le
cautiva la idea de desmontar a “la mafia del poder”, porque esta coalición
–conformada por el trinomio PRIANARCO– ha acumulado tanto poder que está
afectando el dinamismo de los grandes negocios. Por ello, una franja de las
élites nacionales apuesta por Andrés Manuel López Obrador, e incluso algunos
“notables señores” ya engrosan las filas del partido Morena.
El temor, no obstante, es que ese “desmontaje” desencadene “al tigre”
(dixit AMLO), es decir, al México subalterno (https://bit.ly/2MwYnXj).
Tesis 3. El orden social
interno
AMLO amenazó con “soltar al tigre” si no lo dejaban llegar a Palacio
Nacional, y ofreció amnistía a sus adversarios. Con ello, AMLO lanzó una oferta
que “la mafia del poder” no podía rechazar. El establishment entendió el
mensaje: o lo dejan gobernar (todos en paz) o estalla el país.
Ahora bien, que el país esté al borde del estallido significa que en la
sociedad se aloja un malestar profundo. Ese malestar tiene básicamente dos
fuentes: la corrupción de los políticos tradicionales, y la inseguridad.
Podríamos hacer un inventario de las demandas e indignaciones de los mexicanos.
Pero tal tarea es para una investigación enciclopédica. En este sentido, y con
el propósito de acotar, agrupemos en las dos macrocategorías antes referidas el
malestar social –corrupción e inseguridad–. De hecho, más allá de las
experiencias autoorganizativas del EZLN (Ejército Zapatista de Liberación
Nacional) o la CNTE (Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación), el
grueso de las llamadas organizaciones de la sociedad civil (excluyendo
obviamente a las de signo empresarial), se han aglutinado alrededor de estas
dos luchas: la anti-corrupción y la seguridad. AMLO es el único que en su
praxis y discurso atendió estos dos flagelos. Por esta razón, se espera un
apoyo ciudadano masivo a su candidatura y a las primeras etapas de su gestión.
AMLO representa una correspondencia exacta entre las fuentes del malestar
social y las banderas que su candidatura enarbola. Ciertamente esto justifica
su aplastante ventaja en las preferencias electorales.
Colofón
Todo lo que hasta ahora han planteado los analistas más “connotados” en
relación con la “casi inminente” victoria de AMLO discurre por atajos
estériles. La disyuntiva que prefigura AMLO no es nacionalismo o
neoliberalismo, ni autoritarismo o democracia, ni pasado o futuro, ni ninguna
de esas perogrulladas ideológicas que repiten hasta el hastío personajes como
Enrique Krauze o Héctor Aguilar Camín o Jorge Castañeda Gutman o el resto de
los intelectuales fracasados y maiceados.
Con AMLO habrá un recambio en el poder. Punto. Reactualizará las
estructuras estatales en México conforme a las nuevas reglas del juego.
Reconfiscará el control –parcial– de algunas industrias estratégicas.
Conferirá, en el curso de su administración, algunas concesiones a la sociedad
civil organizada, por ejemplo, extensión de las jubilaciones y derogación de la
contrarreforma educacional. Mejorará, apenas incipientemente, el poder
adquisitivo de los sectores desorganizados de la población. Sí, tal vez dejará
intocada la cultura política clientelista e influyentista. Pero, a la par,
moralizará –hasta donde el ejemplo de su figura alcance– la vida pública de
México, aun cuando perduren los vicios consustanciales a un Estado colonial. Es
probable que consiga minar parcialmente el poder político del narcotráfico,
desactivando la guerra y desmontando –también parcialmente– las alianzas
estratégicas de ese actor con las cúpulas del aparato estatal. Reorientará la
economía para explorar relaciones comerciales con otras regiones y países. Es posible
que restablezca una relación diplomática y económica con Latinoamérica. Y, como
en los países al sur del continente, es previsible –y lo digo a modo de
advertencia– que el progresismo de AMLO encierre el mismo peligro que los
progresismos del sur entrañaron: la eventual derechización del voto y el
ascenso de un fascismo social, como ya se advierte en Brasil y Argentina.
No es el pronóstico más deseable, pero sí el más factible en razón de lo
vivido y observado.
Publicado por La Cuna del Sol
USA.
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