miércoles, 11 de septiembre de 2019

Por favor, no maten a César Montes

César ha sido todo un valiente y todo un hombre consecuente. César no es rico, pero actualmente ya es un anciano octogenario no muy bien de sus facultades mentales. Vive de sus glorias pasadas, de sus nunca desmentidos heroísmos. Pero corre un peligro mortal ante los otros loquitos: los militares chochos contrainsurgentes de Guatemala que padecen de locura criminal y que de veras quieren matarlo.


POR FAVOR, NO MATEN
A CÉSAR MONTES


Por Luciano Castro Barillas

Tuve la oportunidad de conocerlo en Managua, en 1989, cuando trabajaba en una oficinita del Ministerio de Relaciones Exteriores. Era una oficina con poco movimiento, desprolija, por lo que no sé si realmente trabaja allí o fingía trabajar. La naturaleza lo había dotado de una complexión bastante frágil y estatura pequeña, quizá de 1.50 metros. No acertaba yo a comprender como un hombre tan pequeño tuviera tanto coraje, valentía y trayectoria, cuya mención durante el movimiento revolucionario de la Sierra de las Minas en la década de los años 60 le hiciera tan temible e innombrable. Me imaginé inmediatamente que así pudo ser Augusto César Sandino, el General de Hombres Libres.

César si se hubiera dedicado al boxeo le debieron haber clasificado en el peso mosca. Su bravura no iba en proporción a su tamaño. Parecía un perro chihuahua con el empuje de un pitbull. Pero César sufrió mucho con su pequeña estatura, aunque daba la impresión que no, porque se sobreponía y solía hablar con gran seriedad, caminar a grandes zancadas insolentes con sus piernas cortas y cargando siempre un pistolón con  poco disimulo, que un poco vencido por la gravedad, casi lo arrastraba o lo llevaba por un lado. Con un rictus severo en sus labios y con una voz potente, como Gallito de Lata, cimbraba el ambiente con la fuerza de sus convicciones. Con su actitud de perdonavidas, con sus relatos de combates -ciertos o imaginados- donde resultaba victorioso y tal vez con razón, porque nadie había podido matarlo, pese a tantos enemigos. Siempre resultó muy seductor escuchar a aquella especie de Comandante Guerrillero de Bolsillo.

No pudo triunfar, ciertamente, la guerrilla que él comandó, pero tampoco a él lo mataron. Fundó el Ejército Guerrillero de los Pobres, EGP, junto con otros revolucionarios como Camilo Sánchez y Rolando Morán, quien se encargó de promover a los cuatro vientos después de su expulsión de la Dirección Nacional que César Montes era un pervertido, que se cogía a las compañeras aprovechándose de su jerarquía militar y en fin, dijeron tanto denuestos de él, todos los ahora muertos; que lo hicieron ver como un sujeto antirrevolucionario con serias desviaciones sexuales. La verdad era otra. En el frente de la montaña, Rolando Morán, le había birlado a su esposa y temiendo una venganza del agraviado tuvo que salir expulsado del monte, llevar consigo la carga del desprestigio y ser anatemizado por toda la militancia revolucionaria, no solo del EGP, sino de todo el movimiento revolucionario.

Se tuvo que ir a El Salvador y se incorporó a la guerra en el Frente de Guazapa que fue extraordinariamente comandado por él, gracias a su genio militar: la fuerza armada jamás pudo tomar ese reducto del FMLN, cercano a San Salvador, porque el Cerro de Guazapa fue transformado en un auténtico queso brugge con socavones estilo vietnamita por todos lados. César ha sido todo un valiente y todo un hombre consecuente. Nunca dio el piojito al enemigo como lo hace ahora Timoshenko en Colombia. César no es rico, pero actualmente ya es un anciano octogenario no muy bien de sus facultades mentales. Vive de sus glorias pasadas, de sus nunca desmentidos heroísmos. Ahora, en este momento está feliz en su locura senil inocua, con todos los reflectores sobre él, porque cierto es también su inequívoco culto a la personalidad. Pero corre un peligro mortal ante los otros loquitos: los militares chochos contrainsurgentes que padecen de locura criminal y que de veras quieren matarlo.

Dejen que a César se lo coman los mosquitos o lo hagan salir huyendo. No podrá sobrevivir por su edad, pues no encontrará quienes indefinidamente lo apoyen. Se quedará sin agua y como un viejo pez, ya con pocas escamas, tendrá que salir a flote. César ya no es un peligro para nadie. Ayúdenlo llevándolo a un hospital donde muera de viejo, creyéndose Napoleón, porque de ese complejo padece. Ya basta de ofenderlo por su tamaño. Sufrió de niño, de adolescente, de hombre y como amante. Todas las mujeres que lo lastimaron, sí reconocieron algo: que la tenía pequeñita, pero cada huevo, eso sí, era de oro.






Publicado por La Cuna del Sol

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