Sea cual sean los móviles del asesinato del
diputado por el departamento de Alta Verapaz, Valentín Caal Leal, la noticia de
tal hecho no pudo ocurrir en el peor de los momentos, la toma de posesión
del nuevo Presidente de Guatemala. La noticia que trascendió por los diferentes
medios de prensa y la manera como era interpretada no hizo más que poner de
manifiesto el estado de inseguridad pública que se vive en el país y todo esto
en las propias narices de alguien que basó su campaña electoral en la
aplicación de la mano dura como la política más apropiada para combatir el
crimen. El crimen o los móviles del mismo han quedado en un limbo, pues la
prensa (sus razones tiene) no ha contribuido a clarificar los orígenes, a
difundir las diversas versiones que circulan o las causas reales del mismo,
aunque claro, esta es tarea del Ministerio Público y la policía. Si fue un crimen
perpetrado por razones puramente políticas o de otra índole eso probablemente
no se sabrá por mucho tiempo, pues no hay que olvidar que Guatemala es el país
donde el encubrimiento y la impunidad reinan supremas. El transfuguismo
político ha sido quizá la característica principal que ha definido el quehacer
político nacional. No existen instituciones políticas o partidos cuyo
fundamento este sustentado en principios de fuerte filiación ideológica, mucho
menos que cuenten con programas de trabajo diseñados en función de las
necesidades del pueblo. Su ideología es el oportunismo. Los negocios turbios.
La complacencia y la colusión política y criminal con los grandes intereses
económicos, de allí deriva el hecho de que hayan desaparecido tantos partidos
políticos y que cada rato surjan nuevas agrupaciones políticas con los mismos
actores de antes y de siempre. El transfuguismo político en Guatemala es una
normal anomalía de un Estado, que como lo manifiesta un prestigioso
columnista de Siglo XXI (...) es un Estado fuerte para
privilegiar intereses particulares, pero débil para atender las cada vez más
impresionantes demandas sociales. Un Estado exitoso para quienes han promovido
la corrupción, pero fallido para los millones de guatemaltecos pobres y
comunes. Este Estado de herencia colonial, santificado por los criollos
políticos (mediocres en lo académico, recios en su irracional terquedad) que no
declinan en el recurso a ese reiterado delito/ritual -electoral para asaltar el
poder que por mandato nos pertenece a todos. He allí su obra, la Guatemala
horrenda en donde ni sus hijos y nietos pudieron vivir, eso sí privilegiados
todos con propiedades en el exterior y acaudaladas cuentas bancarias,
derrochando lo ilegítimamente apropiado. ¿90 diputados “nuevos”, muchos de
caras viejas serán la solución? ¿Modificara eso el Estado “nacional”? Marvin Najarro
A continuación procedemos a publicar la
siguiente nota periodística enviada desde Guatemala por el estudiante de
periodismo, Valentín Zamora Altamirano.
LA MUERTE DE UN TRÁNSFUGA
Por Valentín Zamora Altamirano
En Guatemala se ha llegado a tomar como
absolutamente normal que los políticos -politicastros sería la palabra
justa- pueden ir de un partido político a otro, sin que esa acción que pone de
relieve la carencia de principios y de convicciones tenga sanción moral
ni política alguna. Semejantes personas debieran ser objeto de repudio,
marginación, exclusión y aislamiento en un país con políticos normales; en
primer lugar de sus electores y en segundo lugar de los partidos políticos que
medran o languidecen en el congreso nacional, institución epónima de la
corrupción, desde siempre, pero ahora más nunca. El salario de los diputados es
altísimo, desproporcionado, si consideramos el ingreso medio de los
guatemaltecos, el cual no logra cubrir el mínimo vital, de allí que los
indicadores de bienestar material nos sitúan en la infamia de la extrema
pobreza en una tierra fértil, extremadamente feraz, cuyo modelo económico y
político deformado, perverso; es incapaz de producir los alimentos necesarios
para alimentar a sus 14 millones de habitantes puesto que las mejores y
mayores extensiones de tierra cultivable se dedican a los cultivos de la
agroexportación (caña de azúcar, palma africana, café, etc.). Es un sistema
político que se gesta a partir de su obsoleta estructura productiva, arrancando
de allí todas las deformaciones superestructurales subsiguientes que se
legitiman y legalizan a través del Congreso Nacional y de las acciones
personales y grupales de una horda politiquera que llega al congreso a través de
los expedientes y recursos más indignos a depredar, no a construir una
mejor nación. El rechazo ciudadano hacia esa institución es generalizado y se
le identifica como la peor expresión del Estado guatemalteco, sin embargo, es
uno de los lugares más apetecibles para los desaprensivos porque allí se
trabaja poco, se paga bien, se tiene poder, prerrogativas; pero sobre todo, no
se pagan su comida. Es el pueblo de Guatemala con sus tributos el que paga
a estos atorrantes su buen comer. ¿Cómo es posible esto? En un país que ocupa
el cuarto lugar en desnutrición infantil en el mundo y escasean los alimentos
en los sectores menos favorecidos de la población que viven ahora comiendo
tortillas de maíz y frijoles (en el mejor de los casos) esta clase de sujetos
llegan en situación de engorde pues arrellanados en sus
cómodas poltronas (sillas para holgazanear) comen y maquinan como aumentar sus
ingresos personales. Los problemas del país y las necesidades de sus habitantes
pasan a un segundo plano.
Pues bien, los resultados de esa rapiña (pues
todos los congresistas son empresarios a cuyas empresas se asignan mutuamente
contratos de bienes y servicios, de mala calidad, por supuesto) hace que el
pleito y la disputa entre ellos se torne intestina, al punto que terminan
matándose. En el seno de ese antro luciferino los improperios personales, la
palabra grosera, el insulto; son cosa de todos los días. Así como también es el
reino de la indiferencia, pues los diputados forman corrillos de conversadores
mientras otro en uso de la palabra habla sin ser escuchado. Es lo normal. Lo
toman como normal. Es una institución realmente despreciable podrida hasta la
médula. Nada bueno puede salir de allí y a no ser por la presión internacional,
ninguna ley de importancia para la nación hubiera tenido lugar.
Se han emitido muchos comentarios sobre la
muerte de un diputado asesinado de Alta Verapaz, Valentín Leal Caal, muerto un
día antes de tomar posesión de su cargo. Esta persona había sido electo para el
cargo por el partido LIDER, de Manuel Baldizón, sin embargo, en un acto de
inverosímil y extremo cinismo político, se había integrado a la bancada oficial
(el partido Patriota) para formar parte de su bancada. Semejante deslealtad (a
sus electores y al partido político que lo llevara al cargo iba a tener como
resultado lo que le sucedió: un ajusticiamiento en plena calle, tal vendetta
entre mafiosos. No creo, pues, que se haya matado realmente a un político. Creo
que se mató a un sujeto demasiado sucio e inescrupuloso, salido del estercolero
de la política nacional. Si preocupa que un partido -el oficial-
sea tan desaprensivo como para aceptar por el voto a ese tipo de personas. Es
una mala señal y falta de agudeza política pues quien traiciona una vez, lo
seguirá haciendo. Todo traidor se hace a sí mismo, se falla a sí mismo y no
cree en él. Cosa rara también es que los columnistas y los analistas políticos
de los medios de comunicación masivos de Guatemala no comentaron este hecho.
¿Temor o complicidad?
Uno no puede menos que quedarse con muchas
dudas…
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