A cuatro años de la invasión
de la OTAN, la Yamahiriya de Gadafi, que se dejó seducir por los cantos de
sirena de los embajadores de “buena voluntad” del imperialismo que nunca le
perdonó su afrenta, dista terriblemente de ser aquella donde sus habitantes
gozaban de educación, cuidado médico y otros servicios públicos gratuitos que
la hacían la envidia de muchos ciudadanos de otros países africanos. Ahora,
después de 25,000 incursiones aéreas, 10,000 ataques aéreos, una lluvia de
30,000 bombas y 120,000 muertes y la destrucción de su infraestructura y de su
tejido social -parte del envidiable costo de la operación más exitosa en la
historia de la OTAN-, Libia efectivamente ha sido violentamente retornada a la
Edad de Piedra.
LIBIA 2015
De acuerdo a un amplio reportaje del Washington Times, las alegaciones
utilizadas por el gobierno de Obama como justificación para lanzar la invasión
sobre Libia resultaron ser falsas. Según lo revelado por funcionarios de EE.UU
en varias audiocintas secretas revisadas y autenticadas por el diario, fue la
visión estrecha de la Sra. Clinton la que condujo a los Estados Unidos a una
guerra innecesaria sin sopesar
adecuadamente las preocupaciones de la comunidad de inteligencia. El principal
argumento de la señora Clinton fue que Gadafi estaba a punto de emprender un
genocidio contra la población civil en Benghazi, donde se concentraba el poder
de los rebeldes. Sin embargo, funcionarios de inteligencia no pudieron
corroborar esas inquietudes y de hecho estimaron que era improbable que Gadafi
se aventurara a correr el riesgo de provocar la ira del mundo cometiendo una
masacre, según le dijeron funcionarios al Times. Como resultado, el secretario
de Defensa, Robert Gates y el Almirante Mike Mullen, Jefe del Estado Mayor
Conjunto, se opusieron tenazmente a las recomendaciones de la señora Clinton
para usar la fuerza. Fue la señora Clinton quien en última instancia se encargó
de persuadir a Obama, los aliados de la OTAN y las Naciones Unidas para que
autorizara la intervención.
El 17 de marzo del 2011, el CSNU aprobó la resolución 1973 que autorizaba
la intervención militar en Libia. Obama explicó que el objetivo era salvar las
vidas de quienes protestaban pacíficamente en favor de la democracia y se
encontraban en peligro de ser reprimidos brutalmente por el dictador libio Muamar al-Gadafi. Aseguró Obama que Gadafi no
solo ponía en riesgo el impulso de la Primavera Árabe que había depuesto a los
regímenes autocráticos de Túnez y Egipto, sino que también estaba en camino de
perpetrar un baño de sangre en la ciudad libia de Benghazi donde se había
iniciado el levantamiento. “Sabíamos que
si esperábamos un día más sufriría una masacre que habría resonado en toda la
región y manchado la conciencia del mundo”, declaró el presidente Obama cuyo
gobierno había sido el principal propulsor de la resolución.
Dos días después de la autorización, demandada por el gobierno de Obama,
los EE.UU y sus aliados de la OTAN establecieron una zona de exclusión aérea a
lo largo de Libia y empezaron a bombardear las fuerzas de Gadafi. En octubre
2011, siete meses más tarde, las fuerzas rebeldes con el sostenido apoyo de
occidente se apoderaron del país y asesinaron a Gadafi.
Cuatro años más tarde, Libia el país que antes de la invasión contaba con
el nivel de vida más alto en África, yace en ruinas, destruida por el intervencionismo
“humanitario”, esa demoniaca construcción liberal convertida en la fascinación
del hombre blanco Occidental esmerado en llevar, o mejor dicho imponer, sobre
los rincones más oscuros de la tierra la democracia y libertad, valores que
brillan como luces en el faro de la excepcional civilización occidental.
Inmediatamente después de la victoria militar y el brutal asesinato de Gadafi,
todos los artífices de la criminal campaña contra Libia celebraban triunfantes
su hazaña declarando: “La operación de la OTAN en Libia ha sido correctamente
aclamada como una intervención modelo”. El New York Times, cuyas páginas
editoriales desde un principio habían apoyado la guerra se expresaba
similarmente, “las tácticas de EE.UU en Libia pueden ser un modelo para otros
esfuerzos”, y aunque reconocía que era prematuro considerar la guerra un éxito
completo para los intereses de Estados Unidos, el diario neoyorkino hacía notar
que los eventos le habían proporcionado a los experimentados asesores de Obama
la oportunidad de atribuirle una victoria clave a la doctrina de Obama para el
Medio oriente, la cual había sido ampliamente denigrada por sus críticos como
“liderando desde atrás”.
En el Rose Garden de la Casa Blanca, Obama -el guerrero renuente-
vociferaba, “sin un solo soldado estadounidense en el campo de batalla, hemos
logrado nuestros objetivos”.
Liberales proponentes de las guerras humanitarias, se auto-felicitaban como
visionarios humanitarios y castigaban a sus oponentes por ser timoratos y
demasiado cínicos a cerca de las virtudes del poderío estadounidense. Líderes
británicos y franceses se paseaban en Libia como todos unos héroes
conquistadores, mientras oficiales estadounidenses y canadienses celebraban la
victoria con pomposas ceremonias. Pero fue sin duda Hillary Clinton, la
principal artífice de la guerra contra Libia y la eliminación de Gadafi, la que
se ganó el premio en el show de la hienas. Al enterarse de la muerte de Gadafi
a manos de una turba de “combatientes por la libertad”, no pudo contener su
emoción, presuntuosa y con vulgar carcajada dijo: “Vinimos, vimos, él murió”.
Hoy en día muchos de aquellos liberales que entusiastamente apoyaron a los “revolucionarios”
libios y los bombardeos humanitarios de la OTAN, a manera de una mean culpa a
medias, con desilusión admiten el fracaso de la misión liberadora de occidente,
sin embargo, no dejan de considerar lo loable de su intención y aunque el
pretendido sueño democrático en Libia se haya convertido en una pesadilla en la
que proliferan las bandas de islamistas armados hasta los dientes que siembran
el terror por todas partes, ellos aseguran que el pueblo libio y el mundo están
mucho mejor ahora sin la presencia del dictador Gadafi, de la misma manera que
Iraq sin Saddam Hussein.
Sin embargo, la Yamahiriya sin Gadafi, que se dejó seducir por los cantos
de sirena de los embajadores de “buena voluntad” del imperialismo que nunca le
perdonó su afrenta, dista terriblemente de ser aquella donde sus habitantes
gozaban de educación, cuidado médico y otros servicios públicos gratuitos que
la hacían la envidia de muchos ciudadanos de otros países africanos. Ahora,
después de 25,000 incursiones aéreas, 10,000 ataques aéreos, una lluvia de
30,000 bombas y 120,000 muertes y la destrucción de su infraestructura y de su
tejido social -parte del envidiable costo de la operación más exitosa en la
historia de la OTAN-, Libia efectivamente ha sido violentamente retornada a la
Edad de Piedra.
Según la revista liberal The New Yorker, en la Libia post Gadafi no hay
manera de exagerar el caos. Dos gobiernos reclaman legitimidad, las milicias
armadas se han apoderado de las calles. La electricidad esta frecuentemente
fuera de servicio, la mayoría de los negocios están paralizados, los ingresos
del petróleo, el mayor recurso del país, se han reducido en más de un 90%. Unas
3,000 personas han muerto como consecuencia de los combates en el último año, y
aproximadamente 1/3 de la población del país ha huido hacia Túnez. Según la
citada revista, lo que ha seguido al derrocamiento del tirano –derrocamiento
propiciado por los ataques aéreos de la OTAN- es la tiranía de una peligrosa y
generalizada inestabilidad. Vale aclarar que The New Yorker es uno de esos
medios que después de la debacle de Libia exhiben una suerte de mea culpa a
medias.
En similares términos describe la situación en Libia post-Gadafi la revista
del elitista Council on Foreing Relations, Foreing Affairs:
“La calidad de vida en Libia se ha degradado bruscamente como consecuencia
del derrumbe de la economía. Esto se debe principalmente a que la producción de
petróleo del país, el elemento vital, permanece deprimida como resultado del prolongado
conflicto. Antes del conflicto, Libia producía diariamente 1.65 millones de
barriles de petróleo, cantidad que se redujo a cero durante la intervención de
la OTAN. Y aunque la producción temporalmente recuperó un 85% de su anterior
cuota, desde que los cesionistas se apoderaron de los puertos petroleros del
este en agosto del 2013, la producción ha promediado apenas un 30% de su nivel
de preguerra. Los continuos combates han ocasionado el cierre de aeropuertos y
puertos marítimos en las dos ciudades más grandes de Libia, Trípoli y Bengazi.
En muchas ciudades, los residentes tienen que sufrir masivos cortes del fluido
eléctrico –hasta 18 horas en Trípoli. La reciente privación representa un marcado
descenso para un país que el Índice de Desarrollo Humano de la ONU
tradicionalmente ubicaba como el que tenía el nivel más alto de vida de toda
África.
Libia que mucho antes de la intervención imperialista de la OTAN (antes del
9/11) era un aliado importante de los EE.UU en el combate al terrorismo
trasnacional, tal y como lo dijera el jefe del Comando de África en 2009, se ha
convertido hoy en día en un feudo de bandas islamistas armadas que se disputan
el control del territorio. Según Foreing Affairs que lamenta el fracaso de una intervención
bien intencionada, una de las "consecuencias no previstas" de la intervención en
Libia ha sido la amplificación de la amenaza del terrorismo que se origina en el
país. Como resultado de la intervención de la OTAN en 2011, Libia y su vecino
Mali se han convertido en santuarios terroristas. Otros países del Norte de
África como Mali, según el New York Times, se han convertido en campo de
operaciones de grupos de afiliados de Al Qaeda que también ha armado y
financiado a islamistas en el norte de Nigeria.
Pero eso no es todo, también en Burkina Faso el desastre causado por la
OTAN ha servido para avivar los conflictos étnicos mortales y en Níger ha
habido un crecimiento del Islam radical. Otra de las consecuencias no previstas
ha sido que el problema del terrorismo ha sido exacerbado por la filtración de
armas del arsenal de Gadafi a grupos de islamistas en el Norte de África y el
Medio Oriente, se estima que muchas de esas armas letales, como los llamados
MANPADS, han terminado en manos de
grupos como Boko Haram, incluso se han encontrado en Argelia y Egipto.
Sin embargo, una de las más desastrosas consecuencias no previstas por los
estrategas del imperialismo, un
boomerang que se estrelló en pleno rostro de la arrogancia imperial, fue el
ataque contra el consulado de EE.UU en Benghazi el 12 de septiembre de 2012. Irónicamente
el ataque fue perpetrado por los mismos “combatientes por la libertad”, que
después pasaron a ser terroristas, que tan fervientemente habían apoyado y
evitado que el tirano coronel los exterminara como ratas -no olvidar que ese
fue el falso pretexto utilizado, sobre todo por la walkiria Clinton, para
atacar a Libia.
Como una suerte de justicia poética, en el ataque al consulado estadounidense
murió el embajador Christopher Stevens, considerado como uno de los principales
operativos de la CIA en Libia y quien fuera a la larga el primero en contactar
a los rebeldes que serían apoyados por la OTAN para derrocar a Gadafi. Según el
Wall Street Journal, el embajador Stevens estaba al menos enterado del tráfico
de armamento pesado (saqueado del arsenal de Gadafi) que iba dirigido a los
rebeldes sirios y que se originaba en la sede del consulado que en esencia funcionaba como el cuartel de
operaciones de la CIA en Benghazi. Obviamente la operación del tráfico de armas
en el consulado no era una consecuencia no prevista, era parte de lo que el New
York Times elogió como “las tácticas de EE.UU en Libia que pueden ser un modelo
para otros esfuerzos”, en este caso el esfuerzo era la desestabilización de
Siria y el derrocamiento o la eliminación física de Bashar Al Assad.
De acuerdo a Foreing Affairs, en marzo de 2011 el levantamiento en Siria
era todavía en su mayor parte no violento con pocas víctimas fatales, sin
embargo, después de que los rebeldes libios con el auxilio de OTAN tomaran la
iniciativa, los revolucionarios sirios recurrieron a la violencia en el verano
de 2011, quizás, según la revista, esperando atraer una intervención similar.
“Es similar a Benghazi” le dijo en ese momento un rebelde al Washington Post,
agregando luego, “necesitamos una zona de exclusión aérea”. El resultado fue
una masiva escalada del conflicto resultando en por lo menos 1,500 muertes por
semana a principios de 2013. Hasta ahora, en lo que va de la guerra que los
grupos de mercenarios yihadistas armados, entrenados y financiados por
occidente libran en contra del gobierno de Siria, ya han perecido más de
200,000 personas, mientras que el número de refugiados ha llegado a niveles
alarmantes y la destrucción de su territorio es inconmensurable.
Cuatro años después del asalto de la OTAN, utilizando el falso pretexto de
proteger a la población civil del inminente baño de sangre que el rabioso
coronel Gadafi estaba a punto de llevar a cabo, Libia es ahora un Estado
fallido, un hecho reconocido incluso por aquellos que entusiastamente apoyaron la
intervención. La situación de los derechos humanos es ahora peor de lo que era
bajo el gobierno de Gadafi. Antes de que interviniera la OTAN la guerra civil
en Libia estaba a punto de terminar a un costo de aproximadamente 1000 vidas,
desde entonces, sin embargo, Libia ha sufrido 10,000 muertes adicionales como
resultado del conflicto. En otras palabras la intervención de la OTAN parece
haber incrementado en 10 veces el número de muertes violentas.
En un plazo de 7 meses la misión “humanitaria” de Occidente destruyó toda
semblanza del orden que existía durante el gobierno de Gadafi. Hoy en día Libia
en un país ingobernable, el caos es total. En un periodo de 4 años han existido 7 primeros
ministros y existen dos gobiernos paralelos cada uno reclamando legitimidad.
Aparte de la existencia de decenas de milicias y grupos de delincuentes
armados, existen 2 fuerzas militares compuestas por islamistas y antiguos
militares que se disputan el control del país. Y para terminar de completar el
fiasco, una de los más notorios islamistas que figuras como el furibundo
belicista -y amigo de terroristas- John McCain tuvo a bien limpiar sus
antecedentes terroristas y elevarlo a la categoría de “combatiente por la
libertad”, Abdelhakim Belhadj, ex integrante de al Qaeda, se ha convertido en
el comandante del Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS) en Libia. Este
acontecimiento por si solo sirve para desmontar la farsa de la guerra contra el
terrorismo y sirve también para dejar en claro la intención de lo que en
realidad se esconde detrás de estas perversas misiones bélicas con tinte de
humanitarias.
Contrario a lo argumentado por los apologistas del intervencionismo
humanitario, en Libia se implementó un nuevo modelo de agresión imperialista. Se
ensayó un nuevo modelo de destrucción, de generar el caos, el sectarismo
religioso y la ingobernabilidad de manera que cualquier semblanza de gobernabilidad
y estabilidad democrática sea jamás alcanzada. Porque para los fines de
dominación del imperialismo esa es la mejor manera de prolongar la guerra (en
beneficio del complejo militar industrial) y el saqueo de las riquezas de estos
países ubicados en zonas de vital interés geopolítico en donde se libra una
intensa batalla entre las grandes potencias que compiten por el establecimiento
y control de zonas de influencia. Somalia, Afganistán, Irak, Libia, Siria y
Ucrania sobresalen como ejemplos de ese diseño destructivo imperialista.
Publicado por La Cuna del Sol
USA.
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