Así como el revanchismo buscó
a Hitler para que sacara a Alemania del marasmo de la crisis económica de la
tercera década del siglo pasado y de la humillación de la derrota en la primera
guerra mundial, hoy la estructura del poder real en Estados Unidos ha
encontrado a Trump para que los salve de la inercia del fracaso de la
unipolaridad post guerra fría y del fiasco de su política económica en los
últimos 40 años, todo lo cual conduce al fin de la hegemonía que han sostenido
por los últimos 120 años.
EL INEVITABLE DECLIVE
ESTRATÉGICO
DE ESTADOS UNIDOS
Por: Sergio Rodríguez Gelfenstein
Hace unos días me preguntaba si la extrema agresividad de Estados Unidos
que mantiene en vilo la estabilidad del sistema internacional era expresión de
fortaleza o de debilidad de la potencia imperial. Al respecto afirmaba que la
respuesta a tal pregunta arrojaría luces respecto de los escenarios de futuro
que es posible esperar.
La historia enseña que el proceso de decadencia y caída de los grandes
imperios que han existido a través de la historia guardan ciertas similitudes
independientemente de la época que han ocurrido, la fase del desarrollo de la
humanidad en que se produjeron y los grados de avance tecnológico existentes en
el momento histórico de su transcurso hacia el declive definitivo después de
vivir largos períodos de auge que hacían suponer su eternidad hegemónica.
En la modernidad, tal desenvolvimiento se ve magnificado por la acción de
los poderosos medios de transmisión de noticias que son capaces de fabricar
circunstancias, contextos y situaciones que entrañan realidades emanadas de la
ficción, a tal punto que la Academia Española de la Lengua ha aceptado como
válida una nueva palabra para describirlo: “posverdad” definida como una
distorsión preconcebida de la realidad, con el objetivo de implantar y modelar
la opinión pública a fin de ejercer influencia en las decisiones que la
ciudadanía tome en materia política y social, en condiciones tales que los
hechos objetivos pierden predominio, toda vez que las emociones y creencias
personales pueden ser configuradas mediáticamente.
Esto pretendería extender a las ciencias sociales, un principio de la
física cuántica que establece que es posible que dos personas puedan obtener
resultados antagónicos al observar la misma realidad, de lo que se concluye que
es posible que coexistan más de una realidad al percibir un mismo fenómeno.
Este fundamento permite a los medios informativos construir realidades propias
e incluso falsas y transformarlas en verdades, a través de la manipulación de
la psiquis de los individuos. Poco importa que a posteriori se demuestre la
falsedad de la información dada a conocer. El cerebro humano ya habrá grabado
la primera revelación, sabiendo que se han estudiado métodos a través de los
cuales el desmentido -si se hiciera- pasa a ser irrelevante ante la fuerza con
que se hizo público un acontecimiento que no necesariamente ha ocurrido. El
daño ya está hecho.
Como opina el sociólogo español Miodrag Borges, experto en neuromarketing,
neuropolítica y comunicación “… a partir de 2012, el neuromarketing se
convertiría en la base de los estudios políticos vinculados a las estrategias
de campaña”.
Borges cita al doctor Matthew Sauvage, de la Universidad George Washington
de la capital estadounidense, quien elaboró una tesis doctoral sobre
neuromarketing político en la que señala que las campañas políticas dependen de
datos e información precisa sobre los votantes, incluyendo sus gustos e
intereses, sabiendo que de esa manera es posible captar mejor al público y
trazar estrategias ganadoras.
En estas condiciones, el neuromarketing se convierte en un instrumento de
valor superlativo porque “permite añadir una capa extra de información para
analizar aspectos tales como anuncios de televisión o los discursos. En lugar
de preguntar a alguien sobre sus pensamientos acerca de un candidato o un
anuncio de televisión utilizando por ejemplo un grupo de discusión, se mide
cómo reacciona su cerebro, de manera que se puede acceder a ideas sin sesgo,
acerca de cómo la persona realmente reacciona a esos estímulos”
En la actualidad, nociones como el éxito del capitalismo, la invencibilidad
de Estados Unidos, su superioridad científica y tecnológica, las óptimas
condiciones de vida de su sociedad, la imperiosa necesidad de adoptar sus usos,
costumbres, hábitos y gustos, su hegemonía militar, el predominio de su
cultura, valores y principios y la preeminencia de su sistema político hacen
suponer a buena parte de la humanidad que el triunfo de la potencia
norteamericana es irreversible y eterno y que no existe alternativa válida para
construir un mundo mejor. Estas ideas han estado siendo sembradas durante años
en el cerebro de los ciudadanos, sin que tengan la mínima percepción de ello,
por tanto no pueden reaccionar porque llanamente piensan que “eso es así” y no
tiene posibilidad de modificación.
El problema para Estados Unidos es que esto ha comenzado a cambiar, en
tanto se empieza a manifestar cierta superioridad económica, científica,
tecnológica y militar de China y de Rusia, lo cual está configurando el eje
principal de la conflictividad global actual. El trance generado por Estados
Unidos contra la empresa china Huawei es la expresión más reciente y
clarificadora de esta situación.
Más allá de la sensación de victoria que se pretende mostrar, el
capitalismo no se puede adjudicar éxitos que avalen tal situación. En el mundo
de hoy, 821 millones de ciudadanos pasan hambre, es decir el 12,9% de la
población mundial; 1.100 millones viven en condiciones de extrema pobreza y
2.800 en situación de pobreza, 14,5 y 36,8% de la población mundial
respectivamente. La nutrición deficiente es la causa de muerte del 45% de los
niños menores de 5 años, 3,1 millones de niños mueren anualmente por esta
causa, 8.500 por día; 66 millones de niños asisten a clase con hambre en los
países subdesarrollados. Según la Unicef se necesitan 3,2 mil millones dólares
para solucionar este problema, un poco menos que lo que cuesta un destructor de
los 64 que tiene la Armada de Estados Unidos a fin de desparramar muerte por el
mundo.
Así mismo, 2.100 millones de personas no tienen acceso a agua potable y
4.000 millones (más de la mitad de la población mundial) carece de saneamiento
seguro según la OMS y la Unicef; 264 millones de niños no asisten a la escuela.
Todas estas cifras no consideran que según la Unesco en el mundo hay alrededor
de 350 millones de personas que no existen, es decir que no tienen ningún tipo
de registro de su vida, por lo tanto no son sujeto de estadísticas. ¿Puede
entonces considerarse que el sistema económico que rige el planeta es justo? Y
que es un éxito que se debe sostener y extender, cuando se sabe que en el
planeta existen los recursos necesarios para que todos los habitantes del globo
tengan sus necesidades básicas resueltas y su porvenir de vida se inscriba en
los ideales que la humanidad ha trazado para todos, no sólo para una minoría
Sin embargo, cuando uno observa el gasto militar de Estados Unidos, es
fácil concluir que la solución de los problemas de la humanidad no es de su
interés. Hace solo unos días se dio a conocer el presupuesto que el presidente
Trump envió a la Cámara de Representantes para el año 2020. En esta propuesta,
la Casa Blanca está pidiendo un recorte en el nivel general de gastos no
relacionados con la defensa en 5% el próximo año por debajo de los límites de
gastos federales actuales, una reducción de casi 30.000 millones de dólares, de
la misma manera pide que el gasto militar sea aumentado en un 4,7% a 750.000
millones de dólares, en comparación con los 716.000 millones de dólares de este
año. Es evidente que Estados Unidos pretende salir de la crisis mediante la
guerra, la agresión y el conflicto, de lo que se deduce que su voracidad
imperial crecerá aún más en los próximos años.
Toda vez que los recortes en este presupuesto, incluyen los gastos del
departamento de Estado, hasta altos mandos militares retirados de las Fuerzas
armadas de Estados Unidos entre los que se incluyen a los ex generales David
Petraeus y Anthony Zinni y al ex almirante James Stavridis consideraron que
poner el énfasis en el Departamento de Defensa y menospreciar el trabajo del
Departamento de Estado, “socava la seguridad y el liderazgo de Estados Unidos”
Aducen que solos los militares no pueden garantizar la seguridad del país, por
lo que hicieron un llamado al Congreso a proteger el financiamiento del
Departamento de Estado. Por supuesto, no hicieron ninguna alusión a las
reducciones para salud y educación ni para cooperación internacional, asuntos
que no son de su interés.
En términos de mirada estratégica esta visión de los militares, que sin
duda refleja la opinión de los que están activos y no pueden hacer
consideraciones política de manera pública porque la ley se lo prohíbe, refleja
la preocupación suprema de uno de los principales sostenes del poder imperial,
del se están alejando por la manera errática e improvisada en que están siendo
dirigidos por una camarilla tan extremista que incluso -desde su opinión- pone
en riesgo la seguridad de Estados Unidos.
No obstante, en términos económicos la idea de que Estados Unidos pueda
superar su crisis económica no pasa de ser una quimera, con todas las
repercusiones que ello tiene para la estabilidad del sistema internacional:
apreciar que la economía de Estados Unidos se puede apuntalar en el mediano
plazo, parece bastante incierto. En lo inmediato hay que recordar que durante
su campaña electoral Trump prometió que eliminaría la deuda interna antes de
concluir su cargo al frente de la administración de su nación, pero la
propuesta de presupuesto que acaba de entregar al Congreso proyecta que la
deuda nacional se incrementará a 31 billones en 10 años, así mismo expandiría
el déficit del presupuesto federal a 1.1 billones de dólares en el próximo año
fiscal, al tiempo que exigiría equilibrar el presupuesto para 2034 al
conjeturar que la economía podrá crecer más rápido de lo que la mayoría de los
economistas anticipan.
En este sentido, vale decir que como nos recuerda Armando Negrete,
académico del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM de México, la
economía estadounidense viene manifestando una tendencia a la baja en el ritmo
de su crecimiento desde la década de los sesenta del siglo pasado. El
investigador mexicano explica que en 1984, la economía estadounidense creció a
nivel del 6%, pero fue la última vez que lo hizo, sin poder sostener ese ritmo
ni un solo año, al contrario, desde 1980 cuando liberalizó los mercados, su PIB
per cápita creció 1,61% anual y apenas 0,6% desde la crisis de 2007. Vale decir
que en ese mismo período de 40 años, China creció a un promedio de 9,6% anual.
Desde ese mismo año 1980 el saldo comercial de Estados Unidos ha sido
deficitario de forma creciente, sobre todo porque ante el proceso de
desregulación de mercados, apertura comercial y ampliación de las finanzas
internacionales, las grandes empresas transnacionales estadounidenses optaron
por desarrollar un gran ciclo de conexión productivo en el que a Estados Unidos
solo le correspondió ser el consumidor final, generando una dinámica de sobre
consumo de bienes que no produce, por lo que sus importaciones son mucho
mayores que sus exportaciones, erigiendo un mercado interno en el que la
demanda es mucho menor que la oferta, todo lo cual ha conducido a un gran
déficit en su balanza comercial a lo cual Trump le ha encontrado falsas
explicaciones que pretende resolver con sanciones y aumentos de aranceles, sin
embargo al cierre de 2018 y después de un año de guerra comercial con China, el
déficit comercial de Estados Unidos aumentó, al mismo tiempo que los
consumidores de ese país tuvieron que pagar 4.4 mil millones de dólares por
efecto del aumento de los aranceles a China, lo cual hace patente que tampoco
esta guerra la están ganando.
Al respecto, Negrete afirma que la dinámica emprendida por Estados
Unidos:”… deslocalizó la producción estadounidense hacia países con mayores
niveles de productividad y menores costos, generó un aparato interno
industrial/productivo menos competitivo y provocó una caída sostenida en la
productividad del trabajo manufacturero. De manera contraria, China, mediante
su política de apertura comercial planificada y el establecimiento de zonas
francas industriales, desde 1980, atrajo esas cadenas productivas
manufactureras hacia sus costas y promovió su integración al mercado mundial
desde la esfera de la producción industrial con capital estadounidense,
esencialmente, pero también europeo”.
Este diagnóstico puede arrojar algunas luces sobre la crisis actual y la
situación objetiva de Estados Unidos para intentar salir de ella hacia
adelante, lo cual –con el paso del tiempo- se ve más improbable en tanto su
papel como potencia hegemónica ha comenzado el declive. Lo cierto es que la
crisis de su economía es estructural en tanto manifiesta déficit comerciales
crecientes, baja productividad y un exiguo crecimiento, a lo que suma una profunda
crisis política y moral que obligó al sistema a buscar a un outsider que los
salvara tras el agotamiento de soluciones en los márgenes del establishment. La
recurrencia de Trump a sectores tan atrasados y retrógrados, que rayan en el
fascismo, como forma de solución de los problemas, muestra una vía que
probablemente establezca la realidad emanada del twitter presidencial como
verdad absoluta, pero que en los hechos está distante de una autenticidad que
permita salir de la crisis aunque los medios digan lo contrario.
Así como el revanchismo buscó a Hitler para que sacara a Alemania del
marasmo de la crisis económica de la tercera década del siglo pasado y de la
humillación de la derrota en la primera guerra mundial, hoy la estructura del
poder real en Estados Unidos ha encontrado a Trump para que los salve de la
inercia del fracaso de la unipolaridad post guerra fría y del fiasco de su
política económica en los últimos 40 años, todo lo cual conduce al fin de la
hegemonía que han sostenido por los últimos 120 años.
La fuente original de este artículo es Barómetro Internacional
Publicado por La Cuna del Sol
USA.
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