viernes, 2 de agosto de 2019

Las redadas de Donald Trump

Las redadas y deportaciones en masa son el componente interno de las políticas antiinmigrantes con las que Trump pretende poner fin a la inmigración indocumentada.


LAS REDADAS DE DONALD TRUMP



El actual ocupante de la Casa Blanca disfruta sembrando el temor y el pánico entre la población indocumentada cuando anuncia que se reanudan las redadas y que deportará a un millón de personas que viven ilegalmente en el país. Algunos medios informan que algunas comunidades de inmigrantes lucen como pueblos fantasmas. El efecto sicológico de las amenazas ha sido inmediato, muchas personas están aterrorizadas, no salen de sus hogares y están dejando de ir a sus trabajos. Aunque hasta el momento se desconoce las cifras iniciales de las redadas anunciadas por Trump, en lo político logra su objetivo. Enciende a su base de votantes y pone contra la pared a sus oponentes en el partido Demócrata, quienes temerosos de ser presentados como el partido que promueve la inmigración indocumentada, terminan cediendo vergonzosamente a sus presiones y las de los republicanos.   

Trump, tanto como político y empresario inescrupuloso entiende perfectamente la dinámica de la inmigración ilegal en Estados Unidos, la misma que durante mucho tiempo ha sido explotada descaradamente por republicanos y demócratas para su propio beneficio, especialmente en tiempos de elecciones, cuando los sentimiento antiinmigrantes y proinmigrantes de la población votante son más fáciles de manipular. Trump inicia su campaña de reelección presidencial enfocándose, como en 2016, en los inmigrantes indocumentados como una amenaza para el bienestar de los ciudadanos estadounidenses. Vuelve y repite su diatriba antiinmigrante, cargada de odio y racismo, dirigida especialmente a quienes provienen de los “shitholes” ubicados al sur de la frontera, a quienes presenta como una plaga de criminales, violadores, que abusan de los servicios públicos, le quitan los empleos a ciudadanos norteamericanos, y lo que es peor, votan fraudulentamente en las elecciones.

Al antiinmigrante que preside desde la oficina oval y cuya esposa, la primera dama, estuvo por algún tiempo residiendo como “illegal alien”, no le preocupa que su discurso este impregnado de inexactitudes y mentiras flagrantes, hace caso omiso de ellas, o nunca se ha dado cuenta de los numerosos estudios que refutan muchas de esas falsedades a cerca de la inmigración indocumentada. Tampoco es ajeno a los beneficios que aportan los inmigrantes indocumentados, pues él mismo se ha aprovechado de su condición, explotando la mano de obra barata que aportan y en algunos casos hasta dejando de pagarles sus salarios. Pero eso no le causa desasosiego, pues su escasa catadura moral y el mismo hecho de verse así mismo como el Master que impone su voluntad sobre otros a quienes el no ve como personas sino como subhumanos, o animales, lo hace inmune a cualquier crítica o reclamo. Para Trump es simplemente el orden natural de las cosas, el más fuerte imponiéndose sobre el más débil.

En base a ese racionamiento, Trump justifica cualquier acción emprendida contra la inmigración ilegal, sean estas, el confinamiento en auténticos campos de concentración, la separación o el arrebato de menores de edad de sus padres, el cierre de la frontera, la denegación de asilo y las amenazas de sanciones económicas a aquellos países –México y Guatemala– que rehúsen obedecer sus órdenes de impedir que los ilegales lleguen a la frontera. Las redadas y deportaciones en masa son el componente interno de las políticas antiinmigrantes con las que Trump pretende poner fin a la inmigración indocumentada.

Al acceder los gobiernos de México y Guatemala a las exigencias de Trump de detener el flujo de inmigrantes indocumentados en sus fronteras y la reciente aprobación de la Corte Suprema Justicia de Estados Unidos para que Trump pueda hacer uso de fondos del Pentágono para levantar su “esplendoroso” muro en la frontera sur, el ocupante de la Casa Blanca puede argumentar ante sus seguidores que sus promesas de cerrar la entrada a los “bad hombres”  han sido cumplidas. Habiendo logrado ese objetivo, serán las redadas y las deportaciones masivas el próximo paso lógico que dará Trump en su misión de limpiar o remover del país los millones de personas que residen ilegalmente y que representan una enorme amenaza para el bienestar de los ciudadanos (blancos) estadounidenses.

Seguramente, Trump deportará, como sus antecesores Clinton (más de 12 millones), Bush (más de 10 millones) y Obama (más de 5 millones), grandes cantidades de indocumentados, no se sabe si superará sus números, los que de acuerdo al Migration Policy Institute (MPI) en total sobrepasa los 27 millones. La cifra de deportados luce alarmante, sin embargo, al parecer y dadas las características de las deportaciones, el número de indocumentados residiendo en el país, unos 12 millones o más, es decir aquellos ya integrados o que se van integrando en el proceso cotidiano de la vida en el país, permanece más o menos estable.

La cuestión a saber es si el actual presidente estadounidense, fiel a su estilo de hacer trizas todo aquello que él ve como desventajoso para los Estados Unidos, terminará deportando a esos millones de residentes ilegales o como también suele suceder, terminará dando marcha atrás, pues las razones que han llevado a aceptar o tolerar la presencia de los indocumentados en el país, son mucho más poderosas que las promesas de campaña destinadas a ganar votos. Trump, como cualquier otro empresario inescrupuloso no ignora esa realidad. Sin embargo, la propia historia de Estados Unidos, así como los prejuicios raciales y antiinmigrantes profundamente arraigados en él son un mal augurio.






Publicado por La Cuna del Sol

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