El alivio ofrecido por el
veredicto de las urnas en el día de ayer será de poca duración. A Dilma le
esperan cuatro años durísimos, y otro tanto se puede decir acerca de Lula, su
único posible sucesor (al menos hasta el día de hoy). Una de las lecciones más
ilustrativas es la ratificación de la verdad contenida en las enseñanzas de
Maquiavelo cuando decía que por más que se le hagan concesiones los ricos y
poderosos jamás dejarán de pensar que el gobernante es un intruso que
ilegítimamente se inmiscuye en sus negocios y en el disfrute de sus bienes. Dilma
corre el riesgo de ser asfixiada por rivales cuya extrema belicosidad se hizo
patente en la campaña electoral y que no parecen muy dispuestos a esperar otros
cuatro años para llegar al gobierno.
BRASIL: VICTORIA PÍRRICA Y
DESPUÉS
Por: Atilio Borón
Difícil y angustiosa victoria de Dilma en el balotaje de ayer, la más
estrecha jamás habida en la historia brasileña, según consignan varios
periódicos en sus portales. En el balotaje del 2006 Lula derrotó al candidato
del PSDB Geraldo Alckmin por más de veinte puntos: 61 a 39 por ciento. En el
2010 Dilma doblegó en la segunda vuelta al también tucano José Serra por unos
doce puntos: 56 versus el 44 por ciento. Ayer derrotó a Aécio por apenas tres
puntos: 51.6 a 48.4 por ciento. Angustiosa e incierta no tanto por la escasa
diferencia con que derrotó a su rival como por las agónicas tres semanas de
campaña en donde, por momentos, el PT aparecía condenado a emprender un
humillante regreso al llano luego de doce años de gobierno. Y si esto estuvo a
punto de ocurrir fue más a causa de errores propios que de los méritos de su
muy conservador oponente.
Como lo hemos señalado en numerosas oportunidades, los pueblos prefieren el
original a la copia. Y si el PT hizo suya -en sus grandes líneas, aunque no en
su totalidad- la agenda neoliberal de la derecha brasileña nadie puede
sorprenderse que en una coyuntura tan complicada como la actual un
significativo sector de la ciudadanía hubiera manifestado su predisposición a
votar por Aécio. Es cierto que hubo algunas heterodoxias en la aplicación de
aquella receta, la más importante de las cuales fue la creación del programa
Bolsa Familia. Pero en lo tocante a las orientaciones económicas fundamentales
la continuidad de la tiranía del capital financiero y su reverso, la fenomenal
deuda pública del gobierno federal, unida al raquitismo de la inversión social
( ¡aproximadamente una décima parte de lo que paga por concepto de intereses de
la deuda pública a los banqueros!), la deliberada despolitización y
desmovilización popular que marcaron la gestión del PT desde sus inicios más el
retraso en el combate a la desigualdad y en atender a problemas como el
transporte público -entre tantos otros- que afectan al bienestar de las clases
y capas populares (en especial a sus grupos más vulnerables como los
afrobrasileños, los marginales de la ciudad y el campo, la juventud) terminaron
por empujar al PT al borde de una catastrófica derrota. Contrariamente a lo que
sostienen algunos de sus publicistas el “posneoliberalismo” todavía no se ha
asomado en el Planalto.
El alivio ofrecido por el veredicto de las urnas en el día de ayer será de
poca duración. A Dilma le esperan cuatro años durísimos, y otro tanto se puede
decir acerca de Lula, su único posible sucesor (al menos hasta el día de hoy).
Una de las lecciones más ilustrativas es la ratificación de la verdad contenida
en las enseñanzas de Maquiavelo cuando decía que por más que se le hagan
concesiones los ricos y poderosos jamás dejarán de pensar que el gobernante es
un intruso que ilegítimamente se inmiscuye en sus negocios y en el disfrute de
sus bienes. Son, decía el florentino, insaciables, eternamente inconformistas y
siempre propensos a la conspiración y la sedición. La tremenda ofensiva
desestabilizadora lanzada en las últimas tres semanas por los capitalistas
brasileños desde la Bolsa de Valores de Sao Paulo, por el capital financiero
internacional (recordar las más que notas arengas de The Economist, y el Wall
Street Journal, entre otros) y la potente artillería mediática de la derecha
brasileña (red O Globo, Folha, O Estado de Sao Paulo y revista Veja,
principalmente) es aleccionadora, y demuestra los equívocos en que cae un
gobierno que piensa que cediendo terreno a sus demandas logrará al fin contar
si no con la lealtad al menos con la tolerancia de los poderosos.
Dilma corre el riesgo de ser asfixiada por rivales cuya extrema belicosidad
se hizo patente en la campaña electoral y que no parecen muy dispuestos a
esperar otros cuatro años para llegar al gobierno. Por eso la hipótesis de un
“golpe institucional”, si bien muy poco probable no debería ser descartada
apriorísticamente, lo mismo que el desencadenamiento de una feroz ofensiva
desestabilizadora encaminada a poner fin a la “dictadura” petista que según la
derecha cavernícola reunida en el Club Militar estaría “sovietizando” al
Brasil.
Lo ocurrido con José Manuel Zelaya en Honduras y Fernando Lugo en Paraguay
debería servir para convencer a los escépticos de la impaciencia de los
capitalistas locales y sus mentores norteamericanos para tomar el poder por
asalto ni bien las circunstancias así lo aconsejen. Para no sucumbir ante estos
grandes factores de poder se requiere, en primer lugar, la urgente
reconstrucción del movimiento popular desmovilizado, desorganizado y
desmoralizado por el PT, algo que no podrá hacerlo sin una reorientación del
rumbo gubernamental que redefina el modelo económico, recorte los irritantes
privilegios del capital y haga que las clases y capas populares sientan que el
gobierno quiere ir más allá de un programa asistencialista y se propone
modificar de raíz la injusta estructura económica y social del Brasil. En
segundo término, luchar para llevar a cabo una auténtica reforma política que
empodere de verdad a las masas populares y abra el camino largamente demorado
de una profunda democratización.
El Congreso brasileño es una perversa trampa dominada por el agronegocio y
las oligarquías locales (253 miembros del Frente Parlamentario de la
Agroindustria, que atraviesa casi todos los partidos, sobre un total de 513)
producto del escaso impulso de la reforma agraria tras doce años de gobierno
petista y las interminables piruetas políticas que tuvo que hacer para lograr
una mayoría parlamentaria que sólo se destraba desde la calle, jamás desde los
recintos del Legislativo. Pero para que el pueblo asuma su protagonismo y
florezcan los movimientos sociales y las fuerzas políticas que motoricen el
cambio –que ciertamente no vendrá “desde arriba”- se requerirá tomar decisiones
que efectivamente los empoderen. Ergo, una reforma política es una necesidad
vital para la gobernabilidad del nuevo período, introduciendo institutos tales
como la iniciativa popular y el referendo revocatorio que permitirán, si es que
el pueblo se organiza y concientiza, poner coto a la dictadura de caciques y
coroneles que hacen del Congreso un baluarte de la reacción.
¿Será este el curso de acción en que se embarcará Dilma? Parece poco
probable, salvo que la irrupción de una renovada dinámica de masas precipitada
por el agravamiento de la crisis general del capitalismo y como respuesta ante
la recargada ofensiva de la derecha (discreta pero resueltamente apoyada por
Washington) altere profundamente la propensión del estado brasileño a gestionar
los asuntos públicos de espalda a su pueblo. Esta es una vieja tradición
política, de raíz profundamente oligárquica, que procede desde la época del
imperio, al promediar el siglo diecinueve, y que ha permanecido con ligeras
variantes y esporádicas conmociones hasta el día de hoy.
Nada podría ser más necesario para garantizar la gobernabilidad de este
nuevo turno del PT que el vigoroso surgimiento de lo que Álvaro García Linera
denominara como “la potencia plebeya”, aletargada por décadas sin que el
petismo se atreviera a despertarla. Sin ese macizo protagonismo de las masas en
el estado éste quedará prisionero de los poderes fácticos tradicionales que han
venido rigiendo los destinos de Brasil desde tiempos inmemoriales. Y su
consecuencia sería desastrosa no sólo para ese país sino para toda Nuestra
América porque tanto Aécio como el bloque social y político que él representa
no bajarán los brazos y no cejarán en sus empeños para “desacoplar” a Brasil de
América Latina, liquidar a la UNASUR y la CELAC, promover el TLC con Estados
Unidos y Europa y el ingreso a la Alianza del Pacífico y erigir un “cerco
sanitario” que aísle a Cuba, Bolivia, Ecuador y Venezuela del resto de los
países de la región. Un programa, como se comprueba a simple vista, en sintonía
con la prioridad estratégica fundamental de Estados Unidos en la turbulenta
transición geopolítica global que no es otro que regresar América Latina y el
Caribe a la condición en que se hallaban la noche del 31 de Diciembre de 1958,
en vísperas del triunfo de la revolución cubana.
Es que cuando el imperio ve peligrar sus posiciones en Medio Oriente, en
Asia Central, en Asia Pacífico e inclusive en Europa su reflejo inmediato es
reforzar el control sobre lo que tanto Fidel como el Che caracterizaron como su
retaguardia estratégica. Es decir, nosotros. Lo hizo en la década de los
setentas, cuando era socavado por el efecto combinado de la crisis del
petróleo, la estanflación y las derrotas en Indochina, principalmente Vietnam.
En aquella coyuntura su respuesta fue instalar dictaduras militares en casi
toda América Latina y el Caribe. Y tratará de hacerlo nuevamente ahora, cuando
su situación internacional está mucho más comprometida que en aquel entonces.
Publicado por LaQnadlSol
USA.
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