No puedo entender el
genocidio guatemalteco sin pensar en el olor.
En eso que molesta a los estudiantes del colegio de Liniers de los
compañeros bolivianos. Si en un barrio
limítrofe de la Capital Federal, un grupo de estudiantes se molesta por el olor
de los hermanos bolivianos, qué les pasaría a los ladinos guatemaltecos al ver
las mujeres mayas con sus polleras de colores? Por eso, escribí estas líneas
inspirado en el olor de la papaya que trajo mi verdulero boliviano. Y no puedo
terminar sin recordar a mi hermano guatemalteco asesinado en 1984 con quien
estudié en Moscú en 1970, a su memoria dedico estas líneas que buscan convencer
que hay mucho que aprender del genocidio guatemalteco. En memoria de Pedrito.
EL OLOR DE LA PAPAYA MADURA
Por José Ernesto Schulman
para Rosa, Luis y Francisco
en memoria de Pedrito
Es extraño como los olores pueden
ordenar la memoria y los afectos.
En el centro clandestino La Cuarta, un compañero se salvó de otra paliza
por el mal olor de sus zapatillas.
Resulta que como no lo dejaron ir al baño por varios días terminó
cagando en una de sus zapatillas pensando en limpiarla la primera vez que
accediera al agua; pero lo llamaron al rato para “interrogarlo” y por más que
quisieran los tipos no se bancaron el olor a mierda que él despedía y lo
despacharon en mucho menos tiempo de lo que habían pensado. Y con ello se salvó de algunos cientos de
kilovatios, patadas y otras delicias de la Inteligencia en acción.
Fue cuando el Mono me contó eso que caí en la cuenta que el olor es una
categoría política.
Hay olor a pobre, hay olor a indio, y también olor a viejo.
Hace unos años tuve un encuentro con estudiantes de un colegio secundario
de la zona de Liniers, muy cerca de la cancha de Vélez Sarfield. El tema era la diversidad cultural y yo les
conté la historia de la dominación americana por parte de los españoles, los
ingleses y los yankees, y de la construcción de la discriminación contra los
que se busca doblegar, dominar. Costó bastante pero al final logré establecer
un dialogo bastante sincero con los muchachos y muchachas. Reconocieron que les
molestaban los migrantes de los países vecinos, particularmente los bolivianos.
Y de los jóvenes bolivianos les molestaba el olor a ser humano. Es decir, el
olor de las personas que no usan desodorante ni perfumes como la mayoría de los
argentinos, sean pobres o ricos.
Por eso en nuestra memoria los olores ordenan imágenes y recuerdos,
placeres y dolores y es que los olores
no son neutrales. Como casi todo en la vida.
Hoy al salir de casa, en la
verdulería del boliviano Andrés había un cajón de papayas maduras. Y para mi,
desde hace unas semanas, el olor de la papaya me lleva a Guatemala. A su
mercado frente a la catedral y a la mesa de Rosa en el desayuno. La papaya me
hace pensar en esas mujeres vestidas con sus ropas, las que ellas mismas hilan
y cosen, multicolores y hermosas. En la selva y la cultura maya. En la gloria
de aquella civilización que en el siglo VII creó una ciudad de 80 mil
habitantes donde hoy solo hay selva y construyó un calendario más preciso que
cualquier otro de la antigüedad. Pero la papaya, dulce y cremosa, me remite a
la tragedia guatemalteca, esa que casi no conocemos por esa manía argentina de
ser los mejores y los más grandes del mundo. En el futbol, en el teatro y hasta
en el sufrimiento por el terrorismo de Estado. El justo orgullo por las
conquistas en la lucha por la verdad, la memoria y la justicia a veces se
transforman en un nacionalismo de pacotilla que
puede llegar a ignorar los otros genocidios y que de tanto mirar al
pasado no puede ver el presente. Digo, no ven a los más de 9500 presos
políticos colombianos ni a los perseguidos/estigmatizados/asesinados de
Paraguay, Honduras o Guatemala. Los
procesos genocidas que se perpetúan en la impunidad y se continúan en el
asesinato selectivo y constante de los dirigentes populares que pretenden
cuestionar el dominio omnímodo de un bloque social que contiene a los viejos
oligarcas y las más modernas empresas transnacionales junto a los militares e
intelectuales que sostuvieron aquellos años del lobo.
En Guatemala perpetraron un
Genocidio. Destruyeron varios grupos de
modo tal que la sociedad toda perdió su identidad en formación. Esa que se
intentó democrática y plural en el corto periodo que va desde la destitución
del Dictador Ubico y el comienzo de la Revolución en Octubre de 1944 hasta el
Golpe de Estado organizado y protagonizado por la CIA y los grupos fascistas en
1954 contra Jacobo Arbenz quien había intentado la Reforma Agraria, la
legalización de los partidos políticos (incluido el comunista Partido
Guatemalteco del Trabajo), el fin de la servidumbre y el trabajo obligatorio de
los indios en las plantaciones de café, tabaco y banana, la autonomía de la
Universidad San Carlos y algunas otras pocas reformas democráticas y
anticolonialistas desde una mirada lejana y desde el siglo XXI. Pero en los
cincuenta, la combinación del racismo brutal heredado de la Inquisición
Española y el predominio del pensamiento anticomunista en la versión patológica
y paranoica que generó el Macartismo en los EE.UU. de los años del comienzo de
la Guerra Fría, generó una mirada sobre Arbenz y sus pocos amigos comunistas
desproporcionada y que disparó la preparación del segundo golpe en forma que
preparó la CIA (el 1º fue en Irán en 1953 para voltear el Primer Ministro Mohamed Mossadeq) articulando todo tipo de
medidas: económicas, diplomáticas, militares y de acción psicológica que contó
con radios clandestinas (como la que luego montarían contra la Cuba
revolucionaria) y una invasión armada de mercenarios sostenidos por la CIA en
un formato que se consolodiría en un “clásico” para la CIA. El primero en asumir el gobierno dictatorial
fue el fascistal Coronel Carlos Castillo Armas que volteó todas las reformas
democráticas y lanzó la persecusión contra comunistas y partidarios de Arbenz,
gobernó desde julio de 1954 a julio de 1957 fecha en que fue asesinado para que
el Coronel Luis Arturo González López asumiera el gobierno hasta octubre del
mismo año en que asumió el Coronel Guillermo Flores Avendaño hasta marzo del
siguiente año en que asumió un General, José Miguel Ramón Ydigoras Fuentes que
duró hasta marzo de 1963 en que otro golpe lo desplazó por Alfredo Enrique
Peralta Azurdia que solo gobernó hasta que en julio otro Golpe llamó a
“elecciones” para que un civil Julio Cesar Méndez Montenegro, luego de firmar
un Pacto Secreto de subordinación al Ejercito, asumiera hasta 1970 en que lo
reemplazó otro General, Carlos Arana Osorio hasta 1974 para dejar paso al
General Kjell Eugenio Laugerud García que duró hasta 1978 en que otro General,
Fernando Romeo Lucas García lo hace hasta que en 1982 asume el más brutal de
los genocidas, acaso el más conocido por sus masacres, el General Efraín Ríos
Montt que aunque solo gobierna 16 meses ejecuta las más extendidas y masivas
masacres contra la insurgencia y los pueblos mayas (20 mil asesinatos o
desapariciones forzadas, 324 masacres, 600 comunidades de pueblos originarios
destruidas y unos 90 mil refugiados internos que se suman al millón de
desplazados. Ríos Montt fue desplazado por otro golpe de estado que puso a
Oscar Humberto Mejía Victores quien sancionó una nueva Constitución y llamó a
elecciones para que ganara un democristiano, Virginio Cerezo en 1986 y diera
comienzo a la “transición” hacia el convenio de paz que se firmaría en
1997. Si pensamos que los españoles
aplastaron la cultura maya y que la Independencia de 1821 agravaría las
condiciones de vida de los pueblos originarios al abolir algunas
“capitulaciones reales” que daban un mínimo pero real espacio de autonomía en
los pueblos de indios; y si desde 1871 en adelante solo habrá gobiernos
autoritarios, racistas hasta el paroxismo comprenderemos la extrema importancia
que tienen esos diez años que los guatemaltecos llaman la Revolución: entre
1944 y 1954; y si pensamos que lo primero que hace Castillo Armas, el hombre de
la CIA para el golpe es anular la Reforma Agraria que había afectado la United
Fruit Company (cuyo presidente era hermano del vicepresidente de los EE.UU.),
la autonomía de la Universidad San Carlos y anular el derecho al voto a los
analfabetos que eran al menos dos tercios de los pueblos originarios, nos
estaríamos acercándonos al meollo de la cuestión.
En Guatemala hubo un Genocidio. Doscientos mil muertos. Cuarenta y cinco
mil desaparecidos. Se exterminó la insurgencia en varias oleadas represivas
cada vez más brutales y masivas. La
primera oleada aplastó la sublevación armada de las Fuerzas Armadas Rebelde
conformada por militares partidarios de la Revolución del 44 con apoyo
comunista; luego se aplastó el movimiento social a finales de los 70 y la nueva
ofensiva guerrillera de 1981/1982 del Ejercito Guerrillero de los Pobres y de
la Organización Revolucionaria del Pueblo.
También se aplastó casi hasta la
desaparición del Partido Guatemalteco del Trabajo (comunistas), de la
Organización Revolucionaria del Pueblo (ORPA) y del Ejercito Guerrillero de los
Pobres quienes en 1982, en el momento de cénit de la lucha guerrillera se
habían agrupado en la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca. Se aniquiló el movimiento sindical,
estudiantil y campesino de modo tal que algunas organizaciones actuales como la
Asociación de Estudiantes Universitario (AEU) portan el nombre de lo que fueran
organizaciones de combate, cuyos dirigentes fueron asesinados como el caso más
notorio de Oliverio Castañeda de León (1978), pero no tienen relación alguna
con aquella lucha. El método de de enfrentar el desafío revolucionario fue el
del exterminio total. En 1965, solo dos
años después del comienzo de las acciones de resistencia armada impulsadas por
las Fuerzas Armadas Rebeldes creadas en 1963 por oficiales partidarios de
Arbenz en acuerdo con los comunistas, el Ejercito secuestró el Comité Central
completo del PGT y lo asesinó: 28 compañeros.
Ese fue el estilo hasta el final. Secuestro del Comité Central
Confederal de la Central de los Trabajadores y todos asesinados. Ocho de los
diez primeros organizadores de Famdegua (organismo similar a Madres o a
Familiares de Argentina) asesinados de manera salvaje, todos torturados
incluidos niños de tres años que aparecían con los dedos mutilados. La
dimensión del exterminio de la izquierda no se puede separar de la
subordinación económica, política y cultural de las elites guatemaltecas a los
EE.UU. y de la visión anticomunista paranoica que prima allí en los
cincuenta. El Genocido es incomprensible
sin pensar el impacto del triunfo de la
Revolución Cubana y el fracaso de la invasión de Playa Girón en los
sesenta. Y para nada es casualidad que
Ríos Montt aparezca en 1982 ,solo tres años después del triunfo de la
Revolución Sandinista en la cercana Nicaragua.
Solo desde la dimensión continental de la Operación de Contrainsurgencia
se puede entender el Genocidio en toda América Latina y también en
Guatemala. Un genocidio que posiblemente
comenzó justamente con el golpe contra Arbenz en 1954 y prosiguió hasta el fin
del conflicto armado en la misma Guatemala en 1997 cuando los yankees se creen
que la victoria en la Guerra Fría ha eliminado el comunismo, las ideologías y
hasta el campo de las reformas socialdemócratas. Igual que el Paraguay de
Stroessner, el máximo orgullo de los militares y las elites chiapinas era
proclamarse campeones del anticomunismo. Valga pues, una mirada de
reconocimiento y valoración hacia todos los que sostuvieron el ideal
revolucionario en Guatemala en condiciones tan extremas pero valga un
reconocimiento especial a esos pocos cientos de militantes del Partido
Guatemalteco del Trabajo que mantuvieron la bandera del comunismo en alto a
pesar de la histeria anticomunista.
Recordemos por ahora al fundador del Partido, José Manuel Fortuny y el
nombrado Oliverio Castañeda de León, militante de la Juventud Patriótica
Guatemalteca.
En Guatemala hubo un genocidio.
Doscientos mil muertos y cuarenta y cinco mil desaparecidos. Pero de ellos,
tres de cada cuatro pertenecían a los pueblos originarios. En Guatemala hubo
dos genocidios si se quiere decir de esta manera: uno, el mismo que se extendió
hasta la Patagonia chilena y argentina en el sur del continente, contra todos
aquellos que proponían superar el capitalismo y constituían un escollo serio al
nuevo modelo de desarrollo capitalista que se buscaba imponer desde Washington
y las oligarquías locales; y otro un Genocidio étnico, una limpieza racial que
buscaba completar lo que el Español no terminó en el siglo XV: liquidar los
pueblos mayas, borrarlos del mapa social y geográfico. Porque molestaban para el despliegue de algunos emprendimientos
mineros, enérgeticos o agrarios (molestía que persiste y explica el nivel de
represión hacia los pueblos originarios de estos días), pero sobre todo por
racismo, por la intolerancia hacia el
llevada a la locura de asesinar miles y miles de mujeres, de partir las
cabezas de los niños para que corra la sangre como agua hacia el mar, de
esclavizar mujeres como esclavas sexuales por años o niños como sirvientes. Sin
ese componente racista no se puede entender la decisión de exterminar toda
comunidad que hubiera entrado o que ellos pensaran que había entrado en
relación con la insurgencia.
Digo, no puedo entender el genocidio guatemalteco sin pensar en el
olor. En eso que molesta a los
estudiantes del colegio de Liniers de los compañeros bolivianos. Si en un barrio limítrofe de la Capital
Federal, un grupo de estudiantes se molesta por el olor de los hermanos
bolivianos, qué les pasaría a los ladinos guatemaltecos al ver las mujeres
mayas con sus polleras de colores? Por eso, escribí estas líneas inspirado en
el olor de la papaya que trajo mi verdulero boliviano. Y no puedo terminar sin
recordar a mi hermano guatemalteco asesinado en 1984 con quien estudié en Moscú
en 1970, a su memoria dedico estas líneas que buscan convencer que hay mucho
que aprender del genocidio guatemalteco. En memoria de Pedrito.
Dicen que debajo de esa bandera
dentro de ese pequeño cajón,
están los huesos de Pedro.
Dicen
que su hija menor,
que creció sin conocer la historia
tomó la bandera de su padre
y la puso sobre la caja de madera
donde reposan
los huesos de Pedro.
Dicen
que cuando lo atraparon
manoteo su 38 y opuso resistencia
cumpliendo con aquella promesa
de una tarde de nieve
cerca de la Plaza Roja
doce años antes de aquel instantes
Entonces,
gritó seremos como el Che
o al menos,
corregí yo, como el Che
quería que fueramos
Dicen
que lo mataron
a los veinticuatro días:
o sea, el 29 de marzo
de 1984
Así escribieron los militares
guatemaltecos
tan prolijos como todo
militar latinoamericano
en eso de asesinar
militantes
Dicen y dicen
porque yo no lo vi más
desde aquella tarde de nieve
No lo vi
cuando cruzaba fronteras
con nombre falso
y bigote recortado
No lo vi
cuando entró a su
Guatemala
y se puso a pelear
justo cuando aquí
caían dictadores y volaban
Allendes por el cielo
No lo vi
cuando volvió a cambiar de nombre
tantas veces que ni él se acordaba quien era
Pero ahora recuerdo
que aquel 29 de marzo de 1984
me tomé un par de vinos
con el Tito, el Carlos y el Tato
que eran buenos
en eso de ponerle al pueblo
uniforme de pueblo,
y salir a pasear con las banderas
en alto.
Banderas como esas
que la niña de Guatemala
criada en el país de los gringos
dobló con amor
para poner sobre la caja
de los huesos de su padre
Mi amigo guatemalteco
perdido en la noche,
que recuerda la culpa de estar vivo
y no ser, como él,
un puñado de huesos
dentro de una caja
bajo una bandera
Publicado por LaQnadlSol
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