Este sistema dominado por
dos partidos políticos, Republicano y Demócrata, completamente alineados con
los intereses de las clases capitalistas dominantes, no permite, por mucho que
se hable de las bondades de la democracia norteamericana, la creación o
existencia de un tercer partido que desafié y ponga en peligro el dominio
político ejercido por estos dos partidos de la dictadura burguesa
estadounidense.
LA DEMOCRACIA EN EE.UU, LA PERFECTA
DICTADURA CAPITALISTA
Son muchos los que se asustan cuando escuchan hablar de la dictadura del
proletariado, les causa pánico, eso, que otros tantos que buscan posicionarse
dentro de la estructura del capitalismo vigente como izquierda progre,
desestiman como un anacronismo al igual que la lucha de clases, pues aducen que
bajo las actuales formas del capitalismo contemporáneo esos conceptos
marxistas-leninistas son cosas del pasado y por lo tanto es mejor optar por
otra vía pacifica, elecciones y cuanta vaina sea posible, pero siempre y cuando
no moleste o busque trastornar, ni mucho menos derribar, el edificio
político-ideológico levantado por la clase dominante, la burguesía capitalista y
su dictadura democrática.
En Estados Unidos, quizás el ejemplo más destacado de la dictadura del
capitalismo democrático, que de
democrático no tiene nada, se acaban de celebrar las llamadas elecciones del
medio término que tienen lugar a mitad de cada periodo presidencial de 4 años. Con
ellas se busca reemplazar o reafirmar en sus puestos a una gran cantidad de
funcionarios electos tanto a nivel local como nacional, entre estos figuran los
miembros de ambas cámaras del Congreso de los EE.UU, que posee como
característica sobresaliente el ser un auténtico club de millonarios. Las
elecciones del congreso son consideradas las más cruciales porque según la bien
orquestada campaña publicitaria marcaran un nuevo rumbo en la implementación de
las políticas del Estado a nivel nacional como también en el plano
internacional.
Pero estas elecciones, como todas las que se realizan, tienen como
finalidad la continuación del sistema hegemónico capitalista sobre toda la
población estadounidense. Las alternativas para un verdadero cambio democrático
están vedadas por la existencia de un sistema bipartidista que históricamente
ha compartido el poder de forma ininterrumpida y sin oposición. Este sistema
dominado por dos partidos políticos, Republicano y Demócrata, completamente
alineados con los intereses de las clases capitalistas dominantes, no permite,
por mucho que se hable de las bondades de la democracia norteamericana, la
creación o existencia de un tercer partido que desafié y ponga en peligro el
dominio político ejercido por estos dos partidos de la dictadura burguesa
estadounidense. De esta manera el electorado estadounidense es restringido en
sus aspiraciones por una verdadera democracia al no tener más opciones que los
dos únicos partidos existentes, que en lo fundamental, se esfuerzan en mantener
el estatus quo en beneficio de los grandes intereses económicos, los cuales de
principio a fin controlan todo el proceso de elecciones.
La derrota del partido Demócrata del presidente Obama a manos del partido
Republicano en estas últimas elecciones, caracterizadas por un alto
abstencionismo, para nada representan un cambio substancial en la dirección del
país. De acuerdo a un notable paleoconservador norteamericano: “Los Estados
Unidos están votando por otro cambio de liderazgo y dirección. Pero ¿qué rumbo
desea tomar? ¿Y quién desea que lo guie? El país está votando en contra de Obama, pero
¿votando para qué?”.
Es obvio que el electorado norteamericano ha sido despojado de toda opción
de cambio democrático, vota por el cambio sin cambiar nada, tal y como ha sido
diseñado por el sistema que utiliza al bipartidismo como su herramienta
predilecta para mantener su dictadura en pie.
Y claro que hay desilusión entre una gran mayoría del público con este sistema
que privilegia los intereses de una reducida minoría sobre los suyos, sin
embargo, les parece inamovible, inexpugnable, y que no encuentra mejor método de
enfrentarlo, que la apatía y el abstencionismo (más del 60%), pero esta manera
de protesta silenciosa no es más que sumisión y, a la dictadura capitalista le
gusta así. Una cifra de abstencionismo tan alta como esa, para una democracia
como la presumida por los EE.UU, es un bochorno que deslegitima cualquier
pretensión de un gobierno de las mayorías. Pero la elite burguesa capitalista
que gobierna, que es muy astuta y descarda, sabe cómo legitimar esa gran
contradicción en su democracia arguyendo que equivale a un mandato para
gobernar. Ese mandato proviene de los miles de millones de dólares, 4,000 en
esta última elección, que la clase capitalista dueña de la mayor parte de la
riqueza invierte en todo el proceso electoral.
En el sistema bipartidista norteamericano, que en realidad funciona como un
solo partido, pues las diferencias entre ambos son de forma y no de contenido, las
cantidades o los porcentajes de votos obtenidos únicamente sirven para acentuar
ante los ojos del mundo la imagen -falsa- de una democracia vibrante en la que
los votantes acuden a las urnas para decidir el rumbo por el que el país debe
transitar. Pero en realidad el voto popular no cuenta por la sencilla razón de
que quien debe gobernar y que intereses servir ya ha sido decidido de antemano
por el poder establecido, y que nada tiene que ver con responder a las
necesidades de la clase trabajadora y del pueblo en general.
Un ejemplo de que el voto popular no cuenta en Estados Unidos, es la forma
como G.W. Bush se hizo con la presidencia en el 2000. En esa elección la Corte
Suprema de Justicia le entregó a Bush la presidencia aun cuando había sido
derrotado por medio del voto popular por el contendiente del partido Demócrata.
Nadie protestó el fraude, esa actitud antidemocrática de flagrante violación a
la voluntad popular expresada, ni el candidato ganador, ni el pueblo. Los
representantes de la elite capitalista lo celebraron como una muestra de la
madurez política del pueblo y de la democracia estadounidense.
En el 2002, Barack Obama fue hábilmente encumbrado en la presidencia a
través de una masiva y costosa campaña publicitaria, el eslogan del “cambio”
estampado en la figura del primer hombre negro que llegaría a ser el presidente
de la nación más poderosa del planeta, funcionó a la perfección, creando grandes
ilusiones y esperanzas entre el público que anhelaba un nuevo rumbo, y por
sobre todo, la presencia de un líder que rescatara al país de la crisis
económica que a esa alturas golpeaba con fuerza y amenazaba con dañar aún más
su situación económica que ya venía sufriendo a causa del desempleo y los
recortes a los programas sociales, resultantes de las políticas neoliberales
implementadas por las administraciones pasadas. Pero el cambio no llegó, se
evaporó inmediatamente.
El hombre que encarnaba el cambio llegó al poder con su partido, el
demócrata, dominando ambas cámaras del congreso, con el capitalismo financiero
y el paradigma neoliberal en harapos, y con el apoyo del voto mayoritario que
lo había elegido para trazar un nuevo rumbo. El cambio significó: rodearse con
los mismos demagogos neoliberales y mercenarios de la industria financiera que
habían sido los causantes del viraje hacia la derecha durante el gobierno de
Clinton. El rumbo se había fijado, y los demócratas en el congreso gustosamente
se decantaron por la misma ideología y las políticas económicas que originaron
la catástrofe que Obama “heredó” de su antecesor republicano.
Lo anterior sintetiza la naturaleza o la esencia demoniaca del capitalismo
democrático existente en los EE.UU en el que las elecciones son su fachada
democrática, y el voto ciudadano le sirve para legitimar la expropiación de la
riqueza producida por la clase trabajadora ejecutada por la voraz burguesía
capitalista que, a través de la existencia de sus dos partidos ideológicamente
afines, ha establecido una perfecta dictadura, un monopolio del poder de una
clase, el 1% más rico, sobre la que menos tiene, el 99%.
Publicado por LaQnadlSol
USA.
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