(…) Por todo eso y mucho más, hoy sentí un
terrible dolor cuando encontré en la
calle una bolsa de plástico llena de panes viejos…
P A N
Bread Vendor (Daniel "Leo" Glasgow) |
Por Manuel José Arce
Pocas cosas tan hermosas en el mundo, como el
pan.
Y el pan es hermoso porque es sencillo, humilde
y necesario. De tan cotidiano nos
olvidamos con frecuencia de él. Llega a
nuestra mesa con paso de exactitud. Lo vemos, lo palpamos y lo ponemos a
trabajar: a que reconstruya nuestra vitalidad,
a que substituya las células que murieron en nuestro cuerpo, a que
construya nuestra vida.
Y por sencillo, trabajador y humilde, el pan
es, también, noble.
“Contigo, pan y cebolla”. “A buena hambre no
hay mal pan”. “Fulano es más bueno que un pan”. “Pan y circo”. “El amargo pan
del exilio”. “Regáleme un centavito para un mi pan…”. Siempre el pan
imprescindible.
Las panaderías no deberían tener propietario.
Los panaderos deben sentirse artistas, sacerdotes, médicos. No hay pan tan
sabroso como el que se comparte. ¿Quién
puede definir el sabor del pan? ¿Y qué sabor hay que no vaya bien con el del
pan?
En la dimensión metafísica y metafórica, hay
dos acepciones admirables, consagratorias para el pan: la una, del catolicismo
universal; la otra, del lenguaje popular local. Las dos, acertadas y definitivas.
Para la Iglesia Católica, el pan consagrado es el cuerpo de Cristo, la
materialización de la idea de Dios. Se habla de él como el alimento de la vida
eterna, el alimento de la eternidad en una hermosa concepción teofágica, que,
de tan espiritual, llega a ser un culto a la materia. El pan es, pues, para los
católicos, el símbolo de la vida terrenal: se le consagra para que trascienda a
la eternidad.
Otra comparación -salvando las distancias- es la que
espontáneamente hace mi pueblo cuando llama “Pan” al sexo de la mujer, fuente
de la vida, recinto de amor, molde de la eternidad. Como todas las
denominaciones que el sexo tiene en el lenguaje popular, ésta (acaso la más
justa y noble) es motivo de superficial picardía, de tontas y púdicas sonrisas,
de chiste y broma. Pero mi pueblo
-pueblo de millares de poetas que no saben que lo son- tuvo su más esclarecido acierto con ese apodo
cariñoso.
Puede decirse que el pan es tan noble y vital
como el sexo de la mujer o que el sexo de la
mujer es tan noble y vital como el pan. Y al usar la metáfora, estamos
poniendo en ella muchas cargas de similitudes afectivas distintas: el pan de la
madre, el de la mujer amada. Y aquí, la materia se nos empieza volver espíritu.
Por todo eso y por mucho más, hoy sentí un
terrible dolor cuando encontré en la calle una bolsa de plástico llena de panes
viejos. Sentí el impulso de darles cristiana sepultura, de llorar su muerte, de
lamentar públicamente el criminal desvío de la vocación de aquellos pobres
panes que asesinados por la abundancia de unos, no pudieron llegar al hambre de
otros. Sentí -lo confieso- rencor, resentimiento, rabia, por el hambre
de tantos niños, por el pan del sexo de tantas madres que tienen que profanar
con el comercio ese otro pan sagrado, el de su carne y su vida, para obtener el
de harina para sus hijos. Sentí ira contra quien dejó morir aquellos panes
que -¡sin duda!- había arrebatado de otras bocas, por medio de
las mil maneras de robar que tiene nuestra manera de vivir.
Y pienso que algún día ese pobre y esclavizado
prisionero -el pan- habrá de ser libre.
Publicado por LaQnadl Sol
CT., USA.
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