domingo, 18 de agosto de 2013

LA HERMANDAD MUSULMANA HA SIDO APLASTADA


Lo que sucedió después del golpe militar en Egipto que derrocó al gobierno de Mursi no fue más que la estrategia de los militares golpistas apoyados en este este esfuerzo por liberales, secularistas, salafistas, e irónicamente, por sectores de  la izquierda, de aplastar a la Hermandad Musulmana.


EN EGIPTO LA HERMANDAD MUSULMANA
HA SIDO APLASTADA, LA REVOLUCIÓN FUE UNA ILUSIÓN


Durante los primeros días de los levantamientos espontáneos contra la dictaduras que tuvieron lugar en el mundo árabe y que hasta le fecha siguen causando zozobra en esa conflictiva zona del mundo, en variados foros de la izquierda se discutía sobre la naturaleza de estos levantamientos; ¿eran revoluciones, estrictamente hablando, que buscaban el suplantamiento del orden actual afín a los intereses de dominación capitalista, por uno diferente que acabara de raíz con el viejo orden? O ¿eran la farsa capitalista burguesa de las llamadas “revoluciones de colores”, las que desde su incepción van inoculadas con el germen de la cooptación que, al final no van a cambiar nada?  Aunque haya quienes siguen creyendo que, como en el caso particular de Egipto, la revolución con todos sus contratiempos -golpes militares que derrocan a un gobierno legitimado en las urnas- lo que necesita es tiempo para resolver todas sus contradicciones y materializarse, los sucesos que han rodeado al levantamiento egipcio desde sus mismos inicios no dan para creer que alguna vez existió algo llamado revolución.

En “islamismo, democracia y revolución, el respetado filósofo y arabista, Santiago Alba Rico, habla de los casos en lo que podemos hablar de “revolución”:

- Cuando una mayoría social, con intereses diversos o no e incluso sin un programa político, derroca una dictadura.

- Cuando un programa político de transformaciones radicales, mediante las armas o no y con el apoyo de una mayoría social, se impone sobre una “democracia burguesa”.

De acuerdo a Alba Rico, “en Egipto hubo una revolución en 2011 en el primero de los sentidos. No ha habido hasta el momento ninguna revolución en el segundo de los sentidos. Y el caso ahora del derrocamiento de Mursi no encaja -es evidente- en ninguna de las dos definiciones. No había ninguna dictadura que derrocar en Egipto (sino una limitada “democracia burguesa”) y no hay ningún programa político de transformaciones radicales en juego, al menos apoyado por la mayoría de la plaza. Cuando son las armas de un ejército fascista las que derrocan una “democracia burguesa”, eso se llama -técnica y políticamente- “golpe de Estado”. Si millones de personas, incluso muchas de ellas revolucionarias en el primer sentido del término, piden un golpe de Estado, no por eso deja de ser un golpe de Estado. Si miles de personas en la plaza no quieren la intervención del ejército -porque son revolucionarias también en el segundo sentido del término- su voluntad queda completamente anulada por el golpe de Estado. Un ejército fascista que destituye y secuestra a un presidente electo, que suspende la constitución y disuelve el parlamento, que detiene a los dirigentes del partido mayoritario, cierra sus televisiones y dispara sobre sus partidarios, está dando un golpe de Estado. Si lo apoya mucha gente, lo tiene más fácil. Si lo apoya además la izquierda y lo llama “revolución”, entonces lo tiene facilísimo.

Indudablemente, Santiago Alba Rico, quien tiene su residencia en Túnez en donde se está llevando a cabo un proceso político con alguna semejanza al egipcio, es un hombre que sabe muy bien lo que opina y merece toda la credibilidad y respeto. En Egipto, cuando las masas -con interese diversos- salieron a las calles, concentrándose en la Plaza Tahrir para exigir la renuncia del dictador Mubarak, el ejército que sostuvo y se benefició del largo régimen dictatorial, inmediatamente se puso del lado de los manifestantes  quienes exaltadamente coreaban, “el ejército y el pueblo van de la mano”. Pero lo que en realidad sucedió fue que, el ejército nunca estuvo del lado de los alzados, actuó engañosamente para proteger sus propios intereses y los de la burguesía proclive a los intereses de occidente. El ejército egipcio dominado desde siempre por los viejos allegados al decrepito Mubarak, fue el que en su fase temprana arteramente decapitó a la incipiente revolución. De la mano reaccionaria del ejército, la contrarrevolución se hizo presente inmediatamente acabando de tajo con la ilusión revolucionaria, cuya semilla, apenas terminó de germinar, pues la contrarrevolución militar la mató.

Luego de ese episodio, todas las fuerzas de la reacción, locales y foráneas, girando alrededor del ejército procedieron a montar el juego de la farsa de la democracia electoral, que legitimaría o mantendría intacta, bajo la máscara democrática, las viejas estructuras del poder burgués dominante, apuntalado por la institución militar que siempre ha cumplido un papel central en la dirección del Estado y, como dice Alba Rico, “administra directamente, con procedimientos semimafiosos, la mitad de la economía del país”. Lo que vendría después no sería más que el principio del fin de la Hermandad Musulmana.

Como resultado del proceso electoral democrático, controlado por los militares, los Hermanos Musulmanes, como la fuerza político-religiosa mejor organizada de Egipto no tuvo mayores inconvenientes en llegar al poder por medio del voto popular. Pero los Hermanos Musulmanes, que fueron renuentes a ser parte del levantamiento anti Mubarak y quienes además dijeron que no serían parte del proceso electoral, o mejor dicho que no querían gobernar, al llegar al poder, y como lo observa Alberto Cruz en excelente artículo que vale la pena leer, “cometieron muchos errores pero uno, crucial, fue el intento de copar en poco tiempo todos los sectores de poder en Egipto, con lo que se enfrentó al mismo tiempo con militares, liberales y salafistas (financiados por Arabia Saudita). Es de suponer que esta afirmación se entienda a la primera al ver cómo estos tres sectores han coincidido en el apoyo al golpe cuando, aparentemente, los HM y los salafistas comparten los mismos intereses islámicos, como se puso de manifiesto en el año de gobierno de los HM.

Otro error y no menos importante de la HM, señalado por Cruz, es que “pese a ser unos “hijos” de los intereses de Occidente en la zona –de forma especial de EEUU, con quien mantenían unas excelentes relaciones desde 2007- comenzaron a caminar en solitario intentando controlar todo el marco árabe donde se han producido revueltas: Túnez, Libia, Egipto, Líbano, Jordania y Siria. Fue aquí donde encontraron su primer freno: Arabia Saudita. Se dice que el embajador saudita en El Cairo presionó todo lo que pudo para evitar el triunfo de Mursi en las elecciones de 2012, lo que tiene sentido si se tiene en cuenta que Arabia Saudita fue el primer país en saludar el golpe militar y en felicitar al presidente interino”.

Claramente los militares conjuntamente con las demás fuerzas opositoras -con intereses diversos- enemigas del gobierno de Mursi, pusieron todos los obstáculos posibles para hacerlo fracasar lo que al final lograron conjurando una revuelta popular masiva que culminó con el golpe de Estado de la fuerzas armadas que depuso al gobierno que había sido el producto de la voluntad popular de los egipcios expresada en el voto. Lo que sucedió después del golpe no fue más que la estrategia de los golpistas apoyados en este este esfuerzo por liberales, secularistas, salafistas, e irónicamente, por sectores de  la izquierda, de aplastar a la Hermandad Musulmana.

Con relación a la “revolución” y a las vanas ilusiones de la izquierda egipcia sobre el que hay darle tiempo a la revolución, o que todos los procesos están llenos de contradicciones e inclusive de aquellos izquierdistas occidentales o de reconocidos marxistas que ven una suerte de “nacionalismo conservador antiimperialista” de los militares, hay que decirlo, como Cruz, que tales presunciones  es una especie de locura temporal que Frantz Fanon (autor al que habría que leer) llamaría disonancia cognitiva. La izquierda debería saber que la burguesía se ha apoderado de todos los símbolos de la izquierda, comenzando por el lenguaje o, más bien la izquierda se ha entregado con todo a la burguesía. Algo más que hay que tener en claro, como Cruz lo hace de nuevo, es que,  en ninguna parte del mundo árabe ha habido revolución alguna y el simple hecho de admitir que lo que está ocurriendo es una “revolución” supone una des-radicalización de las luchas que se hacen, desde ahora, siempre en los límites del sistema.

Un proceso revolucionario supone la transformación de todos –repito, todos- los aspectos de la sociedad y no sólo de las relaciones interpersonales, sino de los aparatos del Estado y de las relaciones económicas y de producción para acabar con todas las formas de opresión. En el mundo árabe no hay nada de eso, ni atisbos de ello ni a corto, medio o largo plazo. Aunque algunos todavía sueñen con la “revolución permanente” o “un proceso de larga duración en el que no hay nada decidido”. Aún siendo benévolo con ellos, olvidan la geopolítica. Como siempre.










Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.

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