Participar del debate
democrático es un derecho que, como todos los derechos, supone deberes: los
deberes de opinar con algún tipo de conocimiento de lo que dice, de hacerlo razonablemente
y, unido a esto último, de decirlo respetando las reglas básicas de la lengua
en la que se habla o se escribe. Todo esto se violenta gravemente en las “redes
sociales”.
REDES SOCIALES Y DEFORMACIÓN
DEL LENGUAJE
Luis Armando González (*)
SAN SALVADOR - En el debate democrático cuenta la calidad de las opiniones,
es decir, su consistencia respecto de aquello a lo que las mismas se refieren.
Un debate en el que no importa la calidad de lo que se dice no es un debate
democrático, sino un juego demagógico. Asimismo, las opiniones que entran en la
arena del debate democrático deben tener, además de calidad, razonabilidad. No
entender esto es confundir la democracia con la demagogia.
En las llamadas “redes sociales” facilitadas por la televisión para que la
gente opine se dicen, muchas veces, cosas absurdas, las cuales ameritarían una
corrección inmediata si se tratará de una auténtica práctica democrática
(dialógica y crítica). Lo que se tiene, en realidad, es un aguacero de
opiniones y valoraciones dichas, las más de las veces, de manera ligera e
irresponsable, y que nadie corrige o refuta, con lo cual visiones
distorsionadas de las cosas quedan en el aire.
Por supuesto que hay opiniones valiosas, pero lamentablemente se diluyen en
el mar de comentarios ligeros y, las más de las veces, confusos. O sea, lo bien
dicho es nulificado por la abundancia de mensajes sin sentido.
Y algo grave: lo que se dice, por lo general, se dice mal; es decir, se
distorsiona de tal manera el lenguaje que, sólo por ello, esas opiniones no
tendrían ningún derecho a ser divulgadas públicamente. Participar del debate
democrático es un derecho que, como todos los derechos, supone deberes: los
deberes de opinar con algún tipo de conocimiento de lo que dice, de hacerlo razonablemente
y, unido a esto último, de decirlo respetando las reglas básicas de la lengua
en la que se habla o se escribe. Todo esto se violenta gravemente en las
“redes sociales”.
Y en la escritura del español se cometen tales abusos y perversiones que al
ser difundidas públicamente empobrecen no sólo la democracia, sino la cultura
de la sociedad. O sea, cada día en que se difunden las deformaciones del
español por la televisión, la sociedad se empobrece en su visión de mundo, esto
es, en su cultura.
He aquí algunos ejemplos de las joyas que (mal) nutren cotidianamente el
imaginario colectivo en El Salvador: “lla vasta de tanta política los politicos
son corructos”, “la zosiedad salvadoreña ezta arta de q aya estorciones”, “el
salvador es pandiyelandia”, el govierno no ace lo q le toka para convatir al
crimen organisado”, etc.
En marco democrático, que confluyan y se confronten distintas opiniones es
importante porque a partir de esa dinámica se puede lograr una mejor
aproximación a la verdad, lo cual no se logra sumando opiniones, sino eligiendo
las más razonables y contrastables de cara a la realidad. Es decir, no todas las opiniones valen lo
mismo. Creerlo es profesar no la democracia, sino la pseudodemocracia. No tener
la decencia de corregir a quienes escriben barbaridades, lejos de apuntalar la
democracia, la debilita y sumerge al pueblo en la niebla de la ignorancia
idiomática que es algo ciertamente grave para una vida social medianamente
civilizada.
(*) Columnista de ContraPunto
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.
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