domingo, 22 de diciembre de 2013

RADICALES Y EXTREMISTAS

El catecismo de la moderación a ultranza persigue estigmatizar cualquier rebelión o grito colectivo que desmitifique o ponga en solfa la visión oficial de la sociedad que habitamos.
Sin embargo, no son sinónimos radicalismo y extremismo. Extremista es aquél que pretende imponer sus criterios de cualquier manera y por cualquier medio. Radical, por el contrario, tiene que ver más bien con un método de análisis que busca la verdad dinámica de los conflictos yendo a la raíz del suceso o acontecimiento estudiado, adoptando, a veces, programas de acción política pública.


RADICALES Y EXTREMISTAS,
MUNDOS ANTAGÓNICOS


Por Armando B. Ginés

La apariencia es el universo de la derecha, de la ideología dominante, la que da forma a la sociedad en la que vivimos. La perspectiva hegemónica o común se va cociendo lentamente y nutriendo de valores de clase cristalizando en un cuerpo doctrinal plagado de respuestas estereotipadas que dan la sensación de estar ahí, al alcance de la mano, desde siempre. La tradición y la costumbre condicionan el pensamiento alternativo o crítico, siendo las palabras y el vocabulario de uso corriente el complejo vehículo espacial donde mejor se manifiesta y distribuye hasta el último rincón social la opresión capitalista, sistema forjado en relaciones verticales de supeditación u obediencia no visibles a primera vista.

El orden establecido ha adoptado una posición neutral bajo el epígrafe moderación, un lugar cómodo y equidistante de radicalismos o extremismos nocivos. En el mismo cajón de sastre caben radicales y extremistas, opiniones críticas puntuales, terroristas y posturas encontradas con los privilegios del statu quo. En épocas de crisis aguda la situación es más intensa, todo cabe en el mismo baúl de la disidencia política, social o ideológica. El catecismo de la moderación a ultranza persigue estigmatizar cualquier rebelión o grito colectivo que desmitifique o ponga en solfa la visión oficial de la sociedad que habitamos.

Sin embargo, no son sinónimos radicalismo y extremismo. Extremista es aquél que pretende imponer sus criterios de cualquier manera y por cualquier medio. Radical, por el contrario, tiene que ver más bien con un método de análisis que busca la verdad dinámica de los conflictos yendo a la raíz del suceso o acontecimiento estudiado, adoptando, a veces, programas de acción política pública. Un moderado instalado en la burbuja de su visión conciliadora que descarta la realidad profunda que subyace en las relaciones de clase, no es más que un fundamentalista o integrista con piel de cordero, un extremista que quiere soterrar el conflicto latente para que nada cambie en su disfrute individual de la vida o de su grupo elitista, que todo siga igual en el idílico mundo del que obtiene pingües beneficios de todo tipo.

Una postura radical podría ser la de aquella persona o grupo que defienden que la injusticia capitalista es creada por el ser humano y el sistema económico de producción y distribución de bienes y servicios, que tiene su origen en las relaciones de clase impuestas por el régimen capitalista. Su lucha puede conducirse por caminos muy diversos: revolucionarios o a través del gradualismo progresista. En ninguno de los dos casos, la voluntad resulta suficiente, a pesar de que la realidad otorgue la razón a sus conclusiones y que las evidencias sean palmarias. La realidad, además de datos objetivos, está compuesta de percepciones ideológicas, que condicionan los pasos a dar en la práctica cotidiana. La pobreza tiene sustancia propia, pero no es automático que la pugna social se eleve a conciencia política necesariamente. Eso no sucede porque los extremistas de la moderación, en coalición implícita con los impacientes del dogma de la verdad absoluta, mistifican el juego de la realidad desde ópticas encontradas pero complementarias que se refuerzan en un mutualismo invisible. Los moderados viven de la confusión premeditada y el caos inducido, mientras los dogmáticos se reafirman en sus ideas de partida sin capacidad de llegar a las masas de manera convincente.

Ambos viven de la violencia, aunque no de idéntico modo. La violencia de los moderados es defensiva y consciente, no así la de los extremistas del dogma único, que son llevados a la refriega desigual gracias a su ingenuidad constitutiva, sirviendo de chivo expiatorio y excusa para la represión institucional. Sin espacio político, la batalla social degenera en impotencia democrática, un callejón sin salida gestionado por el capitalismo con herramientas muy diversas y eficaces.

Cuando el espacio político muestra agotamiento, las costuras del sistema revientan, lo que conlleva un taponamiento agresivo de la sociedad en su conjunto, fundamentalmente de las clases trabajadoras. En la actualidad, vivimos una época de claro desbordamiento de las mentiras e insuficiencias postuladas por los extremistas de la moderación. Su movimiento táctico pasa por encerrar en una misma saca conceptual a radicales y extremistas con el propósito de desactivar las actitudes coherentes de los primeros hasta hacerlas coincidir con el maximalismo ingenuo de los segundos, aparejando un otro global e izquierdista irredento y no abierto al diálogo.

La falacia cuenta con el beneplácito silencioso de muchas izquierdas de salón parlamentarias, nominales o académicas. El dolor causado por el capitalismo, millones de pobres sin alternativa de futuro, inmigrantes forzados a buscarse la vida con riesgo para su integridad y trabajadores en precario muy cerca de la esclavitud obligan a respuestas éticas y posturas políticas radicales que indaguen en la sustancia real que configura a las sociedades de nuestro tiempo. La bomba y las declaraciones incendiarias contra el poderío irresistible de los ejércitos y las policías capitalistas están condenadas al fracaso total, si bien hay algo hay que hacer al respecto, de mayor enjundia que lo realizado hasta ahora. Reabrir un espacio político auténtico desde la izquierda plural precisa de ideas fuertes que emerjan de un análisis de la realidad más sincero y radical. Hay mimbres para ello si dejamos de lado y aislamos las posiciones de izquierda mansamente conciliadoras y de pactos a corto plazo sin recorrido estratégico.

Las cúpulas de los partidos transformadores y de los sindicatos de clase deberían reflexionar detenidamente y con rigor de que llevan demasiado tiempo en las alturas para preconizar soluciones de largo alcance. Hay que ayudarlas desde abajo a que dejen huecos libres a otros actores de la realidad social. Tanto tiempo en la moqueta del liderazgo anquilosa la conciencia de clase a cualquiera. Estar en contacto con la superestructura ideológica contamina las mentes más preclaras y determina connivencias muy complicadas de erradicar. Volver a la fábrica y la plaza pública de verdad, con argumentos y mensajes que vayan al fondo de la enfermedad capitalista puede oxigenar a la izquierda y sus diferentes sensibilidades, al tiempo que la experiencia acumulada cobre una dimensión distinta, transformando el traje de funcionario o profesional político en un acervo muy útil para el futuro inmediato. Renovar las ideas para aminorar la lucha de clases sin atisbar un mundo nuevo sería caer otra vez en el posibilismo de las formas elegantes y de la frustración con aroma democrático sin sustancia real.

El fascismo cotidiano de intensidad variable se esconde en una maraña de tics indescifrables valiéndose del binomio antagónico radical-extremismo para imponer su doctrina hegemónica bajo lemas presuntamente moderados. La derecha teme al radical que piensa libremente porque pone al descubierto su falsa y vacua moderación de extremista defensor de los privilegios capitalistas. La impotencia democrática crea a los extremistas de izquierda, reduciendo la capacidad política general a meros formulismos vacíos de contenido. Son opuestos que se necesitan, pero de índole y ética no coincidentes. Los últimos se basan en la verdad radical pero su impaciencia y voluntarismo les abrasan más allá de lo razonable. Por su parte, los extremistas de la moderación saben muy bien lo que hacen y predican: mantener cerradas herméticamente las fronteras del capitalismo para que la libertad se convierta en una bella utopía, un no lugar divino de acceso restringido, quimérico y limitado. 










publicado por LaQnadlSol
CT., USA. 

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