Más allá de ideología
y política, todo está en el fondo del corazón humano. En la bondad y nobleza
que tiene algunos seres humanos en el corazón. Y la ruindad e ingratitud que
está en la mayoría, sean estos progre o fascistas. No son los medios los que
confunden a la hora de votar: es el corazón humano.
REFLEXIONES SOBRE LA
INGRATITUD POLÍTICA
DE LAS MASAS
Por Luciano Castro Barillas
Un político es y será siempre una persona
ambiciosa de poder. El pretexto para su
codicia personal serán “las causas del pueblo”, por no decir, su causa personal.
Y el motivo será, ya en la práctica de una determinada concepción, de reparto
igualitario de la riqueza o la posesión solamente para sí de esa riqueza
social, de la cual, derechistas e izquierdistas están debidamente enterados.
Unos comparten, los otros no. Y otros, los populistas, “hacen” como que
comparten, acompañando sus pocas acciones transformadoras de discursos
altisonantes, haciendo de cada pulga de acción política una vaca fornida. Es
decir, mucha bulla y pocas nueces. En esta “teoría de la codicia” aparecieron
no hace mucho unos sujetos que se dicen estudiosos de la política, una especie
de vedette de la opinión en los medios
-los politólogos- que han pretendido elevar a nivel de ciencia este tipo
de acciones personales de otros y las proyecciones
para las masas, haciéndoles objeto de estudio en los gabinetes académicos, sin
vivir estas variadas realidades en las calles. Una suerte de parásitos
de la política, especímenes humanos poco fiables que se mueven entre intransigentes
e irreductibles fascistas y alocados progre, mimados por su tolerancia
para con las lesbianas y homosexuales cuyo reducto, vaya cosa, es un espacio de
absoluta intolerancia con la heterosexualidad, eso sí, bien disimulada con las
variopintas argumentaciones de la igualdad de género. Y eso está bien que la
gente sea auténtica, que sean como quieren ser. Lo que no está bien es la
carencia de sinceridad. Es decir, defiendo una causa social cuando lo que
defiendo es un asunto estrictamente personal.
Un político dice tener en las grandes mayorías
depauperadas su base, su apoyo social. Y con América Latina es el recinto
hemisférico de la pobreza, surgieron en la década de los noventa reformismos
sociales adjetivadas como “revoluciones”, las cuales
declinaban como movimiento social el uso de las armas por la guerra en las
urnas. ¿Dislate? A mí me parece que sí, todo un disparate. La historia social
del hombre ha enseñado que las acciones políticas perdurables, creíbles y
consistentes son las que tienen lugar con el uso de las armas. Ningún cambio
estructural importante ha recurrido a los recursos amables de las
alternativas electorales. Esa clase de revoluciones sociales no permea, a
profundidad, el espíritu, el alma profunda de los pueblos. Son solo las
guerras, el dolor, la sangre y la conquista del poder por esta vía la que hace
posible los grandes saltos cualitativos en la historia humana. ¿O no es esa la
lucha de clases en su máxima expresión descubierta por Marx? ¿Acaso hasta el
que tan poco posee no defiende hasta la muerte que lo despojen de su casa o un
pequeño barbecho para sembrar hortalizas? Las ideas de la propiedad privada en
el ser humano son tan profundas como su egoísmo, como su mezquindad, como su
falta de gratitud?
Por eso Acacio, el pretoriano, dijo en tiempos
del imperio romano que “mientras el hombre no sea mejor, hay que
tener desenvainada la espada”. O Sun Tsu en la antigüedad China que se
dio cuenta que el poder no se consulta. El poder se impone,
porque el que no lo impone, sencillamente es porque no tiene poder. O la dicho
por Maquiavelo, que los educados politólogos lo descalifican por inmoral y es
lo que los hombres con poder hacen todos los días, de manera explícita o
disimulada, de manera progre o fascista: “Ser temidos y no amados por sus enemigos”.
Ya ve usted a los pueblos de América Latina donde se han dados esas
revoluciones rosas del siglo XXI: en Venezuela a duras penas se ha conservado
el poder porque los grandes beneficiarios de las políticas sociales votan
caprichosamente y luego culpan a los medios masivos de comunicación que los han
“atontado”
y que por eso votaron erráticamente. Fue necesario para la dirigencia social
crear un fraude institucional (el poder constituyente) para salirle al paso a
la inevitable derrota electoral que ahora han podido conjurar. No era necesario
el entredicho en Venezuela si los grandes beneficiados hubieran tenido un poco
de lealtad y convicción. Ahora el pancismo los denomina: o defienden las
conquistas chavistas o el hambre los terminará apremiando. Igual sucede con
Argentina. Los años del kichnerismo están devaluados y ahora Macri se mantiene
seguro y decidido a resucitar el neoliberalismo que el kichnerismo había dejado
medio atarantado. En Brasil un caso semejante. Los votantes en su gran mayoría
beneficiados por la política del Partido de los Trabajadores luego, pronto, se
olvidaron de sus beneficios. Y Ecuador, quien ha vivido una menos caliente
revolución del siglo XXI va igualmente de retroceso. Solo queda Evo que su
propia sencillez y total carencia de sofisticación pero grande inteligencia, le
ha dado total coherencia en sus políticas sociales, aunque sin él, quizá todo
sea distinto y la amnesia aparezca entre los bolivianos desposeídos y ahora
caminando con dignidad. Más allá de ideología y política, todo está en el fondo
del corazón humano. En la bondad y nobleza que tiene algunos seres humanos en
el corazón. Y la ruindad e ingratitud que está en la mayoría, sean estos progre
o fascistas. No son los medios los que confunden a la hora de votar: es el
corazón humano.
Publicado por La Cuna del Sol
USA.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario